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Cuando maltratan al Sur

Nadie se imagina la montaña de Montserrat o el macizo del Montseny plagados de molinos eólicosLa autora defiende que los problemas de las Tierras del Ebro son consecuencia del modelo de país, de un fuerte desequilibrio territorial, y que afectan a toda Cataluña

Unas 200.000 personas se manifestaron en Barcelona contra el Plan Hidrológico Nacional. Más de 25.000 personas lo hicieron, hace pocas semanas, en Móra la Nova, con el lema Basta de agresiones en el territorio. Pese a que la cifra de hombres y mujeres que salieron a la calle es bastante elevada, se haga la manifestación donde se haga, es preciso retener un dato: las 25.000 personas presentes en Móra el 4 de febrero suponen más del 50% de la población de las comarcas implicadas (la Terra Alta, la Ribera d'Ebre y el Priorat tienen unos 45.000 habitantes). La manifestación de Barcelona aporta otra dimensión: a la capital se desplazó mucha gente, muchísima, del conjunto de las comarcas del Ebro y del Priorat, pero también había muchas personas llegadas de otras partes de Cataluña que han hecho suyas las mismas reivindicaciones. Y éste es un dato cualitativamente muy importante. Insisto: en Barcelona no solamente se produjo una manifestación de la gente del Ebro, sino una manifestación de la gente de Cataluña; se ha comprendido que los problemas que afectan más directamente a la gente del Ebre son problemas del país, del modelo de país. Son problemas resultantes de un fuerte desequilibrio territorial y de la falta de equidad en las políticas impulsadas por quienes han gobernado Cataluña durante los últimos 20 años.

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Conviene que nos preguntemos qué puede causar un sentimiento mayoritario tan notable. La respuesta, desgraciadamente, es fácil de encontrar. La amenaza de un nuevo trasvase del Ebro a causa del Plan Hidrológico; la proliferación, verdaderamente incontrolada, de proyectos de parques eólicos, y el proyecto de construcción de una gran central térmica han provocado la sensación de padecer nuevas agresiones, y de una magnitud muy fuerte. Y es que éstos no son los únicos problemas que preocupan y la lista de agravios es larga: las Tierras del Ebro tienen ya la suerte de disponer de otras grandes instalaciones energéticas: una central hidroeléctrica, tres centrales nucleares y una cuarta en proceso de desmantelamiento, y al lado de esto se constata la dificultad real de un arranque económico, con la falta de infraestructuras que permitan potenciar y dar valor a los propios recursos y frenen el despoblamiento. Da la sensación, en fin, de que estas comarcas del sur de Cataluña están tratadas como un verdadero sur en términos políticos o, lo que es lo mismo, que son objeto de olvido sistemático cuando se trata de proyectos de desarrollo interesantes y, en cambio, sí se las tienen en cuenta como receptoras de toda clase de equipamientos problemáticos, potencialmente contaminantes o de elevado riesgo. En fin, que les endosan todo lo que nadie querría tener al lado de casa y, para colmo, pretenden quitarles el agua, que es la riqueza básica de estas tierras.

Es esta conciencia de menosprecio la que hace hervir las comarcas meridionales. Y no les falta razón, por cierto. En un contexto general de progreso, la población constata que les ha tocado recibir los costes, mientras que los beneficios y las ventajas se hacen visibles en otros lugares de Cataluña, más al norte, tanto en términos geográficos como políticos. No por casualidad, a pesar del amplio despliegue de proyectos supuestamente modernizadores, el Priorat y la Terra Alta están en el grupo de comarcas que tienen el PIB per cápita más bajo del país, y el resto, con indicadores no tan siniestros, sienten amenazadas sus estructuras tradicionales, derivadas de la agricultura, y viven la llegada de las grandes obras energéticas como una hipoteca pesada para el futuro, una solución global que no aporta nada a sus expectativas locales y que no se corresponde con las previsiones previstas en el Plan Territorial de la Tierras del Ebro, aún pendiente de aprobación, que se fundamenta en la potenciación y la modernización de la agricultura, la acuicultura y la pesca, en el impulso a la industria de bajo impacto y en la diversificación de la oferta turística.

El responsable de todo, no hace falta decirlo, es el desequilibrio territorial que padece el país. Dada la falta de una esmerada planificación que distribuya con equidad recursos, equipamientos, cargas y beneficios, ha imperado hasta ahora la política del sálvese quien pueda y todas las instalaciones problemáticas han mostrado una inquietante tendencia a ir a parar alrededor del Ebro. Nadie se imagina la montaña de Montserrat o el macizo del Montseny plagados de molinos de centrales eólicas; en cambio, parece que esta imagen en el Montsant, en la sierra de Prades, o en los Ports de Tortosa-Beseit no tenga que causar ningún problema. Y el hecho es que causa problemas, y muchos, como hemos podido captar estos días.

Reequilibrio territorial, pues, para paliar los agravios históricos. He aquí la fórmula que permitiría un desarrollo armónico, tanto en las Tierras del Ebro como en el resto de Cataluña. Si se decide, por ejemplo, que es necesario producir más electricidad, ¿a santo de qué tenemos que mantener el sistema de concentración actual, condenando unas tierras y favoreciendo otras? La energía derivada de la cogeneración, el aprovechamiento de los purines o los residuos y los molinos de viento tiene ventajas que hay que considerar. Sobre todo porque permite ensayar un modelo diferente al creado por las centrales nucleares o, en general, por las grandes instalaciones energéticas. Este modelo es el de la dispersión: diferentes focos productores diseminados por todo el territorio cerca de los centros consumidores. Con un impacto ambiental reducido o nulo, harán a todo el mundo consciente de los costes de lo que se consume y tendrán un efecto disuasorio sobre la ligereza planificadora de aquellos que no han de recibir las consecuencias directas de un vecindario indeseado.

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Desarrollemos el territorio con equidad y, sobre todo, con diálogo. Artur Mas, flamante conseller en cap, parece que acabe de descubrir esta última palabra: diálogo. Pero la utiliza para camuflarse y camuflar de pasada el fracaso de CiU y de sus socios del PP. Porque, teniendo en cuenta los años que llevan en el gobierno, su obligación consistía en haber pensado antes todo lo que decimos. En lugar de prever los problemas, no han resuelto los antiguos y han creado otros nuevos, privilegiando intereses particulares por encima del interés general. Es esta forma de hacer la que aumenta sin motivo la rabia y la frustración de las personas. Es necesario recordarles que rectificar es de sabios. Si ellos no lo hacen -y cada vez tienen menos tiempo-, las fuerzas progresistas nos pondremos manos a la obra tan pronto como los ciudadanos y las ciudadanas nos den su confianza y nos encarguen el gobierno.

Dolors Comas d'Argemir es diputada de IC-V al Parlament por Tarragona.

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