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Misterios del "oro negro" catalán

Miquel Noguer

Un hombre entra en el bar, no sin cierto sigilo. Se dirige a una mesa del fondo, donde se encuentran un par de hombres de avanzada edad, e intercambia con ellos unas palabras. Las justas para acabar de discutir el precio, que se debate entre 27.000 y 32.000 pesetas el kilo. El trato se cerrará después, en el coche de uno de ellos, donde guarda como oro en paño el saquito con poco más de un kilo de trufas negras, las más apreciadas.Los sábados, la escena se repite varias veces en uno de los bares más tradicionales del centro de Vic. Que la lonja de precios de la ciudad tenga reservado un sitio para los compradores y vendedores de trufas les importa bien poco a estos tofonaires: "Siempre hemos hecho el mercado en este bar, la lonja sólo nos sirve para fijar los precios", explica uno de ellos. Todo el mundo en este bar, Can Gepet, afirma que allí se han cerrado ventas millonarias de trufas. La cautela de estos vendedores de trufas no es gratuita. La leyenda negra del sector, que también la tiene, habla de coches quemados por envidias entre tofonaires, de incendios forestales provocados por la disputa de las mejores zonas e incluso del asesinato de un incauto que se adentró a buscar trufas en un encinar de alguien que no quería compartir su oro negro.

Pocas veces los vendedores de trufas declaran sus ingresos a la Seguridad Social. Además, pocos de ellos admiten que se ganan la vida con la recolección y venta de trufas. "En una buena jornada puedo encontrar hasta medio kilo de trufas, pero al día siguiente quizá vuelva con las manos vacías", dice Antoni Plana, un vecino de Sant Llorenç de Morunys (Solsonès). El lugar exacto del bosque donde encuentra las trufas es algo que jamás revelará. Forma parte de la tradición.

Todo este secretismo no ha impedido que la trufa catalana haya logrado un reconocimiento internacional como nunca había tenido. En los mercados franceses, los más exigentes, se valora extraordinariamente la que ha sido recolectada en el norte del Vallès Oriental, la Plana de Vic y el Solsonès. En la lonja de Vic se cotizaba la semana pasada en torno a 38.000 pesetas el kilo. A finales de enero es posible que alcance las 60.000 pesetas. La competencia de la trufa china, que puede encontrarse por unas 7.000 pesetas el kilo, y la proliferación de los viveros artificiales impedirán que la trufa negra catalana llegue a 82.000 pesetas el kilo, precio al que se pagó la temporada pasada.

Nadie sabe qué cantidad de dinero mueve la trufa. Forma parte del secretismo que impera en el sector y que ha acompañado a los tofonaires desde tiempos inmemoriales. Los recolectores acusan a los intermediarios de especuladores. Éstos, a su vez, creen que semejante locura de precios se debe a la regulación del mercado que ejercen las empresas envasadoras, que exportan el producto.

En Castellterçol (Vallès Oriental) se ha creado una auténtica industria en torno a la comercialización, el envasado y la exportación de trufas. El mercado de destino es mayoritariamente el francés, concretamente el de Périgord. Las empresas de esta región no tienen ningún reparo en comprar trufas de la Cataluña central y posteriormente etiquetarlas como trufas del Périgord, según asegura un empresario de Castellterçol dedicado al comercio de trufas.

El futuro del sector de la trufa es incierto. La escasez de lluvias y los incendios forestales que han afectado a la Cataluña central han hecho bajar mucho la cantidad de trufas, extremadamente sensibles a la alteración del territorio. Paradójicamente, la demanda nunca había sido tan elevada, sobre todo la de los restaurantes.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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