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Entre el optimismo y la esperanza

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Los franceses dicen que los optimistas son los que no entienden. Lo sucedido en Irlanda del Norte contradice ese cinismo. Ahora que se han puesto en práctica los elementos clave del Acuerdo de Belfast, firmado en abril de 1998, la resolución de uno de los conflictos más irresolubles de Europa podría estar muy próxima, con muchas lecciones para otros conflictos en Europa y el resto del mundo.El poeta irlandés Seamus Heany, premio Nobel, distingue entre optimismo, el deseo de un futuro mejor, y esperanza, la expectativa más racional de que puede darse. Tras estos trascendentales acontecimientos, Irlanda del Norte está suspendida en algún punto entre el optimismo y la esperanza.

El jueves 2 de diciembre se constituyó en Belfast un Ejecutivo compuesto por 10 miembros de diversos partidos y comunidades que comparten el poder, para ejercer las funciones transferidas por el Gobierno británico en Londres. El Gobierno de Irlanda ha renunciado a sus reivindicaciones territoriales sobre Irlanda del Norte. Y se acepta el principio de consentimiento: la condición constitucional de Irlanda del Norte como parte del Reino Unido sigue siendo válida a menos que una mayoría de sus ciudadanos vote a favor de una unión con Irlanda.Se han establecido organismos gubernamentales transfronterizos para abordar las medidas que afectan a Irlanda del Norte y a la propia Irlanda. Un nuevo tratado británico-irlandés y el Consejo Británico-Irlandés proporcionan un foro para los Gobiernos soberanos y el Ejecutivo encargado de ejercer los poderes transferidos. El Ejército Republicano Irlandés, el ala paramilitar del Sinn Fein, ha nombrado un representante para servir de enlace con un organismo independiente encargado de supervisar la entrega de las armas por parte de los grupos paramilitares.

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Los acontecimientos de esta semana siguieron a la votación del Partido Unionista del Ulster (UUP) para aceptar un paquete de medidas elaborado junto con el ex senador estadounidense George Mitchell. La votación se ganó por un margen de 57 a 43 sólo después de que el líder unionista David Trimble incluyera la condición de que el IRA inicie la entrega de las armas en febrero.

En la delicada coreografía de este proceso de paz, el Sinn Fein opina que esta nueva condición vulnera el carácter voluntario del compromiso del IRA de entregar las armas, necesario para evitar el estigma de que se vea como una rendición.

El compromiso del IRA de abandonar las armas antes de mayo del 2000 depende de la puesta en práctica de todo el Acuerdo de Belfast, incluida la desmilitarización del Ejército británico; la reforma radical de la Policía Real del Ulster; el funcionamiento eficaz de la administración transferida y los organismos transfronterizos; liberación de presos, igualdad y reformas culturales. Hay, pues, un tiempo limitado para demostrar que el proceso funciona.

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Muchos unionistas disidentes siguen considerando necesario que el IRA abandone las armas, condición que haría descarrilar el proceso. Les repugna que un partido apoyado por un ejército privado esté en el Gobierno controlando los ministerios de Educación y Sanidad. Los líderes del Sinn Fein temen que la imposición del desmantelamiento de las armas como condición previa provoque una división en el IRA y dé origen a una fuerza paramilitar decidida a destruir el acuerdo.

En los próximos meses se verá si existe la voluntad política de superar estos obstáculos. La opinión pública en ambas partes de Irlanda y el aplastante equilibrio de influencias internacionales apoyan el proceso de paz y presionarán para asegurar su supervivencia.

El papel de EE UU en el proceso ha sido crucial. Clinton vio que el final de la guerra fría cambió la especial relación con Gran Bretaña que impedía a EEUU involucrarse claramente en Irlanda del Norte pese a la influencia de los estadounidenses de origen irlandés. El 9 de noviembre de 1990, el entonces secretario de Estado británico para Irlanda del Norte, Peter Brooke, reconocía en un discurso la importancia del final de la guerra fría para Irlanda, al afirmar que "el Gobierno británico no tiene intereses estratégicos o egoístas en el Norte de Irlanda". Durante siglos, la esencia de la relación había sido que sí tenían esos intereses. Thatcher se había negado a permitir que ese discurso se pronunciara antes porque los submarinos nucleares pasaban cerca de las costas de Irlanda del Norte para patrullar los accesos por el Atlántico. El reconocimiento del cambio de las circunstancias geopolíticas permitió al líder nacionalista de Irlanda del Norte, John Hume, convencer al Sinn Fein de que era posible un acuerdo pacífico.

El acuerdo de Belfast no habría sido posible sin el paraguas de una identidad europea más amplia y el orden político y legal de Europa. Dieron confianza a los nacionalistas irlandeses del Norte y el Sur, y les permitió alcanzar un compromiso sobre la soberanía, incluida la aceptación de identidades múltiples y lealtades diversas. También ayudó el que la integración europea hubiera transformado las relaciones económicas y políticas de Irlanda con Gran Bretaña en una relación de interdependencia más normal entre vecinos pequeños y grandes. Este proceso tiene muchos ecos en otras partes del continente que se deberían reconocer cuando la integración paneuropea sea abordada en la próxima reunión del Consejo Europeo en Helsinki.

Paul Gillespie es director de la sección de Internacional de The Irish Times. © Project Syndicate, 1999.

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