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ENERGÍA NUCLEAR

La región se debate entre el riesgo radiactivo remoto y la pobreza cierta

Los vecinos piensan que el movimiento anticentral les ha privado del desarrollo económico

Los 400.000 millones de pesetas que costó la central que nunca llegó a funcionar, en realidad eran chatarra desde hace tiempo. La flamante vasija del reactor del Grupo 1, para cuyo transporte en 1982 se construyeron aparcamientos especiales desde Sevilla hasta este remoto pueblo de la Siberia extremeña, es ya un amasijo de hierros vendido al peso. La factura de aquella aventura fracasada la pagamos todos los españoles con el 3,54% de nuestra tarifa eléctrica.

Pero quien realmente ha pagado su oposición mayoritaria a la central nuclear ha sido la región. No ha recibido nada a cambio. Las promesas de industrias alternativas se han quedado en nada, y, como recuerda el alcalde socialista, Miguel Ángel García, 'es una deuda que Rodríguez Ibarra tiene pendiente'. Los aún partidarios de la energía nuclear, como el que fuera jefe de taller de la central, José García Cabrera, consideran que el movimiento antinuclear y el presidente extremeño, José Luis Rodríguez Ibarra, hicieron un flaco favor al pueblo y lo condenaron al regreso a la pobreza. 'Este pueblo disfrutaría del canon eléctrico, tendría instituto, tendría la carretera de cuatro carriles para su conexión con Talavera. No tiene nada'. Tampoco entiende por qué se paralizó Valdecaballeros cuando estaba a poco más de un año de poder funcionar y se siguió construyendo Trillo, que iba más retrasada. 'Y Zorita y Garoña, antiguas, de la primera generación, siguen funcionando'.

No son pocos en el pueblo los que preferían un cierto grado de inseguridad a la seguridad de la pobreza y el empleo precario en el campo o de permanente peregrinaje de la albañilería entre los pueblitos remotos en esta región, una de las de menor densidad de población de Europa. Es la difícil elección entre el riesgo remoto y la penuria cierta. '¿Qué más peligro corríamos teniendo la central a 14 kilómetros del pueblo que a 50, que son los que hay en línea directa hasta Almaraz? El mismo peligro y ninguna ventaja', dice Maxi, el viejo cartero del pueblo y propietario de La Carpa, el bar de pescadores y peña madridista junto al pantano.

La central nuclear nunca funcionó y hoy no es más que un inmenso búnker laberíntico repleto de hierros. Pero cambió el pueblo. Como dice el comandante de puesto de la Guardia Civil, Leonardo Rey Martín, 'este pueblo es más libre que los demás. Aquí se acostumbraron a vivir con todo lo que no se conoce en la Extremadura profunda. Prostitución, drogas y tantas cosas. Unos vieron cómo se iban sus huéspedes sin pagar el alquiler o cómo les destrozaban la vivienda. Aprendieron mucho. Son más liberales, pero también más avispados, más cínicos que, por ejemplo, en Castilblanco'.

La fiebre del oro

El dinero llegó de golpe. Las compañías eléctricas hicieron un alcantarillado hasta entonces inexistente, un servicio de limpieza, una escuela y guardería, una piscina municipal. Miles de trabajadores gastaban en bares, restaurantes y lenocinio. Los soldadores ganaban hasta 150.000 pesetas a finales de los setenta. Aquello fue la fiebre del oro. Pronto algunos vecinos ampliaron sus casas o las tiraron y construyeron nuevas con cuartos de baño. Manolo, el Templao, se hizo un bar y una casa encima con el dinero que le dio la central por un terrenito. La Juliana comenzó a cobrar el jamón a precios que ella misma habría considerado demenciales poco antes. Se pagaban. El dinero se movía. Muchos pidieron créditos. Y llegó el parón. Y el dinero se fue. Como dice con cierta nostalgia Ovidio Ruiz, uno de los dos últimos empleados fijos de la central, 'cuando terminen no quedará nada'.

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