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Muere el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, presidente del patronato del Prado

El académico de Bellas Artes impulsó la ampliación del museo y el estudio de los puentes

El ingeniero de Caminos, Canales y Puertos José Antonio Fernández Ordóñez fue incinerado ayer en el cementerio de Colmenar (Madrid), en una ceremonia estrictamente familiar. Había fallecido en la tarde del lunes, aunque se conoció ayer, a los 66 años, víctima de un cáncer hepático que se había desarrollado en los dos últimos meses. "Ha sido siempre un hombre valiente y arriesgado", declaró ayer el escultor Eduardo Chillida, con el que colaboraba en sus proyectos. Su vida estuvo unida a la construcción y estudio de los puentes, y en el campo de la cultura, al Museo del Prado y su patronato.

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Fernández Ordóñez no pudo asistir el pasado 15 de diciembre al pleno del patronato del Museo del Prado, que le votaba por tercera vez como presidente del mismo. Había sido nombrado en 1993 y confirmado por los ministros de Cultura del PSOE y del PP. Mariano Rajoy declaró ayer que "encarnaba perfectamente el proyecto del Gobierno para hacer del Prado un museo de ámbito nacional, y durante su mandato el museo ha sido referencia de la política cultural española".El Prado ha sido el centro de su actividad en los últimos años, mientras que en su oficina de ingeniería se proyectaban puentes, como los de San Sebastián o el de Oporto, tras ganar los concursos, o se calculaban las estructuras de las esculturas de Eduardo Chillida y su propuesta sobre la montaña de Tindaya.

"Me gustaría que se me recordara por la sustitución de las cubiertas del Prado", solía decir Fernández Ordóñez ante la necesidad de cambiar una estructura que filtraba agua hasta los cuadros de Velázquez. El proyecto inicial se convirtió en un nuevo plan de ampliación en cinco edificios, ordenación de las colecciones y 27 nuevas salas en el edificio Villanueva. Durante su mandato se aprobó el proyecto del arquitecto Rafael Moneo para los nuevos usos en la zona del claustro de los Jerónimos.

Los puentes en San Sebastián y en Oporto han sido sus últimos trabajos profesionales, junto con el proyecto de la montaña Tindaya, donde colaboraba también su hijo Lorenzo, arquitecto. "Su entusiasmo y su sabiduría me llevaron a abrir algunos caminos que han sido fundamentales para mí en mi trayectoria", declaró ayer Eduardo Chillida. "El amor a su profesión le llevaba a meterse con naturalidad y arrojo en empresas difíciles y a veces impensables. Su mente era amplia y abierta, sin miedo a riesgos que paralizan con frecuencia la potencia creadora. Hemos compartido muchas ilusiones y aventuras".

Además de construir puentes, desde el situado en el paseo de la Castellana, de Madrid, hasta el del Centenario en Sevilla, y en otras ciudades (Valencia, Barcelona, Córdoba, Tortosa, Salamanca), la obra de ingeniería fue desarrollada desde la Escuela de Caminos de Madrid, a través de su cátedra de Estética, desde 1981, y de las investigaciones y catalogaciones del patrimonio histórico, hasta sus ensayos sobre la obra de Freyssinet y la reciente monografía de Eduardo Torroja. Formó parte del equipo de expertos sobre la restauración del Pont du Gard, en Francia, y fue uno de los comisarios de la exposición El arte del ingeniero en el Pompidou de París. También fue presidente del Colegio de Ingenieros de Caminos de Madrid. Su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando estuvo dedicado en 1990 al pensamiento estético de los ingenieros. El director de la real academia, Ramón González de Amezúa, declaró ayer a Europa Press que durante muchos años tuvo "intervenciones brillantísimas". "Además de ser una gran persona como pocas he conocido, poseía una competencia extraordinaria, que demostró al frente del patronato del Museo del Prado".

Intervino en la creación del Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo junto con Manuel Díaz Marta, José Mañas, Jaime Lorenzo, Ignacio González Tascón y Juan García Hortelano. Otra dedicación en el campo de la ingeniería y la arqueología industrial fue la fundación privada Juanelo Turriano, a partir del mecenazgo del ingeniero José Antonio García Diego, del que salieron libros y proyectos.

"José Antonio tenía dos cosas que no son frecuentes: la fe en los demás, en que el esfuerzo merece la pena para mejorar las cosas, y la generosidad", declaró ayer el pintor Antonio López, con una larga amistad antes de verse en el patronato del Prado. "Tenía una gran capacidad de entrega a las causas públicas; no podía ver a su lado algo que fuese injusto, sin buscar nada".

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