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El conflicto harapiento

"La guerra -escribe Michel Ignatieff en El honor del guerrero- solían perpetrarla los soldados regulares; ahora la hacen soldados no regulares. Ésta puede ser la razón de por qué resultan tan salvajes las contiendas posmodernas, de por qué los crímenes de guerra y las atrocidades son actualmente intrínsecas al propio desarrollo bélico". Cuan-do leí por primera vez las reflexiones de Ignatieff sobre los conflictos armados tras la última guerra mundial no pude evitar una reacción de rechazo: ¿acaso estaba queriendo decir que hay guerras honorables y guerras deshonrosas? ¿no son todas las guerras guerras sucias? En los primeros años ochenta me declaré objetor de conciencia firmando la declaración colectiva del Movimiento de Objeción de Conciencia. Soy objetor fiscal y me he solidarizado de múltiples formas con los insumisos juzgados o presos: con autoinculpaciones, actuando en los juicios como testigo de la defensa, manifestándome en la calle o participando en ruedas de prensa. Para mí, establecer diferencias entre unas guerras y otras es físicamente imposible. Sin embargo, cada vez comprendo mejor la distinción que realiza el periodista e historiador canadiense.En las guerras tradicionales existía un código de honor de los guerreros (que en el caso de Occidente se plasmó en la Convención de Ginebra de 1906) en virtud del cual se diferenciaba entre combatientes y no combatientes, entre armas legítimas y otras que no lo eran, se acordaba dar un trato digno a heridos o prisioneros, etc. Y, como dice Ignatieff, "aunque los códigos se incumplían con la misma frecuencia que se observaban, la guerra sin ellos no pasaba de ser una vulgar carnicería". Nada de eso cabe encontrar en la actualidad. Algún experto ha acuñado el término de "guerra harapienta" para caracterizar los conflictos bélicos que desde hace años ahogan en sangre Argelia, Colombia, Chechenia, Ruanda o Sri Lanka. Son guerras excepcionalmente brutales y sucias no ya desde una perspectiva pacifista sino incluso desde una perspectiva estric-tamente militar. Brutales y sucias hasta para ser guerras, con las poblaciones civiles sometidas a las más bárbaras necesidades de los combatientes que practican contra ellas el amedrentamiento, la extorsión, la tortura o la violación. Yugoslavia ha sido y será el vergonzoso paradigma de estas guerras sin ley y sin honor.

Personalmente nunca podré distinguir, como han hecho o hacen tantas personas, entre esta ETA y la ETA del pasado: estos lodos vienen de aquellos polvos. Pero hasta quienes se limitan a caracterizar la lucha armada como "un instrumento político", sin entrar a valorar las consecuencias que se derivan del uso de un instrumento tal (incurriendo así, por cierto, en la mayor de las contradicciones, pues un instrumento utilizado sin una previa valoración de sus efectos se convierte, en realidad, no en un medio sino en un fin), hasta quienes así piensan, digo, deberían ver que cada vez más ETA está transformando el llamado conflicto vasco en un conflicto harapiento, en una sucesión de acciones brutales y sucias hasta para ser acciones de lucha armada. Lejos de cualquier atisbo de pacifismo, exclusivamente desde una perspectiva política radical, no entiendo cómo es posible que en el seno del MLNV no se alcen por doquier voces que cuestionen esta guerra sin honor, esta violencia bárbara que no hace distinción de personas, de armas, de tiempos ni de lugares. Decía María San Gil en una entrevista publicada el 22 de octubre en EL PAÍS Semanal que había llegado a asumir el hecho de tener que vivir amenazada durante la semana, mientras ejerce su labor de representante de miles de ciudadanos donostiarras, pero que tendría que haber una especie de acuerdo para que el fin de semana pudiera pasear con sus hijos sin temor. Es tremendo. Toda la violencia es hoy violencia de persecución. El atentado de San Sebastián contra un matrimonio de periodistas y su hijo de año y medio cuando salían de casa es el último acto de una guerra harapienta, de una vulgar carnicería, de la que está ausente cualquier atisbo de honor.

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