Defensa del multilateralismo en el comercio mundial
Las ONG para el desarrollo están afilando sus armas para lanzarse al asalto de la Conferencia de la Organización Mundial del Comercio en Seattle a finales de noviembre. Sus razones tienen para ello. Pero deben llevar a cabo sus acciones y campañas sin hacer el juego a una peligrosa fuerza que, desde el final de la guerra fría, se está adueñando de los centros de decisión política de Estados Unidos, y que se fortalecerá si gana Bush las elecciones presidenciales. Me refiero al unilateralismo en las relaciones internacionales. Algunos acusan a los norteamericanos chovinistas, como el senador Jesse Helms, de ser aislacionistas porque no quieren participar en el sostenimiento de organizaciones colectivas como las Naciones Unidas. La falta de cooperación del Congreso de Estados Unidos se manifiesta en que no pagan sus cuotas a la ONU, ya se salieron de la Unesco (a la que dejaron prácticamente sin fondos) y no quieren dar más dinero al FMI, a pesar de las tareas tan comprometidas que le ha encomendado la comunidad internacional (lo que ha podido ocasionar la dimisión de Michel Camdessus). Estos comportamientos parecen propios de aislacionistas, tal como quería George Washington en su testamento que fueran los norteamericanos. Pero nada está más lejos de la realidad. No hay más que considerar bien la ley Helms-Burton para comprender que EE UU no se quiere retirar del mundo y dejarlo que siga en paz su curso. Lo que quieren estos políticos es seguir interviniendo en él unilateralmente, es decir, a voluntad y sin las cortapisas que les supone tener que discutir y ponerse de acuerdo con otros países para poder actuar fuera de sus fronteras.Al unilateralismo en las relaciones económicas internacionales se tiene que oponer el multilateralismo. Pero, para que sea un principio de orden en el mundo, tiene que ser un multilateralismo verdadero, equilibrado y democrático, no el multilateralismo hipócrita de las actuales organizaciones internacionales, cuyas estructuras de poder reflejan el reparto del poder económico y militar en el mundo. (Eso haría quizá que los organismos internacionales no tuvieran -ni gastaran- tanto dinero como ahora, pero serían más eficaces). La alternativa real a la OMC, que es un organismo multilateral, sería un conjunto de leyes del tipo Helms-Burton. La izquierda, sobre todo la izquierda francesa, tiene una manía especial y sistemática a la OMC, como antes la tuvo al GATT, porque la ven como un instrumento de las pretensiones americanas de poder en el mundo. Razones no les faltan, pero en esa postura se pueden ocultar sueños de grandeza o sentimientos proteccionistas, y, en definitiva, la defensa de intereses nacionales, creados a costa de otros países, que la OMC amenaza. Las ONG más idealistas se oponen a la OMC porque consideran que no hace justicia a los intereses de los países pobres. La OMC tiene, en efecto, muchos flancos por donde puede ser atacada. ¡Pero que desaparezca la OMC y veremos de lo que es capaz el unilateralismo renovado del Congreso norteamericano en cuestiones comerciales!
Una de las principales funciones de la OMC tiene que ser precisamente la de parar a los unilateralistas americanos. Hay que ofrecerles la alternativa civilizada de poder discutir y someter a un arbitraje imparcial las disputas comercial y no resolverlas como lo hicieron en otro tiempo con la "diplomacia de las cañoneras". Si se lograra boicotear el funcionamiento de la OMC, lo que haría feliz a la derecha dura americana, volveríamos a una diplomacia comercial agresiva, no quizá con cañoneras, pero sí con otros medios más apropiados al progreso del siglo XXI.
La "batalla de la OMC" a que se debieran aprestar las ONG, la izquierda y los países del Mundo Pobre, debiera ser la reforma radical y profunda de ésta. La alternativa a la OMC que ahora tenemos no es que desaparezca la institución, sino una OMC buena. La reforma tendría que ir a hacerla más independiente, democrática y universal, al servicio del bien más común y general de la humanidad. Para eso habría que democratizar su estructura de poder en primer lugar, darle luego un mandato claro, universal y justo para el establecimiento y regulación de un comercio internacional beneficioso para todos los países del mundo, y finalmente, dejarle que sea una institución independiente de los avatares de las políticas nacionales para buscar el beneficio de todos en la medida de lo posible. Los argumentos que se usan para que los bancos centrales sean independientes de los gobiernos se podrían aplicar aquí para dar una necesaria autonomía relativa a los organismos internacionales. No nos engañemos. La alternativa real a la gestión multilateral y democrática del comercio internacional, por medio de la OMC o instituciones similares, no sería el comercio igual y justo por el que luchan las ONG, sino un comercio internacional sometido únicamente a la ley del más fuerte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.