El catalanismo y los otros nacionalismos MIQUEL CAMINAL BADIA
Vuelven tiempos de moderación en el catalanismo. Mientras el nacionalismo español y el nacionalismo vasco matienen un pulso desde las esencias y los mitos de sus creencias nacionales, el catalanismo en todas sus caras está demostrando nuevamente que es más laico que religioso, más pragmático que esencialista. Desde Almirall a Trias Fargas, casi todos los catalanismos han antepuesto la libertad a la nación, incluida Cataluña, y han entendido que Cataluña forma parte de España, pero no de una España autoritaria que niega la pluralidad de sus gentes y naciones, sino de una España en libertad.El catalanismo fue plural desde sus orígenes y dividido en dos grandes corrientes, la regionalista y la federalista. Una y otra fueron permeables a la influencia del nacionalismo, especialmente a lo largo del siglo XX y a partir de la teoría "compartida" sobre la autodeterminación de Wilson y Lenin. No es casualidad que dos años tan trascendentales para el mundo de las naciones como 1918 y 1989 hayan tenido una influencia muy directa en la radicalización (nacionalista) del catalanismo. Los cambios en el concierto mundial de los estados y naciones han tenido una lógica influencia soberanista en el catalanismo. De igual manera, las involuciones autoritarias en la política española han sido causantes de legítimas actitudes independentistas dentro del catalanismo. En el fondo, todos los catalanistas nos sentimos fuera de España cuando nos la imponen desde San Millán de la Cogolla. Una España compartida por todos sólo es posible desde la libertad, desde la igualdad entre las culturas y lenguas españolas, y desde el autogobierno de sus nacionalidades y regiones.
Esto lo ha de tener clarísimo el Partido Popular si quiere mejorar su imagen y peso político en Cataluña. La libertad es incompatible con la imposición por decreto de una idea de España. Pero desde hace unos años el PP se ha apropiado de la Constitución. Mejor dicho: de una lectura de la Constitución. Ha hecho bandera nacionalista de su apropiación, y con un claro mensaje: "Lo que hay y no más". El PP, con la denominación de Alianza Popular, fue un partido al que le costó olvidar las Leyes Fundamentales de la dictadura franquista. Algo todavía tendrá de partido inmovilista si lee la Constitución como un dogma de lectura única y sin posibilidad de reforma. La actitud cerrada y sin distinciones con que se enfrenta al nacionalismo vasco favorece a los sectores más extremistas de éste y participa de un neonacionalismo español que ampara su intransigencia con la excusa de la violencia terrorista.
El catalanismo en todas sus tendencias ha sido rotundo en la condena del terrorismo nacionalista. También ha sido mayoritariamente crítico con relación a los errores cometidos por el PNV en su intento de encontrar vías negociadas que acabaran con la violencia etarra. Pero será unánimemente condenatorio contra el Gobierno del PP si insiste en una actitud de guardián de las esencias de la nación española que signifiquen un retroceso o amenaza contra la pluralidad nacional y cultural de España. Son demasiadas las veces que hemos leído artículos u oído en tertulias radifónicas discursos que empiezan hablando de ETA, continúan denunciando a todo el nacionalismo vasco y aprovechan la ocasión para lanzar alguna que otra pulla contra el catalanismo. Así no se apagan los fuegos. Al contrario, se propagan y queman a todos. ETA sólo asesina por la espalda y no defiende la libertad de nada ni de nadie. Por lo tanto, están fuera de lugar los discursos interesados en relacionarla de una forma u otra con los nacionalismos democráticos. Y eso es lo que se hace cuando se acusa a éstos de no ser suficientemente concluyentes en su condena y acción contra ETA y su entorno político.
El aislamiento político y la desaparición de ETA implican, como condición necesaria, la unión y la lealtad entre todas las fuerzas políticas democráticas. Cualquier división o deslealtad entre éstas favorece los intereses de aquélla. Es una irresponsabilidad moral y política la utilización del terrorismo etarra para ganar elecciones o para acusar a otras fuerzas democráticas. Nadie debería hacer política con ETA o contra ETA. La política legítima pertenece exclusivamente a las fuerzas democráticas que dirimen sus diferencias dentro de la democracia constitucional. Así lo ha defendido siempre el catalanismo en sus distintas opciones políticas. Más aún en los últimos tiempos, cuando nuevamente se promueven propuestas que se inscriben más en el desarrollo federal del Estado de las autonomías que en la afirmación testimonial de principios soberanistas. Autonomismo y federalismo han sido y son las características dominantes del catalanismo. Pero si la moderación recibe el mismo trato intransigente por parte del Gobierno del PP, si se extiende la idea de que su lectura restrictiva de la Constitución expresa el punto final en el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado y en el desarrollo del autogobierno de las nacionalidades, los conflictos nacionales en España se acentuarán.
La política democrática requiere acuerdos y no imposiciones. La imposición es la antipolítica, proceda de donde proceda y cualesquiera que sean los métodos utilizados.
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