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Un "aleph" literario

La publicación por Visor de Pombo y La sagrada cripta de Pombo es uno de los más rotundos regalos con que llega este año 2000, lleno de efectos y asombros. A las anteriores ediciones -hay que recordar las espléndidas de Andrés Trapiello (Trieste, 1986)- se suma ahora ésta que mantiene y renueva el papel principal, primero, perentorio y prioritario de Ramón Gómez de la Serna en el ámbito de la literatura en español durante el siglo XX.Debe subrayarse lo de en español, pues la proyección de Ramón en Iberoamérica fue determinante -así lo afirmaron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Gabriel García Márquez, entre otros muchos- en la configuración de lo que se ha dado en llamar la nueva narrativa hispanoamericana. Por no hablar de su impronta en el curso de la literatura española, al redescubrir, casi sin querer, la huella borrada -por la vocinglera estirpe quevedesca- del melancólico humor cervantino. Advertirá el propio Ramón, no sin retranca: "En la vida hay que ser un poco tonto, porque si no lo son sólo los demás y no te dejan nada".

Esta primorosa y cuidada edición -con la laboriosa reconstrucción de Jesús García Sánchez- viene a sumarse a la ingente y nunca suficientemente aplaudida iniciativa de la publicación de las Obras completas por Galaxia Gutenberg, gracias al fervor de Hans Meinke y la dedicación memorable al estudio, y mimo, de la obra ramoniana de la profesora Ioana Zlotescu.

¿Qué significa Pombo, ese emblema mágico del quehacer y del ambiente literario, hoy, más allá del icono costumbrista o de la cita en el manual? Pues, con todas las cautelas posibles, el inmenso aleph de un inventario mundanal, de una inagotable diversidad literaria, de un incesante y móvil sentido de lo real, un atlas universal, un cosmorama (Yurkievich), una "verídica Enciclopedia o Libro de todas las cosas y otras muchas más" (Borges), una germinal visión cinematográfica de la realidad a través de las palabras, una metáfora radical, en suma, de alguien que convirtió en literatura todo cuanto tocaba, y se rodeó, y buscó, y alentó, a la más curiosa, brillante y variopinta nómina de escritores.

Eso es lo que encontrará el lector al adentrarse en el centón de historias y leyendas que recorren sus páginas; al viajar entre esa varia y disparatada lección que llena cada renglón de esta apasionada enciclopedia de la vida literaria en las primeras décadas del siglo XX. Todos, o casi todos, pasaron por allí. De todos queda curioso registro. Coincide con el tiempo mejor de Ramón, los días de vino y rosas en que la temprana y rara modernidad en Madrid pasaba, de manera inevitable, por las mesas y los vapores, los ensueños y los desasosiegos literarios de la botillería.

No son libros para leer de seguido, sino para gozosa y arbitraria lectura en ésta o aquella página, libros sin final, casi, libros de arena que rescatan el fervor, que recuperan la pasión de la topografía fantasma y real -el sueño y la vigilia- en que se presenta la vida al convertirla en palabras. Todo un regalo, porque Ramón fue -en el atinadísimo y cruel juicio literario de Juan Ramón Jiménez- un lujo y un desperdicio. Un lujo porque ha dejado preciosas obras maestras en dos líneas, hallazgos deslumbrantes en apenas un esbozo, huellas que otros recorrieron con rotunda impronta; un desperdicio casi por lo mismo: "¡Qué difícil es trabajar para no hacer, trabajar para que todo resulte muy deshecho, un poco bien deshecho!". En Pombo y en La sagrada cripta de Pombo se halla buena parte de la medida que cabía esperar de la literatura en español del siglo. Algunos supieron leerlo así, para goce y grandeza de la literatura; no otra cosa pretendió toda su desdichada vida Ramón Gómez de la Serna.

Fernando R. Lafuente es director del Instituto Cervantes. Colabora en la edición de las Obras completas de Galaxia Gutenberg, que dirige Ioana Zlotescu.

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