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Adiós, Carmiña

Ya no volveremos a ver esa alegre melena blanca bajo la boina ladeada. Y un prendedor, o un broche; ni ese aire tan encantador y personal de señora art déco, esos ojillos tan vivos, esa figura decidida y desenvuelta, esa manera llana y culta de hablar, esa voz aguda, un punto bruscota, con que llamaba a las cosas por su nombre, como debe ser. Menos mal que su amor por nuestro idioma lo deja también en sus libros, porque muy pocas veces he conocido a alguien tan exigente y tan tierna con el lenguaje como lo era ella. Falta nos va a hacer.

Y ya no va a haber más conversaciones sobre literatura, ni más encuentros en alguno de esos cócteles donde se te alegraba el ánimo con sólo verla chispear por ahí enmedio, sentada o en corro, siempre rodeada de amigos. Y lo peor es que con Calila se va una manera irrepetible de vivir, luchar y escribir.

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El mundo literario llora y elogia a Carmen Martín Gaite, escritora pionera y vitalista

Un día, hablando con Antonio Martínez Sarrión, descubrimos que a ambos nos había marcado del mismo modo una noticia leída en el periódico el Día de Reyes de 1957.

Era una página cultural del desaparecido diario Pueblo; una página en la que se veía la fotografía de una muchacha menuda, de pelo negro, rasgos finos y una mirada muy interesante, que confesaba haberse bebido una botella de vino tinto, mientras esperaba el resultado de las votaciones en secreto, porque no le había dicho a nadie que se presentaba al Premio Nadal con una novela titulada Entre visillos.

Lo que nos impresionó fue lo de la botella de tinto: tuvimos la sensación de haber descubierto otra mujer, otro mundo, otra vida y todo un carácter. ¡Una mujer, en el año 57, dándole al tinto mientras espera la concesión de un premio y declarando luego en público! Nunca llegamos a olvidarlo; es una imagen clara y rotunda de nuestra iconografía de la adolescencia.

Pues esa muchacha y esa preciosa señora art déco se han ido ayer. Sólo se me ocurre añadir que ambas tenían el mismo valor moral y personal.

Carmen Martín Gaite es una de las poquísimas personas a las que no he visto cambiar por cuenta del éxito. Por cuenta de la vida, sí, como corresponde a alguien que va de cara; por cuenta del éxito, jamás, como corresponde a alguien de verdadera entidad moral, de verdadera dignidad personal. Y no ya su éxito -que al fin y al cabo es conseguir lo que uno se propone, y no es poco-, sino también la popularidad, que tan difícilmente soporta alguien sin estropear sus mejores cualidades.

Carmen Martín Gaite ha sido un ejemplo de amistad, vocación y palabra del primero al último día de su vida. Adiós, Carmiña. Descansa en paz.

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