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Feria de San Fermin

Julijuli

Julijuli: ¿Había tenido antes alguien semejante ocurrencia? Pues esa nueva voz que va a enriquecer la jerga taurómaca se les vino a la mente a los mozos de las peñas pamplonesas para corear las apoteósicas intervenciones de El Juli.Julijuli, plas-plas; julijuli, plas-plas, tronaban los tendidos de sol proclamando al orbe (o por lo menos a todo el orbe que hay de aquí a Tafalla) que El Juli es un tío legal, un fenómeno de la naturaleza.

Cuando lo dicen por algo será, claro. No vamos a discutir. Sin embargo, viendo lo que le hacía El Juli al toro minusválido, impresentable y amorfo que le sacaron en primer lugar, uno no le encontraba ni el mérito, ni la gracia, ni el busilis para que se armara tanto jaleo. Incluso añadiría que calladitos todos y marcándose una de disimulo le habrían prestado mejor servicio a la causa julista.

Núñez / Caballero, Dávila, Juli

Toros de Joaquín Núñez, faltos de presencia para una feria del toro, varios sin trapío -3º, impresentable e inválido-, flojos, de poca casta y bastante mansedumbre y borreguez, excepto 2º, bravo.Manuel Caballero: estocada tendida trasera, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio); pinchazo y estocada trasera (silencio). Dávila Miura: espadazo que se pierde en el vacío al hacer un extraño el toro y se cae al suelo el torero, y estocada caída (ovación y salida al tercio); estocada corta traserísima caída -aviso- y descabello (saluda por su cuenta y provoca aplausos). El Juli: cinco pinchazos -aviso-, dos pinchazos más y descabello (ovación y salida al tercio); estocada caída perdiendo la muleta -aviso- y dobla el toro (oreja con minoritaria petición). Enfermería: el banderillero Juan Pedro Alcantud, cogido por el 1º, asistido de cornada grave en un pierna y dos puntazos. Plaza de Pamplona, 12 de julio. 8ª corrida de feria. Lleno.

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Los de colorao

Porque las intervenciones de El Juli eran de pueblo, dicho sin ánimo de ofender a los pueblos. Y cuando un torero torea de pueblo, lo mejor que puede hacer la facción partidaria es mirar para otro lado silbando El sitio de Zaragoza.

Pegó El Juli unas verónicas de parón, quitó mediante un fregado de faroles y gaoneras, cuarteó tres pares de banderillas de horrenda factura y pésima colocación, y para el faenar muleteril se puso tremendista.

Uno no reprocharía a El Juli el tremendismo con aquel toro inválido e indigente porque la verdad es que se lo pusieron como a Felipe II. Los mozos de las peñas y el público en general, le estaban dejando claro con aquellas desaforadas manifestaciones de júbilo que valía todo y todo se lo iba a aclamar. Había un pacto tácito entre El Juli y sus partidarios: tú finges que te vas a suicidar, nosotros hacemos que nos lo creemos y te cantamos el julijuli, acompañado del plas-plas, que son palmas.

Y eso sucedió. Poniéndose encimista y pendulando la pañosa El Juli mientras el toro exhalaba sus últimos estertores, la plaza entera se proclamaba juligan, las mujeres pegaban gritos de terror, los hombres también sólo que arronqueciendo la voz al modo macho, y aquella barahúnda habría desembocado en sobrenatural delirio si no fuera porque falló El Juli, tiene bemoles el asunto. Y fue El Juli y se puso a pinchar, y mató a la última. Y el público ya no pudo hacer que se creía que se iba a suicidar. Y -ahora sí- se puso a mirar para otro lado silbando El sitio de Zaragoza, y a rebuscar en el bolsón las cazuelicas de ajoarriero y de magras con tomate, cuyo saboreo es un eficaz liberador de frustraciones; el mejor.

La tarde venía juliana, estaba escrito. Manuel Caballero y Dávila Miura habrían podido torcer el curso de la historia con sólo ponerse a torear pero no fueron capaces. Manuel Caballero convertido en vulgar pegapases y Dávila Miura un tanto torpón, no podían con ese julijuli que parece atravesar horas bajas.

Manuel Caballero muleteó sin temple ni hondura a dos mansurrones de corto recorrido. El primero de ellos cogió a Juan Pedro Alcantud al reunir un par de banderillas y pareció que el hombre no tenía nada pero llevaba una cornada seria. Si influyó el percance en el ánimo de Caballero eso sólo lo sabrá el propio Caballero. Aunque podría ser, dadas las precauciones que se tomó para trastear los paupérrimos ejemplares de su lote.

El segundo de la tarde, en cambio, sacó bravura, achuchó a Dávila Miura durante su faenar y se recreció al verlo desvalido de recursos lidiadores. Ýa lo advertían los viejos maestros en tauromaquia: "Si no mandas tú, manda el toro". Al quinto, que se comportó manejable, le sacó Dávila dos tandas de redondos y una de naturales con cierta ligazón y pues el público le hacía poco caso, intentó conmoverlo -sin éxito- con una ración de rodillazos.

Y con estas se llegó de nuevo a El Juli, al toreo de pueblo de El Juli, al horripilante tercio de banderillas, al tremendista muletear, en tanto el toro manseaba al estilo asnal buscando su querencia a chiqueros y los mozos intentaban descubrir cualquier motivo que les diese oportunidad de entonar el julijuli, plas-plas. Finalmente El Juli mató a la primera, consiguieron que le regalaran una oreja, y dio la vuelta al ruedo con aires de triunfador. Pero no es verdad. Lo del Juli y el julijuli fue un artificio, un enredo grotesco, una farsa, la clásica historia para no dormir.

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