La herencia de Jafo
La inesperada desaparición de José Antonio Fernández Ordóñez, Jafo para sus íntimos, cierra, en el campo de la ingeniería y la cultura, un periodo brillante e irrepetible cuyos antecedentes más próximos hay que buscarlos en la Ilustración, cuando las ciencias y las artes corrieron juntas en la personalidad señera de Agustín de Betancourt. Dos siglos después, Jafo mantuvo con brillantez la herencia recibida consciente de ser el último representante español de esa tradición ilustrada humanista, siempre amenazada por pragmáticos y castizos.Desde su cátedra de Estética en la Escuela de Caminos de Madrid, impulsó con entusiasmo generoso la investigación y catalogación de nuestro patrimonio histórico en el campo de la ingeniería civil y la industria. La enseñanza fue motivo de orgullo y tarea irrenunciable. Escribió centenares de artículos sobre asuntos relacionados con el arte y la ingeniería, y algunas monografías imprescindibles para comprender la ingeniería del siglo XX.
Amigo de pintores y poetas, desde su independencia política insobornable ayudó como presidente del Patronato a modernizar y ampliar el Prado. Fue un crítico sin componendas de lo que le parecía equivocado o de mal gusto, lo que le ocasionó a veces disgustos con los poderosos, que a veces eran incapaces de comprender su espíritu libre. Su ausencia dejará, en quienes le queremos y admiramos, una soledad irreemplazable, sólo aliviada por la esperanza de que, desde donde ahora descansa, podrá volver a reunirse con algunos de sus añorados amigos: Juan García Hortelano, Juan Benet, Manuel Díaz Marta y José Antonio García-Diego entre ellos.
Ignacio González Tascón es ingeniero de Caminos.
Babelia
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