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ENRIC BANDA - SECRETARIO GENERAL DE LA FUNDACIÓN EUROPEA DE LA CIENCIA

"Los gobiernos tienen que encargar estudios independientes sobre los transgénicos"

Javier Sampedro

La Fundación Europea de la Ciencia, con sede en Estrasburgo, es el más influyente organismo consultivo científico europeo independiente de las instituciones comunitarias. Agrupa a 67 entidades científicas, incluyendo a todas las grandes instituciones estatales de los países de la UE (el Max Planck alemán, el Medical Research Council británico, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas español, etcétera). Su secretario general, el físico Enric Banda, está decidido a promover una política europea sobre los alimentos transgénicos basada en la racionalidad científica, y no en las consignas radicales de los grupos ecologistas ni en los intereses económicos de la industria, que han esterilizado el debate mediante su polarización en dos extremos irreconciliables.Banda (Girona, 1948), que fue secretario de Estado de Universidades e Investigación en la última etapa socialista, charló ayer en Madrid sobre el Impacto sanitario y medioambiental de los productos transgénicos, invitado por la Fundación de Ciencias de la Salud.

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Pregunta. La gran controversia social sobre los transgénicos ¿refleja un debate científico de fondo?

Respuesta. No. El debate no es científico. En parte es ético, porque con esta tecnología se producen unas combinaciones genéticas que no se darían en la naturaleza, y hay quien opina que esto es una transgresión de las leyes naturales, una forma de jugar a ser Dios. Y también hay un debate sobre las consecuencias de esta tecnología, sean para la salud humana o para el medio ambiente.

P. En este asunto, la sociedad parece más preocupada por el medio ambiente que por la salud humana, ¿no?

R. La razón de esa paradoja es que los grupos que más se han interesado por los transgénicos son asociaciones ecologistas. Hay que tener en cuenta que los transgénicos se han venido consumiendo durante los últimos 10 o 15 años, sobre todo en Estados Unidos, y no hay la menor evidencia de sus perjuicios para la salud. Sobre el medio ambiente, en cambio, existe la duda de que los transgénicos puedan reducir la biodiversidad. No por la tecnología de modificación genética en sí misma, sino por la intensificación de los cultivos.

P. El pilar de la política europea sobre transgénicos es el principio de precaución: prohibir en caso de duda, aunque no haya evidencias sólidas de los riesgos. ¿Sería este principio admisible, por ejemplo, con los teléfonos móviles?

R. En cualquier tecnología, el ciudadano evalúa la relación entre el riesgo y el beneficio. Todo el mundo es consciente de los beneficios que reportan los teléfonos móviles, y por tanto los ciudadanos no se preocupan por el supuesto riesgo que les puede suponer meterse ondas electromagnéticas por las orejas. En el caso de los transgénicos, en el que los riesgos tampoco están demostrados, el problema es que los beneficios no se perciben por el ciudadano. Éste es el debate que hay que racionalizar: no hay nada blanco o negro, sino toda una gama de grises que hay que evaluar caso por caso. Lo que no puede ser es que Europa no tenga una postura sobre los transgénicos. Hay que informar al ciudadano, involucrarle en el debate y luego adoptar una postura racional.

P. Una crítica común es que las investigaciones sobre los riesgos las hacen las propias empresas que los venden.

R. No es siempre exacto, pero es cierto que las empresas han encargado estudios. Los grupos ecologistas tienen razón en que las decisiones políticas no se pueden basar en los estudios de una multinacional que tiene enormes intereses económicos sobre sus resultados. Los gobiernos tienen que encargar al sector público que haga esos estudios independientes -no ligados a los intereses económicos de las empresas- sobre los transgénicos. Todos los políticos europeos se llenan la boca con que la ciencia pública tiene que ser útil para la sociedad. Pues ahí tienen un ejemplo perfecto.

P. Una crítica común es que casi todas las semillas transgénicas están en manos de unas pocas multinacionales.

R. Hay que dejar esa cuestión al mercado. Si llega a darse una situación de monopolio, como ha ocurrido con Microsoft en otro sector, los propios competidores pondrán buen cuidado en detenerlo, si es preciso recurriendo a los tribunales.

P. ¿Es necesaria la tecnología de los transgénicos para alimentar al Tercer Mundo?

R. Actualmente, el hambre no es un problema tecnológico, sino político: se podría paliar con las semillas tradicionales si existiera la voluntad política de hacerlo. El argumento de las multinacionales es un poco cínico en ese punto. Pero dentro de unos años, con una población mundial que sigue creciendo, y sin disponer de más tierras cultivables ni de más agua, llegará un momento en que estas tecnologías serán necesarias.

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