Una historia que se merece un museo
Durango mantiene un espacio en el palacio de Etxezarreta dedicado a recordar la vida de esta villa vizcaína
La historia de Durango bien se merecía un museo. Así lo entendieron distintos responsables municipales que en los primeros años 80 adquirieron el palacio de Etxezarreta, clásica construcción del XVIII encargada por un indiano, para recoger en él los principales hitos de la historia de esta villa vizcaína, plagada de hechos memorables desde su pertenencia a la Corona de Navarra hasta su condición de víctima de los bombardeos por aviones alemanes en la guerra civil.El caserón que alberga este museo está a la altura de los acontecimientos que trata de recoger: mandado construir por Joaquín de Echezarreta, es un edificio de cuatro plantas, que alberga no sólo las referencias a los personajes y momentos notorios de la historia de Durango, sino que es sede del importante archivo local, una animada sala de conferencias y una colección de pintura vasca contemporánea, que cumple el dicho de Baltasar Gracián: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
DATOS PRÁCTICOS
Dirección: Palacio de Etxezarreta. San Agustinalde, 16. Durango. Teléfono: 94 6200994.Entrada: gratuita. Horario: de martes a viernes, de 10.00 a 14.00 y de 16.00 a 20.00. Sábados, de 17.00 a 20.00. Domingos y festivos, de 12.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. Lunes, cerrado. Fecha de inauguración: Abrió sus puertas oficialmente el 13 de junio de 1986, aunque el primer director, Leopoldo Zugaza, y su equipo estuvo trabajando para esta apertura desde dos años antes.
El inicio al recorrido por el museo es, en principio, poco prometedor. En la planta baja, pendiente de una próxima reforma, se encuentra la sala dedicada a la prehistoria de Durango, con algunos de los materiales encontrados en las cuevas rupestres de la zona. Destaca una evolución topográfica del núcleo urbano y algunos objetos etnográficos, relacionados con las prácticas de sus pobladores, entre los que hay que reseñar la sección dedicada a la pesca fluvial en el río Ibaizabal, inimaginable para el visitante contemporáneo.
Pero quizás lo más interesante de esta primera sección sea la colección cartográfica, con mapas de distintas épocas que recogen la configuración de Vizcaya, con una presencia destacada de Durango en todos ellos.
De ahí que no resuelte extraño que los grandes personajes que esperan al visitante en la segunda planta hayan nacido en la localidad. Ahí está Juan de Iciar, renombrado calígrafo del XVI, cuyos libros fueron imprescindibles para determinar la escritura de su época, o Pedro Pablo de Astarloa, eximio filólogo, autor de la Apología de la lengua vascongada, amigo del lingüísta Humboldt, quien destacó sus trabajos sobre la lengua vasca.
Más durangueses célebres que recuerda el museo de la villa: Ambrosio de Meave, fundador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País; Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México, bajo cuyo gobierno ocurrieron los hechos del milagro de la Virgen de Guadalupe; Bruno Mauricio de Zabala, fundador de la ciudad de Montevideo, o Antonio de Lecuona, pintor mediocre, pero famoso gracias a la cita de Unamuno, de quien fue profesor, en Recuerdos de niñez y mocedad.
Y no hay que olvidar en esta serie de recuerdos históricos de Durango a la famosa herejía que surgió en la villa en pleno siglo XV, al hilo de albigenses, cátaros y tantos otros que enturbiaron la dogmática romana. Para ilustrar este episodio, el museo acoge la escultura de San Pedro de Verona, inquisidor y persecutor de los maniqueos.
Bajo sus pies se colocaron todos los documentos referentes a esta desviación de la doctrina cristiana, que, según sus detractores, estuvo impulsada por algunos franciscanos, encabezados por Fray Alonso de Mella, que consiguieron que las mujeres de Durango (casadas y solteras) les siguieran para gozar con ellos de los placeres terrenales.
Los sucesos posteriores de la historia de la villa vizcaína que recoge el museo están, ya, vinculados con las sucesivas guerras de estos últimos siglos. En todas ellas hay hechos o personajes singulares y relacionados con la población que merecen una referencia en el museo: esa fotografía de la columna volante carlista Francisco de Aboitz, compuesta por sujetos malencarados donde los haya, o el recuerdo a Nazario de Eguia, militar durangués que tiene un lugar en la historia, tristemente, por haber sido el primer receptor de una carta bomba.
El paseo concluye con una reproducción de la fotografía que captó uno de los aviones que bombardearon Durango en 1937, última de las grandes vicisitudes por las que ha pasado esta villa centenaria, que bien merece este museo dedicado a su historia, complementado con una referencia exquisita al arte vasco.
LO QUE HAY QUE VER
Joseba Aizpurua tomó el relevo de Leopoldo Zugaza en la coordinación del Museo de Arte e Historia de Durango. Cada uno en su campo, y con los medios posibles, han tratado de impulsar las actividades del que es el principal centro cultural de la localidad. Si en la actualidad se está fomentando todo lo relacionado con la historia del pueblo, con una serie de publicaciones dignas, en el pasado Zugaza se dedicó a completar una colección de arte vasco que se había ido nutriendo de las exposiciones que se organizaban en el Aula de Cultura Municipal desde los primeros años 70.De ahí que se pueda establecer una visita paralela al museo, en la que el aficionado podrá disfrutar de una selección de los mejores creadores vascos de este último medio siglo, sin olvidar algunas obras significativas de decenios anteriores, que no evitan ningún bando político, como el representado por Carlos Sáenz de Tejada, de quien se recogen dos dibujos y un óleo representativos del hacer de este creador vinculado con el Movimiento Nacionalsindicalista.
Pero lo más significativo se encuentra en la última planta. Bajo un artesonado digno del palacio de Etxezarreta, el visitante puede disfrutar con obras significativas de destacados autores como Juan José Aquerreta, Aurelio Arteta, Mari Puri Herrero, Agustín Ibarrola, Andrés Nagel, Ruiz Balerdi, Uzelay o Zumeta, entre otros.
Así que se establece un final redondo para un itinerario que ha comenzado con la obra de Ricardo Toja, Montañas de Durango, que está acompañada por un óleo de Benito Barrueta recientemente adquirido, para concluir por ejemplo con la composición paisajística de Tamayo.
Y no hay que olvidar la sala de exposiciones temporales, en la primera planta, que trata de continuar la senda iniciada por el museo desde su inauguración: ofrecer muestras de la creación vasca más actual o exposiciones vinculadas con momentos históricos, como la que acoge en estos días, referente a la mujer en el trabajo a principios de siglo.
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