La tragedia infinita de América Central
Las catástrofes naturales, la herencia de las guerras y los conflictos modernos hipotecan el desarrollo de la región
Reflexionando en voz alta durante el vuelo de una bandada de zopilotes, un fotógrafo salvadoreño proponía declararlas aves sagradas 'porque se han alimentado de lo mejor de nuestro pueblo'. Las víctimas de los escuadrones de la muerte eran entonces, mediados de los ochenta, pasto de los buitres, y en las mismas aldeas destruidas por el terremoto del día 13, la guerrilla y el Ejército luchaban a muerte. América Central dejó ya de guerrear, pero las catástrofes naturales, los tumbos económicos, políticos y sociales, parecen hacerla imposible, y retienen de rodillas a la mayoría de sus 34 millones de habitantes.
'Yo imposible no la veo', dice José María Tojeira, de 53 años, rector de la prestigiosa Universidad Centroamericana (UCA). 'Centroamérica lucha por la posibilidad'. Los países aquejados por sistemáticas catástrofes pueden optar por dos vías de solución: una, permitir que un pequeño grupo aproveche suficientemente la riqueza nacional para evitar que le afecten, y otra, organizarse como naciones de emergencia permanente y tratar de facilitar a toda la población una vida digna. 'Yo creo que en nuestros países se ha optado básicamente por el primero de los modelos. Haya la catástrofe que haya, natural o social, como una guerra, un grupo queda siempre indemne'. Se refiere el rector a los grupos de poder económicos y políticos.
Hace dos años, un banco salvadoreño quebró y a la comisión liquidadora se le dieron 120 millones de dólares (más de 21.000 millones de pesetas) al 1% de interés para solucionar la servidumbre de las deudas contraídas por ese banco. El crédito para la construcción de viviendas era en esos momentos del 15%, inaccesible para la mayoría de los sectores pobres del país. Así ha sido desde antiguo, y cuando la situación clamaba al cielo a finales de los sesenta, después del triunfo de la revolución cubana, de enero de 1959, y todavía en pie la Unión Soviética, la oposición política más extrema se transformó en movimiento armado y el norte regional se cubrió de guerrillas y sangre.
Los sistemas políticos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua son hoy el resultado de elecciones aceptadas, pero descansan sobre un precario soporte económico y social debilitado por los ajustes impuestos por la apertura económica y la herencia de los conflictos bélicos: una desigualdad escandalosa, paro, escasos servicios sociales y el aumento de la marginalidad. Estos factores, según los analistas, fomentan el crecimiento de la delincuencia y fortalecen las viejas estructuras de poder surgidas al amparo de los recientes regímenes autoritarios.
'La institucionalidad de Centroamérica progresa lentamente', agrega el rector. 'Para nosotros, que las instituciones funcionen es una de las luchas más importantes que hay que dar. Hoy la ley del más fuerte es más importante que la igual dignidad de las personas'. De hecho, no hay ningún semáforo en El Salvador con indicaciones para los peatones, y quienes usan vehículos son unos privilegiados. 'El funcionamiento de las instituciones, especialmente aquellas de defensa del ciudadano, es el único camino posible para lograr no solamente una convivencia pacífica, sino un desarrollo económico', subraya Tojeira. 'Con una desigualdad grave, y la ley del más fuerte, se nos conduce a una situación de poca gobernabilidad en el mediano y largo plazo. Acabamos de salir de unas guerras que son una muestra de falta de gobernabilidad, y nadie quiere volver a la guerra. Si no se resuelve el problema de fondo, la nueva estructuración social, a través de las instituciones, esto revienta por algún lado'.
Lo cierto es que, aunque con cadencia, ha habido avances: las policías actuales son diferentes a las del pasado y el sistema judicial, no así las fiscalías, manifiestan avances alentadores. Más aparatosos son, sin embargo, los retrocesos. El terremoto que causó 700 muertos en El Salvador (seis millones de habitantes) y destruyó total o parcialmente cerca de 20.000 casas no es sino una desgracia más entre las muchas padecidas por una región abocada a la mala suerte, cuyos dos últimos conflictos bélicos terminaron con la firma de los acuerdos de paz de El Salvador, en enero de 1992, y de Guatemala, en diciembre de 1997. Hasta llegar a ellos, durante dos decenios, murieron más de 250.000 personas. La posguerra invitó a la reflexión sobre la viabilidad del actual esquema, sobre la falta de equidad en la distribución de la riqueza, un debate acometido superficialmente.
'Hay que planificar mejor la inversión social, como la prevención de los desastres. Somos países sujetos de terremotos, erupciones volcánicas e inundaciones', recomienda el jesuita que dirige la UCA.
El futuro regional se avizora incierto. 'El futuro de nuestro país reside en los niños. Si viven en la miseria, ¿cómo pueden ser inteligentes, estudiosos, ser buenas personas?', se preguntaba en noviembre de 1998 Haydée Marín, la directora entonces de la Sociedad Internacional por los Derechos Humanos para América Latina.
El huracán Mitch había devastado Nicaragua, la nación más pobre de América Latina después de Haití, e hizo retroceder casi tres décadas el precario desarrollo de Honduras. '¿Cómo podrán esos niños construir un país dentro de 20 años? Si no comenzamos a cuidarlos ahora, Nicaragua no podrá librarse nunca de su pobreza', agrega Marín. El huracán causó 11.000 muertos, 14.000 desaparecidos, 2,8 millones de damnificados, medio millón de ellos niños nicaragüenses, y pérdidas cercanas a los 10.000 millones de dólares (unos 1,8 billones de pesetas) en Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Costa Rica.
También reforzó la sensación de que América Central (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Belice), con cerca del 70% de sus habitantes en la pobreza, parece condenada al infortunio. La región registró en los noventa una consolidación del diálogo como mecanismo en la solución de conflictos, pero ese diálogo político no alcanza a todos los estratos sociales, ni beneficia a la mayoría de la población, contrariamente a pasadas guerras civiles y pugnas ideológicas, que castigaron a todos.
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