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Militar o sufrir

Vicente Molina Foix

Aunque el papa lo ignore y la doctrina de varias santas iglesias lo castigue, hay más de una manera de ser, más de un amor posible entre los seres. Anteayer, en este mismo periódico, Miguel Ángel Villena entrevistaba a un teniente coronel del ejército español que sólo ofrecía como respuesta dos verdades; la de su ser valiente (en el hipócrita e imperativo medio donde se mueve), la de su forma de amar (a hombres, siendo él hombre y soldado). Un militar ha hablado de lo que muchos no se atreven a llamar por su nombre, pero la vida corriente seguirá con su conjunto de silenciosos y habladores, de satisfechos en la mentira y rebeldes infelices, de entregados amantes tormentosos y picaflores de lo efímero.Culpas. ¿Quién tiene la culpa de las cosas? El papa y los que son tan papistas como él (con este pontífice, más no se puede) dirán que el mundo permisivo de hoy ha hecho salir viciosos atrevidísimos de las piedras, y de los armarios a mariposas, polillas y algún que otro parásito urticante. Yo tengo una verdad diferente, aunque no la sostenga urbi et orbe: también los gobernantes y los legisladores, los mass media, las iglesias, las instituciones, pueden ser desenfrenadamente viciosas. ¿Dónde he leído esta frase: "Un vicio de la sociedad transforma mi rectitud en vicio"?

Lecturas de verano. Aún están ustedes a tiempo, ya que el calor no arrecia, de pescar dos de los libros más hermosos del año, sembrados de personajes 'viciosos', de verdades y de la mejor literatura posible. Y tan distintos entre sí como usted, lector, y como yo, que somos como podemos y amamos a quien queremos. De El libro blanco, de Jean Cocteau (Editorial La Máscara), he sacado la cita anterior, y confieso enseguida mis afinidades: me gusta tanto que le he escrito el prólogo a ésta (si no me equivoco) primera edición suya en castellano. Publicado anónimamente en 1928, ha sido siempre un libro escandaloso y subrepticio, sobre todo cuando, en ediciones posteriores, Cocteau, que nunca acababa de confirmar la autoría supuesta por el 'todo París', lo ilustró con unos dibujos deliciosos y francamente homosexuales. Quien lo compre hoy en el mercado libre y vea la profusión de marineros y vergas no ha de tomar el rábano por las hojas; el texto constituye una extraordinaria novela de iniciación (homo)sexual y un serio pero no mendicante alegato en pro de la identidad gay. El joven narrador confiesa desde las primera páginas su pasión por el sexo fuerte, que él ve "legítimo llamar el bello sexo". ¡Legitimidades! Cocteau tuvo la suerte de poder ser un prototipo de homosexual radiante y descubierto, pero su alter ego de El libro blanco se considera víctima de una sociedad viciosa: "no acepto que sólo se me tolere". Víctima, no reo. Por eso El libro blanco es tan desvergonzado y tan coqueto, tan jubiloso, tan positivo y lleno de una luz que no se tapa.

Lo contrario de Confusión de los sentimientos, la novela corta de Stefan Zweig contenida en su excelente libro de relatos Sueños olvidados (Alba Editorial). Zweig es otro clásico contemporáneo, pero del género sufrido; en 1942, después de haber huído de la Alemania nazi, se suicidó con su mujer en Brasil, convencidos ambos de la inminente derrota general de los valores por los que se regían. Zweig no era gay, sino humanista en un grado tan intenso que hoy sus fogosos arrebatos a favor de los libros, los artistas puros y lo que él llama la "concentración interior" pueden quizá sofocar al lector de la predominante literatura anaeróbica. El profesor protagonista de Confusión de los sentimientos está casado socialmente y ama a los chicos tanto o más que a Shakespeare y los dramaturgos isabelinos que explica arrebatadamente en sus clases. Pero sufre, porque al acabarlas la fascinación que ejerce entre los alumnos no puede llevarla al exterior del aula, temeroso de revelar sus verdaderos sentimientos en el reducto de una pequeña ciudad alemana de principios de siglo. Al narrador, su estudiante favorito y amado, no le atraen los hombres, aunque sin duda está espiritualmente enamorado del maestro. Cuando en el desenlace escucha el turbulento relato de la permanente ocultación que ha sido la vida de su ídolo, el muchacho lo ve como un héroe. Un héroe doliente y amargado, insatisfecho, incompleto. Derrotado, a la postre.

¿Es Zweig un escritor de época? Los cuarteles, las sacristías, los parlamentos, las calles de los pueblos pequeños; siento curiosidad por saber si la España negra nos dejará leer en paz los libros blancos.

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