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Un tándem de constructores

La concesión simultánea del Premio Nacional a Pablo Palazuelo y Cristina Iglesias recupera, en la orientación del galardón -que en los últimos años se venía otorgando a un único artista-, una fórmula acuñada ya a mediados de los ochenta: conjugar el reconocimiento a una figura de larga significación histórica con la definitiva consagración oficial de otra más joven que había acreditado ya su aportación renovadora. La coincidencia de dos nombres de la talla de Palazuelo e Iglesias se ajusta a ese perfil, con un tándem de constructores de sesgo muy particular.Nacido en Madrid en 1916, y formado como arquitecto en su ciudad natal y en Oxford, Palazuelo es uno de los hombres clave de la gran generación abstracta que fundamenta la renovación de la plástica española en el arranque de la segunda mitad del siglo. Afincado en París desde 1948 hasta fines de los sesenta, Palazuelo se consagrará allí con una apuesta no objetiva que arranca de la fascinación por Klee para desarrollar una muy singular indagación visionaria de raíz geométrica y que se aleja de los estereotipos sintácticos del constructivismo estricto, para desarrollar una vía iniciática fuertemente impregnada por el interés hacia las corrientes espirituales extremo-orientales y la mística islámica. Durante los setenta, esa búsqueda se prolongará en el interés por las resonancias analógicas entre el signo pictórico y sus equivalencias musicales.

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Pablo Palazuelo y Cristina Iglesias comparten el premio nacional de Artes Plásticas

Palazuelo ha sumado numerosos galardones de primer rango, como el Premio Kandinsky en el 52, el Carnegie en el 58 o la medalla de oro al mérito en las Bellas Artes del 82. El Nacional viene a avalar simbólicamente el extraordinario vigor creativo con el que, a sus 83 años, sigue asombrándonos, tal como muestra su actual exposición en una galería madrileña.

La intensa dedicación al campo escultórico que -equilibrando un tarea básicamente centrada hasta entonces en la pintura- Palazuelo abordará en los ochenta, cuando irrumpe en nuestro joven panorama la escultora donostiarra Cristina Iglesias, aporta un sesgo añadido de idoneidad a la coincidencia de ambos nombres en estos premios. Nacida en 1956, Cristina Iglesias se forma en la Chelsea School of Art de Londres en un momento en el que el debate renovador de la escultura británica convulsiona la evolución del medio. Iglesias se ha confirmado, a lo largo de las dos últimas décadas, como una de las creadoras más interesantes y decisivas de su generación, así como una de las que ha cimentado una más sólida proyección internacional. Su obra ha desplegado sugerentes resonancias arquitectónicas, con piezas que interrelacionan los planos de referencia del suelo y el muro, consolidadas inicialmente en un juego de contrastes de materiales entre el hierro y el cemento. El uso posterior de cúpulas de alabastro enseña su interés por la luz, a lo que suma espectrales imágenes fotográficas y muros de hojarasca moldeados en aluminio.

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