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Feria de San Fermín

Los de colorao

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Julijuli

Rastrojo es pastor. Cuando se abre la puerta de los corrales de Santo Domingo, él y sus compañeros son los encargados de azuzar a la manada rumbo a la plaza. El orden es siempre el mismo: primero, los corredores; detrás, los toros, y, por último, Chichipán, Fran, Rastrojo y los demás pastores. A su hablar parco se une una habilidad contrastada para repartir varazos en cuanto al primer incauto se le ocurre agarrar el cuerpo del astado o, pues de todo hay, susurrar al oído de los bureles el Bolero de Ravel. Así se comete la primera imprudencia, llega raudo el contrapunto. ¡Zas! y otra vez ¡zas! Se acabó el concierto y el corredor imprudente que se arranca con un ¡ay! de un jondo que enternece.Todo esto viene a cuento de la sabiduría que destilan los siempre fruncidos entrecejos de los pastores. "Vamos a ver . El encierro lo corren 12 toros. Sí, seis de ellos son mansos, pero hijos de bravo igual que los otros". La frase tiene visos de cita clásica. Rastrojo dixit.

Pues bien, desde que empezaron los sanfermines 2000, los bueyes llevan repartiendo estopa con un afán digno de otros tiempos. En concreto, un cabestro colorao. Suena el primer cohete, sale el manso pimentonero y arrasa. Él fue el culpable del único lesionado muy grave de este año (Juan José Pérez Capapay). Corre el primero y, sin detenerse ni a pedir la hora, barre de un plumazo el recorrido entero hasta chiqueros. Se dice que allí se relaja y se aprieta un pitillo. Habladurías.

Ayer volvió a hacer de las suyas; él y los bravos, que, parafraseando a Rastrojo, todo son cuernos. El piso mojado, una fina lluvia que cala el pavimento y mucho espacio para correr. Conclusión: dos corneados graves.

Apenas la manada de Núñez del Cuvillo se dispone a dar las primeras galopadas, llegan los sustos. El primer tramo del encierro se corre cuesta arriba a los pies de la hornacina donde habita el santo. Las carreras que allí se ven son destellos, golpes de adrenalina que dejan las vías respiratorias como si se hubiesen ingerido tres tarros de Vicksvaporub.Los toros barren el lado derecho y en las astas de uno de ellos gira en redondo el cuerpo de Patxi J. M., de 36 años. Un puntazo de seis centímetros en la pierna da cuenta de la violenta embestida. Por detrás, Asturiano (que es un toro) pierde los cuartos traseros. Queda rezagado y Jorge Aranguren Ardanaz no lo ve. Arrollado. Esta vez, el muslo de este pamplonés de 19 años es el que levanta acta (una cornada de 25 centímetros que diseca el abductor) de una verdad tan grande como la voluntad del Señor: los patinazos no discriminan especie animal alguna (racional, cornúpeta o las dos cosas). Isidro A.L., de 34 años, sufrió una contusión dorsal y ocho mozos más fueron regando los hospitales de contusiones, traumatismos, dolores y más resbalones. Lo dicho, no discriminan.

Acto seguido, la manada se fractura. Se ven hermosas carreras con los cuerpos de los mozos lanzando hilos sobre la punta de la muerte. Detrás de todos, muy por detrás, Ventanero (que también es toro). Un morlaco rezagado es como un mono con dos pistolas: igual va de frente, que recula, que dispara contra Tarzán.

Todo a lo largo de la Estafeta, Ventanero fue dejando abierta de par en par la inminencia de la tragedia. No pasó nada más. El encierro se demoró casi cuatro minutos y sobre la garganta de la concurrencia quedó el sabor agrio del color tostado. Tanto el cabestro que llegó el primero como el citado Ventanero, que fue el último, son coloraos. Coloraos y, como dijo el clásico, toros. Rastrojo es pastor, filósofo y cada una de sus frases es un golpe de sentido común. Ni más ni menos.

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