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Reportaje:La situación de los inmigrantes

Lo amargo del olivar

Unos 4.000 temporeros magrebíes recogen en condiciones miserables la cosecha de aceitunas en Jaén, una provincia con 20.000 parados

La delegada del Gobierno de Andalucía, María del Mar Moreno, no cree que a las puertas del albergue municipal de Úbeda haya cola de inmigrantes sin papeles, empapados por la lluvia, a los que un guardia de seguridad y dos policías locales impiden la entrada por no tener DNI o pasaporte. Dice: "Es la primera noticia que tengo, a nosotros nos importa un carajo que tengan o no DNI, somos humanitarios". Tampoco sabe que en las instalaciones ruinosas de la antigua piscina municipal, al lado del Carrefour, con sus árboles navideños ya encendidos, y a dos pasos del albergue, se hacinan grupos de magrebíes en espera de que algún empresario se los lleve al tajo. Forman parte de este oscuro ejército nómada de 4.000 temporeros llegados de cualquier parte para recoger la excepcional cosecha de aceituna, que este año batirá todas las marcas. Y ellos, los temporeros, no piden gran cosa: jornal y techo. No le quitan el pan a ninguno de los 20.000 parados españoles de la provincia, que rehúsan este trabajo por ser demasiado duro. Sin embargo, ahí están a los pies de la mesa de Epulón suplicando las migajas.En cierto modo podrían considerarse escoria de aceituna, la parte desechable del aceite, el llamado alpechín, sustancia viscosa y contaminante que se almacena en balsas hasta su extinción. La delegada del Gobierno se muestra optimista. Dice que esta avalancha de temporeros extranjeros es un fenómeno nuevo. Se remonta a cuatro o cinco años. Les ha pillado por sorpresa. No pueden hacer más. Hacen falta normas. Leyes. Ayudas de la Administración central. Elogia a los dieciséis ayuntamientos que generosamente han abierto albergues, sin duda insuficientes (para 4.000 temporeros, 330 camas; estancia máxima, cinco noches), pero por algo se empieza. Además, no conviene exagerar, dice la delegada Moreno: "En estos últimos años no hubo incidentes graves, no tiene por qué haberlos ahora; muchos empresarios alojarán a los temporeros en sus cortijos o en casas del pueblo, no tienen la obligación de dar techo a los obreros, eso es voluntario". Añade que puede haber casos de racismo en los pueblos al negar el alquiler de habitaciones a los temporeros. "Yo misma no alquilaría mi casa por quince días para que se metan ciento y pico de personas", dice.

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Pero en las afueras de Villargordo, un pueblo de 3.000 habitantes a 20 kilómetros de Jaén, el albergue municipal para inmigrantes temporeros es un polvorín. Dispone de 18 camas, pero ahora duermen aquí 30 personas, entre ellas dos mujeres. Duermen sobre mantas en el suelo. O en dos sillas juntas. O incluso en la mesa, que siempre es mejor que la calle. También duermen en la calle. Bajo el alero de un almacén. Y en un banco de la plaza del pueblo donde al despuntar el día se acercarán, si el misericordioso Alá lo quiere, empresarios con la furgoneta para cargar obreros, tú sí, tú no. A éste le recuerdo del año pasado. ¿Haces el Ramadán? No me sirves. Estás flojo. Por lo menos bebe agua. Ahmend Yahí ha dormido en la calle. Es fuerte. Tiene 27 años. No pierde la esperanza ni la sonrisa. Viene de Argelia. Respeta el Ramadán, que empezó hace una semana. Llegó a España sin papeles hace cinco meses. Ya sabe que cuando deje de llover aparecerán los empresarios. Un empresario es como el arco iris. Viene del cielo. Y te lleva al olivar de sol a sol por 5.300 pesetas diarias. Si le ofrecen la mitad por no tener papeles a lo mejor acepta. Tiene hambre. "Paso más hambre en España que el hambre que pasaba en África, hermano. Aquí nos peleamos por un pedazo de pan".

Todos quieren hablar. Ben Chaoui, de Marruecos, saca un papel de su camisa sucia. "No tenemos jabón, no podemos lavarnos con jabón", dice, y el papel decreta su salida obligatoria de España. Está fechado en Ceuta el pasado 26 de octubre. Pero le dejaron entrar en España. No vino en patera. Vino en barco grande. Y ya estuvo en Murcia, pero allá le dijeron que en Jaén hay tantas aceitunas en los árboles, millones de toneladas, y los españoles no quieren recogerla porque viven del paro y de otro trabajo que no declaran, y para eso están los que cruzan el Estrecho. Incluso un iraquí, Abdel Jhaled, a quien le han negado asilo y duerme en la calle. España le ha decepcionado: "Mire mi expediente de expulsión".

