Erice o la bolsa
Víctor Erice no tiene problemas de locomoción. Vive bastante cerca de donde yo vivo, y con frecuencia le veo cruzar los semáforos o detenerse delante de un quiosco de prensa;siempre lleva algo pesado dentro de bolsas de plástico (un hábito de homeless que comprendo muy bien porque lo tengo). Nadie le reconoce. Todo el mundo sabe quién es el autor de El espíritu de la colmena y el tiempo ha pasado generosamente por su cara, que a los sesenta cumplidos parece la de un hombre con veinte menos. Pero nadie se gira ni susurra nada a su paso. Y lo mismo en el metro, donde la bajada al andén de Álex de la Iglesia o Almodóvar colapsaría la red más de lo que lo está sin el estrellato.
Anónimo y delgado, con el aire de una lumbrera ausente y las bolsas cargadas, Erice entra y sale a sus anchas por los lugares comunes de la vida real, incluidos algunos cines y la Filmoteca, donde no es raro verlo si la película es de Ozu o portuguesa. En una encuesta sería fácil que lo eligieran como autor de una o dos de las mejores películas de la historia y el hombre pasa a tu lado sin recabar atención. ¿Llevará algo cinematográfico entre manos -o dentro del plástico- tras el abandono del proyecto de adaptación de la novela de Marsé El embrujo de Shanghai, que él pensaba llamar La promesa de Shanghai?
Tiene una obra corta y una larga cola de admiradores mundiales que llenarían cines si llegase algo nuevo firmado por él. También tiene mucha literatura crítica, que no siempre es el refugio de los cobardes. El libro más reciente, An open window, the cinema of Víctor Erice, ha sido publicado hace pocos meses por The Scarecrow Press dentro de una prestigiosa y extensa serie de monografías (la suya hace el número 72) dedicada a grandes figuras del cine mundial. Compilado y prologado por la profesora norteamericana Linda C. Ehrlich, el libro está francamente bien hecho, aunque justamente por eso nos produzca un sentimiento de desánimo. Trescientas páginas de ericiana, más de treinta colaboradores rompiéndose la cabeza sobre su cine, tres únicas películas de Erice. ¿No hay justicia en el mundo?
A Erice, dejado solo en la calle por la gente, le ha seguido siempre una leyenda. De difícil, de inconcluso, de ermitaño y dubitativo; una mezcla de Hamlet y Segismundo en una profesión dominada por los rápidos y los voraces. Nada puedo añadir a la leyenda, ni me importa. Sólo conozco sus películas y a ellas me debo. Sin embargo, el nuevo libro nos da alguna pista. En la entrevista inicial con Ehrlich, Erice se confiesa deudor de las cadencias y soluciones técnicas del cine mudo y elige mayoritariamente a sus santos patronos entre los muertos: Chaplin, Bresson, Nicholas Ray. Pero también dice esta frase, hermosa y abierta de sentidos: 'Hemos de teñir nuestros sueños con la prueba de la realidad'. Se refiere el director evidentemente a la materialidad del cine, que depende de tantas manos, de tantos esfuerzos escalonados, de tantos azares. Y a otra cosa. Cineasta de poesía, solipsista, orfebre minucioso de las palabras y las imágenes, Erice es, con todo, el mayor realista del cine español. Sus niñas soñadoras, sus padres suspendidos en el limbo de los deberes pendientes, sus pintores o fugitivos franciscanos, nos remiten siempre a una vigorosa, elocuente, esclarecedora dimensión real no teñida por el castizo color localista.
Cuando yo vivía en Londres y estrenaron El espíritu de la colmena, muchas personas conocidas o espontáneas se paraban a felicitarme por ser un compatriota del autor. La revista Nickel Odeon, en el número que acaba de publicarse dedicado al guión, vota El espíritu de la colmena y El Sur en quinto y sexto lugares de los mejores de todo el cine español. ¿Facilitan los plácemes la obra del artista que peligra? En 1987, respondiendo a un cuestionario de Libération reproducido en el libro de Ehrlich, Erice hablaba de pesimismo intelectual y miedo oscuro: 'El miedo a que la orilla donde esperamos llegar sea ya un territorio ocupado donde una fuerza extraña ha secuestrado, para una gran mayoría de espectadores, la posibilidad de escoger, de mantener una postura crítica y experimentar un sentido auténtico del placer'. Sería terrible que, tantos años después, las cada vez más arrasadoras fuerzas de ocupación lograran que este solitario de mi barrio siga paseando con una bolsa en cuyo interior no hay latas de celuloide.
Babelia
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