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Crítica:TEATRO - 'SNOW SHOW'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Alma eslava

Cuesta trabajo calificar de payaso, a no ser por la tradición, a este artista del humor y a sus compañeros. Payaso es el hombre de paja: el campesino, el burdo y palurdo, que suele ser el que tiene la cómica respuesta racional al hortera de la cara blanca. Un Sancho Panza, digamos por hablar de alguien conocido, o los clowns ingleses de las comedias de Shakespeare. Pero los medievalistas creen que el clown es un principio de parodia del Diablo; y hasta la caracterización de Slava, de la boca y la nariz roja y abultada, y las manchas negras realzando los ojos, podría estar en esa línea. El Diablo metido a hombre bueno, el pobre diablo, podría ser el fondo de este gran maestro y de sus compañeros; con ligeros toques del animal familiar, del palmípedo. ¡Ah!, sin olvidar en esta probablemente inútil busca de antecedentes. Hubo tiempos en que se hablaba mucho del "alma eslava" como compendio de tristezas, extremos, frío -Snow show se llama su espectáculo-, alguna que otra desesperación.

Sin violencia

Inútil, digo, la busca de antecedentes. Sobre todo, de su espectáculo. Tiene un parecido con el Cirque du Soleil, en el que alguna vez le vimos. Es decir, una gracia sin violencia, que prescinde de la sonora bofetada de pista o del grito agrio, y encuentra en las sorpresas, en lo insólito, su humor. Ésa es la clásica escuela rusa. Slava -su nombre indica ya su nacionalidad- fue de su ciudad a Leningrado para ser ingeniero, y en lugar de ello entró en un estudio de mimo y comenzó su carrera de clown en la calle.

El director del espectáculo, Víktor Kramer, y el diseñador del espectáculo, Plotkinov, trabajan el teatro y el cine en San Petersburgo.

Casi una hora después de terminado el espectáculo, el público aún seguía jugando en el patio de butacas, nevado de papelillos lanzados por un ventilador, con unos enormes globos; mientras, Slava, sentado en el respaldo de un asiento, desprovisto ya de la narizota roja y de la peluca, lo contemplaba todo con una ancha sonrisa de felicidad. Algo de ella había repartido entre todos.

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