Algodón
Las resoluciones del Rey Baltasar (Garzón, por supuesto) contra verdugos internacionales (ahora, argentinos) se están convirtiendo en una maravillosa rutina. Hermoso mundo será aquel en que a menudo nos desayunemos con noticias similares. Sueño con la mañanita en que pueda leer la novedad de que Henry Kissinger ha sido objeto de procesamiento. Por ejemplo.Al margen del resultado final de la búsqueda de la justicia (como saben, quienes desean obstaculizarla no escatiman medios para ello), hay un efecto colateral del asunto que a mí me encanta particularmente. Y es el hecho de que tamañas decisiones hacen que los Gobiernos de los países a los que pertenecen los procesados se quiten la careta en el terreno de los derechos humanos mucho más rápidamente de lo que harían en circunstancias normales. Frei y sus ministros, incluidos los socialistas, ya han mostrado en Chile lo ancha que es su manga a la hora de defender a un dictador. Ahora le ha tocado al presidente electo de Argentina, Fernando de la Rúa, declararse de la misma opinión que su predecesor, Carlos Menem, de quien tanto parecía diferir.
El mundo real es como es, pero a veces tardamos en saberlo. Los autos de Garzón tienen la virtud de dejar a los mandatarios (con los nuestros a la cabeza) en purititos cueros. Es el disolvente de las falsas virtudes, el sulfuro de los hipócritas. La prueba del algodón Garzón no engaña: un par de pases, y el público puede contemplar cómo al atildado gobernante le salen a la luz la jeta de granito y el gaznate listo para tragar sapos.
Habrá que repetir, una vez más, a quienes reivindiquen ahora el derecho de cada país a juzgar a sus propios asesinos sin que otra nación interfiera en el cómodo "derecho de territorialidad", que somos muchos los españoles a quienes nos habría alegrado la vida que un hermano de cualquiera de los pueblos libres se hubiera tomado el trabajo de echarles el guante a nuestros propios asesinos. La territorialidad no es más que otra forma de llamar a esa cosa, la patria, en cuyo nombre se masacra a la gente.
Madame Thatcher (otro efecto colateral delicioso) debería ahora ponerse a favor de Garzón. ¿No está tan contenta porque Pinochet la ayudó a matar argentinos?
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