Trasterrados de toda ralea en la sección Zabaltegi
El supuesto es improbable, aunque válido como cualquiera: ¿y si un compositor desconocido fuera en realidad el autor de algunas de las canciones de los Beatles? Con este punto de arranque, un actor resultón, Alex O'Dogherty, y una buena dosis de osadía, Santiago Amodeo y Alberto Rodríguez han realizado El factor Pilgrim. Una película que mezcla con desparpajo actores de diferentes nacionalidades -sueca, italiana, británica, amén de española- y que, en general, exhibe el look visual propio de una película independiente estadounidense. Su problema, no obstante, es que la anécdota que le sirve de coartada se agota pronto y resulta más divertida contada que vista en la pantalla. Sus personajes, el plato fuerte de la función, están bien descritos, se nota cierta frescura de los dos cineastas a la hora de narrar, pero poco más. Tiene sentido su inclusión, tercera película hispana, en la selección de Zabaltegi / Zona Abierta, pero sus posibilidades para hacerse con el premio de 25 millones de pesetas parecen limitadas.No sólo de españoles trasterrados se nutrió ayer la, por otra parte, inflada programación de la más arriesgada sección del festival. De hecho, tan trasterrado como Amodeo y Rodríguez resulta el alemán M. X. Oberg, quien en Undertaker's paradise realiza un homenaje a las comedias británicas de posguerra situando la acción de su película en la costa de Gales, en el pueblo con la tasa de edad más elevada del Reino Unido. El detalle no es banal, toda vez que el tema de la película no es otro que los desvelos de un espabilado joven alemán por abrir... una empresa de pompas fúnebres. Le ayuda en sus devaneos un viejo clarinetista de jazz (Ben Gazzara), cuya artrosis lo está retirando a marchas forzadas del negocio. Pero la ayuda de este insólito ángel de la guarda consistirá principalmente en allanarle el camino... para que prospere su sueño.
La película, de un clasicismo elegante y respetuosa de la integridad moral de sus personajes, sólo tiene un defecto para resultar redonda: le falta el gramo de locura, de mala baba, del que hacían gala las viejas, adorables comedias de la Ealing cuyo espíritu sobrevuela el filme. Es agradable de ver, aporta detalles significativos, sobre todo cuanto rodea ese tema tabú de nuestra cultura que es la muerte, y tiene la justa duración necesaria para contar su historia.
También de trasterrados habla la segunda película como director, junto con Pascal Arnold, del actor Jean-Marc Barr, fetiche del director danés Lars von Trier, padre del movimiento Dogma. Barr y Arnold venden su criatura como la segunda parte de una trilogía "del cine libre", pero el problema del filme, que cuenta con actrices como Elodie Bouchez o Patricia Arquette, es que lo que narra, rodado en vídeo, sin apenas música, ha sido ya visto mil veces: qué le ocurre a un ciudadano de una comunidad cerrada de Illinois cuando incumple las tácitas leyes del buen sentido, una denuncia tan elemental como previsible de la intolerancia y el puritanismo.
Babelia
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