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CiU: su problema de fondo FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Fíjense en la imagen de Jordi Pujol durante los últimos tiempos: en la expresión de su rostro, el rictus de sus labios, la mirada lejana y desvaída, la indecisión de sus movimientos. Es el reflejo gráfico de la crisis por la cual atraviesa su partido y, más allá de éste, la crisis en la cual se halla el conjunto del nacionalismo catalán. En los últimos días, además, la realidad se ha mostrado especialmente cruel: ha presidido el desfile de un ejército que probablemente no considera como suyo y ha tenido que celebrar desde el balcón del Palau de la Generalitat el triunfo del Espanyol en la Copa del Rey, dos acontecimientos que han superado su innegable capacidad de superarse ante las dificultades y de dar una imagen siempre optimista. Conociéndole, es lógico que en ambos casos no se haya comportado a la altura de las circunstancias.Estas constantes adversidades se reflejan también en recientes intervenciones públicas. En la conmemoración de los llamados fets del Palau, llegó a decir que para Cataluña "el momento actual es más difícil que durante el franquismo". Este final de semana, en un aplec de su partido, afirmó que Cataluña está siendo "expoliada". Esta evidente desmesura tiene muy poco que ver con la sociedad catalana de hoy. ¡Qué lejos estamos de aquel Pujol pragmático, realista y assenyat porque estaba seguro de sí mismo!

La distancia entre la Cataluña real y una Cataluña imaginaria, soñada sólo por quienes se consideran sus propietarios, va, pues, en aumento. Algunos de sus seguidores se alejan escépticos. Otros, más fieles, están cansados, perplejos y desorientados. Pujol, consciente de todo ello, les anima a "levantar la moral perdida" y a "recuperar la autoestima". Pero sabe bien que los problemas actuales no son debidos a circunstancias coyunturales, sino que son problemas de fondo. Los detectó perfectamente Mariano Rajoy, vicepresidente del Gobierno, en declaraciones recientes a La Vanguardia, al indicar que el problema de los partidos nacionalistas es que no tienen clara su propia ubicación. Con la sagacidad que le caracteriza, Rajoy les señaló tres posibles opciones: primera, seguir pidiendo más autogobierno; segunda, irse al monte, como ha hecho el PNV, y tercera, aceptar el modelo autonómico. Las tres, sin embargo, sitúan a CiU ante graves dificultades.

Efectivamente, pueden pedir más autogobierno: es la fase en la que todavía hoy está CiU. Pero el hecho de que a partir de las últimas elecciones dependa parlamentariamente del PP -circunstancia diametralmente opuesta a la de la legislatura anterior- hace que los avances en este sentido sean perfectamente descriptibles. Lo indicaba el mismo Rajoy en la citada entrevista: el modelo de Estado de las autonomías está sustancialmente conformado y no deben atribuirse competencias a una comunidad autónoma por la única razón de que quiera asumir más competencias que las demás, sino en todo caso por razones de interés general. Por tanto, esta opción, si no está cerrada del todo, se ha estrechado notoriamente.

La segunda opción, "irse al monte", en la expresión de Rajoy, no tiene en Cataluña las graves connotaciones peyorativas que tiene en el País Vasco. Aquí, irse al monte sería hacer un frente nacionalista con Esquerra y sectores de Iniciativa: cerrar filas, volver al victimismo sistemático y aguantar hasta las próximas elecciones. Es decir, renunciar a influir en Madrid para crear "conciencia nacional" en Cataluña. Lo pide ERC y lo desea un sector de CDC. Pujol puede tomar este camino si no ve otra salida, pero es indudable que no le hace ninguna ilusión: es volver a la resistencia, a marginarse de los poderes económicos y a reducir su electorado para ceder una buena parte de él al PP o a Maragall. Ser buenos, pero pocos: cuanto peor, mejor. Nacional-trotskismo.

La tercera opción, aceptar el Estado de las autonomías y actuar políticamente a partir de él, parece la más razonable. La avalan Unió Democràtica y el sector moderado de Convergència. Una versión de esta posición la ha expresado en los últimos días el recientemente constituido grupo Catalanisme i Progrés, formado por militantes de Convergència procedentes, en su mayoría, del entorno de Miquel Roca. Su programa es claramente moderado: no utilizan los términos nacionalismo y Estado español, sino catalanismo y España; pretenden superar el nacionalismo identitario para centrarlo en las necesidades de las personas, en la Cataluña de los ciudadanos de hoy; admiten que la cultura catalana se expresa tanto en catalán como en castellano; consideran, por último, que los retos actuales son mejorarla eficacia de la Administración, frenar la creciente pérdida de peso económico de Cataluña y cambiar el modelo de organización territorial. Es, por tanto, un proyecto sensato, que rectifica los errores que han causado el descenso de CiU en las cuatro últimas elecciones. El problema de esta opción es, sin embargo, el siguiente: ¿para qué debe existir entonces CiU si estas propuestas y preocupaciones ya forman parte del programa de los partidos rivales, por supuesto del PSC y, actualmente, también del PP? Asumiendo este proyecto, ¿no será CiU una formación política superflua, más todavía a partir de la próxima retirada de Pujol, que suscitaba aún adhesiones personales por razones carismáticas?

Las diversas dificultades de cada una de estas opciones ponen de relieve cuál es el auténtico problema de fondo de CiU. Invalidada la primera opción por los resultados de las recientes elecciones generales y la posibilidad de seguir siendo "decisivos" en Madrid, sólo quedan las otras dos: la de más nacionalismo y la de menos nacionalismo. La primera conduce a una relativa marginalidad en la política catalana; la segunda, a una falta de identidad propia.

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Quizá ha llegado el momento en el cual Pujol debe admitir que para una mayoría de los catalanes la autonomía no sólo se ha logrado, sino que se ha desarrollado de manera suficiente. Tenemos instituciones políticas con amplias competencias y hemos normalizado la situación de la lengua catalana: olvidémonos, pues, de más reivindicaciones. A partir de ahora, el Gobierno de la Generalitat debe dedicarse a resolver los problemas de nuestra vida cotidiana, nuestros diarios problemas sociales y económicos, como por otra parte hacen la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo. Probablemente, durante un tiempo habrá en Cataluña alrededor de un 20% de votos que apuesten por opciones que se definan como nacionalistas: éste es, más o menos, el espacio que les puede quedar. El resto de los ciudadanos nos dividiremos en lo que es natural en un país normal: derecha, centro e izquierda.

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