La dulce argelina Saliha Mazouz, de 25 años, vino de Alicante porque necesita recoger suficiente dinero para el billete de tren o de autobús que la lleve a Lyón, donde tiene familia. Le echarán una mano. Es peluquera. "Lo del jabón es verdad", dice Saliha, "no hay jabón, y como soy mujer noto más que ellos el olor de pies de todos estos hombres". Por la noche la dejan dormir en el comedor con otra mujer de más edad. En el suelo, claro. Pero a lo mejor el lunes ya la viene a contratar un empresario a la plaza. Y como el lunes es el último de los cinco días que puede quedarse en el albergue, cuenta con paga, se la llevan al cortijo donde habrá un techo, o a una casa cerca del cortijo, y cobrará el salario como un hombre porque ella tiene papeles y es fuerte como un hombre, y cuando se entere ya estará camino de Lyón. Pero a menos que la acompañe un hombre para el tajo, el empresario no la contratará. No es costumbre que una mujer varee. Recoger del suelo y ordenar, sí. Pero lo otro es para los hombres.

Un empresario llamado Antonio Blanes Oliva necesita, dice, ocho trabajadores durante un mes. Hoy llueve. Hasta el lunes no irá a buscarlos a menos que UGT le ponga directamente en contacto con algunos. Prefiere esto. Pero insiste en que él no es maniático ni racista. En su juventud fue emigrante en Alemania. Sabe algo de eso. "Me da igual que sean blancos, negros o amarillos, yo lo que quiero es que me trabajen bien, y tengo sitio en una casa cerca, en Navas de San Juan". Este empresario es pequeño. Tiene unos siete mil olivos. Añade que es una pena que no esté este asunto de los temporeros bien coordinado. ¿Por qué no se ocupa el Inem? ¿Por qué no lo arregla Inmigración?

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Además de otros problemas, hay uno que salta a la vista: el desencuentro entre empresarios y temporeros. Los primeros no saben cómo asegurarse de antemano la contratación de los segundos. Y éstos todo lo que saben es que no saben dónde van a dormir, dónde van a comer y dónde van a trabajar.

El presidente de la Confederación de Empresarios de Jaén, Diego Torres Martínez, que representa al 80% de los empresarios de la provincia, opina que "el problema habría que arreglarlo de allá para acá", es decir, desde el extranjero. Aquí falta y faltará mano de obra. La producción va a más. Hay menos españoles que quieran trabajar en este trabajo tan duro. Y vaticina que "pronto" tendrán que "suplicar a los marroquíes que vengan y ofrecerles lo que pidan".

En UGT dicen que si el Inem recibe peticiones de los empresarios las deriva al sindicato. Pero el sindicato replica que hace cuanto puede, incluso más.

En la Asociación de Jóvenes Agricultores (Asaja), su gerente y portavoz, Luis Carlos Valero, afirma que desde un punto de vista estrictamente legal un temporero necesita papeles, necesita estar en regla y no haber entrado clandestinamente en nuestro país para poder ser contratado. "De lo contrario, te puedes meter en un follón importante si le ocurre algo o si te pilla la inspección de Trabajo". Es partidario de que se agilicen los trámites de legalizaciones creando una ventanilla extraordinaria a tal efecto. Hay que poner orden y concierto en una situación que se va de las manos. Y en cuanto al alojamiento, quiere dejar claro que un empresario puede contratar dando o no techo y cama al inmigrante, o al no inmigrante temporero. Para ello convendría cambiar la legislación. "Si sólo se pidiera una cédula de habitabilidad en el cortijo no habría problemas, pero cuando quieres meter a unas personas bajo techo se considera la casa una industria, un centro de trabajo, y te aplican una legislación que pide extintores, sábanas y hasta cubertería, y eso no puede ser. Nosotros podemos dar cama, agua, luz, un retrete y una ducha, y punto".

Hay que asomarse a la ruinosa piscina municipal de Úbeda para ver allí, entre la inmundicia vallada y el desinterés general, a unos pobres inmigrantes abandonados a su suerte, al capricho de los legisladores, a la avaricia de los empresarios, a la ignorancia escandalosa de los políticos. Del albergue, donde no son acogidos, van a esta especie de cercano sumidero. Y ni siquiera protestan cuando se les hace una foto o la cámara de una televisión los ciega en la oscuridad de la noche. Alzan una mano y muestran una documentación inusual: "Mire esto, mire la receta médica, y mire mi bolsillo. Así ya es mejor morir".

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