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48º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Un vigoroso relato de amor y un endeble 'thriller' se estorban dentro de 'Plenilunio'

Concursan un interesante filme del francés Ozon y el primer largometraje del irlandés Liddy

Plenilunio, basada en la novela de Muñoz Molina, con guión escrito por Elvira Lindo e Imanol Uribe y dirigida por éste, no obtuvo buena acogida. En la sesión nocturna, exclusiva para periodistas, se oyeron sólo silencios y rechazos; y en la sesión mañanera, para público de pago, el rechazo se atenuó y se produjo una tibia, sin entusiasmos, división de opiniones que explica el mal de fondo que padece esta obra, bella a ratos pero en conjunto fallida, en la que quieren convivir, y no lo logran, porque su colisión rompe el equilibrio interior, una vigorosa historia de amor y un endeble relato policiaco.

La grieta formal por donde hace agua el armazón de esta ambiciosa, a ratos hermosa y en conjunto quebrada, desequilibrada y fallida película, hay que buscarla en su zona oculta, en un aspecto de la lógica de su escritura y concretamente en el exceso de sumisión de los guionistas Lindo y Uribe a algunos elementos de la arquitectura novelesca de Muñoz Molina que debieran hacer transformado y no lo han hecho.La conversión en cine de una novela exige (si, como Plenilunio, es una verdadera novela y no un mal guión cinematográfico travestido de novela, impostura hoy bastante frecuente) emprender mutaciones muy profundas en el enfoque del relato, en la estructura temporal de los sucesos relatados y en las composiciones de los personajes que dan cauce y vida a esa estructura. El test más sencillo, la prueba más veloz y fiable de si en un filme se ha producido o no la conversión de un personaje o una situación novelesca en personaje o situación cinematográfica, hay que buscarlo en algunos rincones de los ritmos del diálogo y de los comportamientos verbales de los tipos. Y aquí, este recurso analítico es, una vez más, esclarecedor.

Son los sonidos llaves que nos abren de par en par las puertas de las imágenes y se convierten en una misteriosa música que nos deja medir si hay o no hay autenticidad y consistencia fílmicas en las interioridades de esas imágenes. El diálogo, el habla del filme es, con sorprendente frecuencia, un bisturí que abre en canal las tripas de los comportamientos y los sucesos visuales. Plenilunio no es una excepción. Una quiebra íntima en la construcción del filme aflora en el chirrido de las disonancias de unos leves monólogos del personaje del asesino que (heroicamente, porque es casi una misión imposible) interpreta Juan Diego Botto. Y es así, porque esa forma verbal, que es engranaje del lenguaje natural y pan diario del flujo verbal de la novela de Muñoz Molina, en la pantalla de Uribe se convierte en un despropósito, que pone en estado de evidencia a un grueso error de composición existente en la zona del guión destinada a convertir en cine el oscuro y trágico enigma policiaco, el thriller de fondo, que se mueve dentro de las páginas del libro desencadenante.

De ahí que la conversión en cine del libro esté en Plenilunio herida por una deficiencia de escritura, de la que esos monólogos son un indicio seguro, pero no el único. Hay muchos otros que, como los referidos, son absorbidos y transformados en verdadero cine por el talento de un reparto que es el verdadero sujeto de las hermosuras del filme y que está compuesto, además de por Juan Diego Botto, por otros, más veteranos, aristócratas de su oficio, como Chete Lera, María Galiana, Fernán-Gómez y, sobre todo, Adriana Ozores y Miguel Angel Solá, gente sabia, cautivadora y magnífica que, con una fugaz y conmovedora triangulación de Charo López, nos dan el magistral idilio de rostros que saca a Imanol Uribe las castañas del fuego y proporcionan a su película momentos de extroaordinaria verdad y hermosura.

Y otro enésimo caso de un intérprete de genio que arregla los embrollos en que le meten sus directores. Como sus colegas españoles, la eminente actriz inglesa Charlotte Rampling saca las castañas del fuego a François Ozon en el filme francés Bajo la arena, que es interesante, pero que sería mucho menos cine sin el sereno y explosivo empuje que la actriz da a sus imágenes. Es el relato de un dolor que se hace poema trágico gracias a la mirada sesgada de los ojos de esta gran artista, que siguen siendo el mismo asombroso misterio de hondura y transparencia que fueron cuando se abrieron a las pantallas hace más de tres décadas

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