"Espero no sentirme la figura exótica"
Un bosque de flores y dos secretarias abarrotan su antedespacho del Centro de Estudios Constitucionales, el organismo que dirige desde 1996. El centro, que depende de Presidencia del Gobierno, está situado en un enorme palacio del XVIII, su época favorita como historiadora de las ideas. Carmen Iglesias (Madrid, 1942) casi llena el edificio con su presencia. Resuelta, muy delgada, sonriente y eficaz, recorre los salones con su elegante traje beis, va escaleras arriba y abajo, se hace fotos, recibe y despide al profesor Manuel Alvar, atiende la llamada de un periódico...Lleva todo el día así, entre parabienes y entrevistas. Es, sin duda, la mujer del día. O quizá del año. Acaba de abrir una puerta férreamente cerrada a las féminas, la de la Real Academia Española (hay sólo tres antecedentes, en 300 años). Y su elección, casi unánime (21 votos de 33), tiene mucho de símbolo; primero, suena a pistoletazo de salida de la última revolución pendiente de la Academia (firmado el convenio con Bill Gates, toca incorporar a las mujeres); segundo, parece el broche de oro a la dorada carrera de Carmen Iglesias Cano, una pionera con fama de inteligente, ambiciosa, habilidosa y valiente, cuyo currículo personal y científico casi asusta.
Niña de la posguerra, hija única de infancia feliz; estudiante sobresaliente desde pequeña ("un día oí a dos catedráticos de mi instituto decir: 'Qué lástima que esta Iglesias sea mujer, con la cabeza que tiene"); universitaria militante en grupos antifranquistas como el Felipe ("me aburrían mucho las asambleas y los panfletos, y eso me dejó estudiar más"), catedrática precoz y mujer separada (sin hijos) más precozmente aún; autora de numerosas monografías y publicaciones, experta en la Ilustración; preceptora del Príncipe Felipe ("es muy listo y tiene una gran curiosidad por todo, la historia la literatura... Se casará muy bien, pero cuando él quiera") y antes tutora de la Infanta Cristina, Iglesias fue ya la segunda mujer en ingresar (en 1989) en la Academia de la Historia ("allí me divierto y aprendo mucho")...
Pregunta. ¿Qué siente aquella joven rebelde en un momento tan solemne como éste?
Respuesta. Pues que la vida es así de maravillosa, que da muchas vueltas, y que, fundamentalmente, sigo siendo humanamente la misma. He evolucionado, como todos, pero mis amigos siguen siendo los de entonces. Como dijo Flaubert, lo importante es vivir con sinceridad de corazón.
P. ¿Y cómo vive una historiadora de las ideas este presente globalizador y tecnológico?
R. No soy de Contemporánea, y los historiadores siempre tenemos muchos prejuicios para acercarnos al presente, pero, dicho esto, creo que es un fenómeno fascinante, y un poco abrumador a la vez, que ha sacado a la luz desajustes graves, desigualdades muy injustas. Como historiadora de las ideas, veo un cambio positivo. Ha surgido un valor que quizá no implique progreso pero que es absolutamente nuevo: la vida, sea la de quién sea, de la raza que sea, se considera ya un valor concreto. Y eso supone un antes y un después.
P. Trabajar en eso parece un camino bonito para la vieja izquierda.
R. Bueno, cada uno tiene su camino. Yo tuve cierta vocación, o mejor dicho supe bien lo que no quería hacer, y luego me he encontrado haciendo lo que me gustaba: el estudio, el conocimiento, y transmitir ese conocimiento. Haciéndolo así, actuando, siento que contribuyo un poco... Los que dicen que esto es igual que antes, no saben lo que dicen. ¡La democracia es un gusto!
P. Aunque hay cosas, como la Academia, que parecen modernizarse despacio...
R. Hay que entender que la Academia tiene 300 años y que ha dado ya un salto enorme. Ha emprendido la revolución tecnológica, y ahora parece que viene la de la mujer. Para mí son las dos grandes revoluciones del siglo. Igual dentro de unos años ya no hay que hacer entrevistas por el género del elegido...
P. El director dice que ayudará usted mucho en el léxico de Ciencias Sociales. ¿Sabe ya lo que tendrá que revisar?
R. Todavía no, pero supongo que habrá que poner al día algunos conceptos formados a principios de siglo. La palabra liberalismo, por ejemplo, era pecado hace muy poco tiempo. Y para algunos lo sigue siendo. Fuera de la Academia, quiero decir.
P. ¿Será un síntoma más de ese masoquismo español que usted siempre denuncia?
R. Probablemente. John Elliot acaba de decir, por enésima vez, que debemos escapar de esa visión hipercrítica, maniquea y nefasta que tenemos de nuestra historia. Si pensamos que el sufragio universal en Francia llegó en 1945, o que Alemania quemó muchas más brujas que España, podremos entender mejor muchas cosas. Incluso porqué la Academia no aceptó a Pardo Bazán o a Concha Espina...
P. Pionera, otra vez...
R. Bueno, estoy acostumbrada. Ahora espero el gusto de no sentirme la figura exótica, o la demonizada. Espero que llegue pronto el momento en que se vea natural que las mujeres sean ambiciosas sin que eso suponga que los hombres van a por ellas o que les dan apoyos muy especiales.
Babelia
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