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John Le Carré critica en su nueva novela la ambición de las multinacionales farmacéuticas

'The constant gardener' se publicará en España en marzo del próximo año

Isabel Ferrer

Creador de la novela de espionaje moderna, el autor británico John Le Carré arranca su nueva obra, The constant gardener, sin piedad. La protagonista ha sido asesinada en Kenia y su marido, diplomático destacado en la antigua colonia africana del Reino Unido, busca sin mucho convencimiento a los criminales para acabar chocando con el poder de las multinacionales farmacéuticas. Escrita a un ritmo veloz, la obra compone a la vez una dura crítica a la codicia de algunas industrias y un penoso viaje íntimo que lleva al viudo, un profesional del disimulo, a hurgar en su corazón y comprender por fin a su mujer. El libro se publicará en España en marzo de 2001.

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Un pasado enigmático

Visiones

Que John Le Carré, de 69 años, sabe mentir bien es algo que él mismo admite. Miembro en su juventud de los servicios secretos británicos, ha dedicado unos 18 libros a sus huidizos personajes favoritos. Algunos tienen a estas alturas incluso un rostro cinematográfico inseparable de su aspecto literario. George Smiley, su personaje más famoso, será para siempre el actor Alec Guinness. Esta vez, el espionaje ha dado paso a la investigación de un turbio crimen en apariencia pasional -la muerta era blanca y había pasado una noche en un remoto hotel con un médico negro- que da un giro feroz e inesperado.Tessa es la joven, hermosa y honesta abogada metida de lleno en proyectos de ayuda al desarrollo; casada con Justin Quayle, el epítome del diplomático educado y elegante que, siendo británico, jamás deja traslucir sus sentimientos. Incluso cuando es informado por Sandy Woodrow, el jefe de la cancillería, de la tragedia y acuden juntos a identificar el cuerpo degollado de su mujer, es él, viudo ya sin posibilidad de error, quien debe confortar a su colega cuando éste vomita en un pasillo del depósito de cadáveres.

Ética

A partir de ese momento, los hechos se suceden con la rapidez de un guión cinematográfico bien escrito y mejor desarrollado. Las dificultades de Quayle para expresar sus emociones son un fiel retrato de la contención atribuida a las clases altas británicas, pero con un toque humano. El diplomático acostumbrado a ocultar informaciones relevantes está en realidad solo, tiene el corazón roto y no le queda más remedio que escarbar donde más le duele para descubrir lo ocurrido.

Para Woodrow, secretamente enamorado de Tessa, las cosas son distintas. El afán con que ella trataba de ayudar a los débiles y el desprecio que sentía por las autoridades keniatas de la ficción complicaban mucho su trabajo. Cuando la muerta elabora un informe sobre los posibles peligros de un nuevo tratamiento contra la tuberculosis, estudio que no le enseña a su marido para no comprometerle, Woodrow le llama la atención y llega incluso a decirle que ve visiones. Su relación con el médico negro Arnold Bluhm, que perece también, le parece un adulterio envidiable pero poco estético. Una relación extramarital a la que el marido parece no darle, sin embargo, importancia. Como si la vida íntima de su propia mujer no fuera de su incumbencia.Descritas a partes iguales con dulzura y rudeza, las distintas reacciones de estos personajes van deshaciendo una complicada madeja de conspiración y desdén por los miserables, en este caso los habitantes más pobres del planeta, que constituye una agria crítica a la avaricia de una multinacional farmacéutica literaria capaz de vender un peligroso medicamento contra la tuberculosis que no ha sido ensayado del todo en el laboratorio.

"Le Carré no es un político, de modo que su crítica queda reducida a los libros, pero deja bien claro que la falta de responsabilidad colectiva permite a ciertas industrias aprovecharse de la gente en busca de mayores beneficios", señalaban ayer en Hodder & Stoughton, editores de la versión en inglés del libro -en España la novela será publicada por Areté y constituirá la primera obra de literatura extranjera de la colección-. ¿A quién corresponde entonces denunciar prácticas industriales criminales?, se pregunta el lector al final. A los medios de comunicación, parece responder el autor, decidido a darle a su cruzada particular el mayor eco posible.

En una entrevista concedida esta misma semana a The Times, Le Carré aseguraba que su primera intención fue escribir algo sobre Nigeria y la multinacional angloholandesa del petróleo Shell. "Entonces alguien me sugirió la idea de las empresas farmacéuticas, lo mucho que esperamos de ellas porque se supone que pueden curarnos, y el componente ético que atribuimos a su trabajo sin analizar bien las consecuencias de la búsqueda de beneficios. Lo que descubrí fue la horrible realidad de su labor en Africa", asegura.La investigación efectuada para acopiar datos le llevó más de un año. Le Carré pasó también un mes en África y ahora medita sobre los privilegios soterrados que algunas firmas brindan a médicos e investigadores cuando quieren lanzar un producto: "La mayoría de la gente es honesta. Lo malo es que no tenemos tiempo de analizar la parte ética de lo que hacen. El comportamiento empresarial, por así llamarlo, que nos atañe a todos".

Ajeno a los círculos literarios, el escritor ha reconocido que su última cita profesional tuvo lugar hace unos 33 años. La fama, una de las servidumbres más apreciadas por muchos de sus colegas, es otra de las cosas que más le molestan.

Como el resto de su producción, The constant gardener ha visto sus primeras luces a mano. Un detalle insignificante que no le roba el sueño a su autor, consagrado hace tiempo y con un punto de misterio sobre su propia vida, que ha sabido elevar su antiguo oficio de guardián de secretos a la categoría de literatura de espías con los honores de las obras bien hechas.

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