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Tribuna
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Priones

Se me antoja oportuno emparentar prion con prisa y con prisión.Por querer atender a un acelerado incremento de la dieta cárnica condenamos a los bóvidos, gallináceas y suidos que comemos a la cárcel. A vivir hacinados, muchas veces encadenados a pesebres, cuando no de por vida entre barrotes sin siquiera la posibilidad de girarse sobre sí mismos.

Para que el beneficio acudiera raudo se pervirtió también la dosis y los componentes de la alimentación de lo que nos debía alimentar. Y llegó la traición de obligar a ser, no ya carnívoros, sino en realidad caníbales a unos animales que llevaban casi 30 millones de años siendo vegetarianos.

Ahora todo el tinglado se desploma y como siempre con daños en múltiples direcciones, con más inocentes en la lista de víctimas que los verdaderos culpables y, una vez más, sin una capacidad de reacción ni mucho menos de autocrítica por parte de los máximos responsables.

Vaya por delante que nunca queremos acertar. Aunque echemos de menos aquellode un mínimo reconocimiento de que nuestros argumentos -escribo hoy como agricultor y ganadero ecológico que soy- no eran ni alarmistas, ni catastrofistas. Eran sencillamente planteamientos éticos. Sobre todo cuando afirmábamos que los animales destinados al matadero merecían un trato muy distinto al que le dispensaba la ganadería intensiva. Pero no menos cuando, además de proclamarlo, sentimos que, como humanistas, tenemos un radical compromiso con el bienestar de las personas, que invariablemente comienza por lo que comen, beben y respiran.

Y eran también argumentaciones coherentes cuando, al mismo tiempo, insitíamos en que merecía la pena aprovechar las condiciones que para la producción cárnica y láctea de primera calidad tiene nuestro país. Aquí, en España, con un 30% de territorio de media y alta montaña, todavía podríamos mantener un alto porcentaje de ganado en semilibertad y comiendo productos no ya vegetarianos sino de una fiabilidad absoluta. Con los sistemas ganaderos extensivos, además de comer mejor y con seguridad, se mantendrían en buen estado de conservación amplios paisajes, precisamente los que en nuestro derredor tienen más calidad ambiental y estética, por cierto, siempre coincidente. Para mayor fortuna contamos incluso con una red pública de comunicaciones para los ganados que no es utilizada más que anecdótica y heroicamente, por los últimos trashumantes.

En cualquier caso, la carne loca que, en lugar de mantenernos vivos licúa el cerebro de unos pocos desafortunados , no es más que una minúscula por´ión de los desacatos que contra nosotros mismos consentimos.

Porque bueno será reconocer, y así lo demuestran no pocas encuestas de corte sociológico, que, si bien el aumento de capacidad adquisitiva suele traducirse en mejores coches , vacaciones y hasta viviendas, no así en lo que a comer mejor se refiere.

Una de las formas de radical contradicción en la que estamos instalados es el desprecio a nuestro cuerpo y a nuestra elemental salud. De ahí que sea posible la comida rápida, el seguir trabajando mientras nos alimentamos o el canibalismo de las vacas. Pero es que queremos olvidar, por ejemplo, que el colesterol, uno de los compuestos químicos con más capacidad asesina que conocemos, sólo existe en un lugar de la natura: en los animales, sobre todo en su hígado. Y de ahí pasa a los carnívoros que, para seguir siéndolo masivamente, deben reducir a menos del 10% la productividad de los sistemas agrarios y pratenses.

En resumen, un régimen básicamente carnívoro se salda con un balance energético final 2.500% mayor que el destinado a un régimen vegetariano. Más verdura es, por tanto, menos gasto, más equidad y, por supuesto, mejor salud.

Es más , casi todos recordamos aquello de que, si la humanidad entera viviera como un norteamericano medio, necesitaríamos por lo menos tres planetas como la Tierra. Pero es que, si todos comiéramos la misma cantidad de carne que en los países industrializados, nuestro único mundo debería aumentar unas 50 veces.

La locura de las vacas es ridícula si la comparamos con la de nuestros despropósitos en lo más básico, que sigue siendo comer para vivir y no devorados por la prisión de la prisa y sus priones.

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