Perdedores
La literatura, el cine, el teatro, la canción, están llenos de perdedores. Es una palabra de moda que señala a un protagonista de moda. No hay día que no encuentre alguna declaración de algún escritor, cineasta o teatrero afirmando que el mundo que intentan retratar es un mundo de perdedores; lleno de curiosidad, me he acercado a alguna de esas obras y no puedo ocultar mi perplejidad. En ellas he encontrado marginales variopintos, tirillas, horteras, colgados, mediocres, pero no he conseguido encontrar un solo perdedor. Seres insustanciales, gente que es poca cosa, sí; perdedores, en absoluto.¿Qué es un perdedor? No quisiera hacerme el gracioso si contesto que "alguien que tiene algo que perder" porque lo digo muy en serio. Para ser un perdedor hay que tener algo que perder. Hay que tener algo que perder... y perderlo. Pero si no se tiene nada que perder, ¿cómo se puede ser un perdedor?
No solamente eso; para ser dramáticamente interesante hay que tener relevancia dramática, es decir, ser centro de un conflicto cuya importancia esté en proporción directa a su capacidad de representar un combate del espíritu. Pongamos un ejemplo: una persona que muestre una acusada propensión a perder oportunidades de salir adelante sólo tendrá interés cuando se revele cuál es el origen de esa propensión y se enfrente a él; si no, no tendremos en las manos otra historia que la leve anécdota de un débil de espíritu; un débil de espíritu que quizá nos haga reír o llorar con diversos lances de comedia de situación, lances en los que se muestra tan sólo que las cosas le salen mal o, si se pone el autor en plan lucha de clases, con el añadido de una explícita condena a una sociedad que ni comprende a los no-triunfadores ni tiene corazón.
La palabra clave es ésa: no-triunfadores. Un no-triunfador no es un perdedor, pues si no ha conseguido logro alguno, ¿cómo demonios va a perderlo?
Pero a los no-triunfadores se les llama perdedores porque esta última palabra tiene una carga lastimera que mueve a compasión, mientras que la otra parece viciada por el deseo mismo de triunfar. El deseo de triunfar se considera una aspiración propia de gente grosera, mientras que la pérdida de oportunidades, el no haber podido ser... es compadecible, emocionante y entrañable. El resultado es el que yo les decía: pantallas y capítulos llenos de pobres de espíritu que subliman su falta de valor y su pequeñez convirtiéndose en emotivos perdedores, faltos de todo, pero llenos de reconocimiento sentimental por parte del cinéfilo, del lector, del espectador, del oyente.
Insisto: ¿cómo se puede perder algo que no se tiene? Los personajes de El hombre que pudo reinar, de John Huston, pierden su reino, la vida y el alma después de haber luchado y vivido por alcanzarla y haberlo conseguido. El pobre pingajo humano que se presenta al mismo Kipling que los vio a él y a su compañero partir hacia el trono de Kafiristán lo ha perdido todo después de haberlo tenido todo. Ése sí es un perdedor en sentido estricto, e incluso un héroe, un héroe despojado cuya historia contiene el relato de su despojo. El boxeador de Fat city, por ejemplo, cae porque ha subido. Por el contrario, el tipo que no puede alcanzar nada porque no está en su mano ni en su medio será un infeliz, un marginal o un pobre diablo... pero nunca un perdedor.
Inundados de comedia de situación o melodrama, convertidos nuestros vecinos en protagonistas de la televisión, saturados de historias tan diminutas como la vulgaridad misma, de canciones de masoquistas urbanos... la mercadotecnia del entretenimiento intenta convencer a todo el mundo de que no hay nada más interesante, dramático y emocionante que nosotros mismos y nuestras pequeñas miserias de cada día. Entonces vamos a ver qué hacen los artistas con sus amados perdedores. Porque, al paso que vamos, lo políticamente correcto no será ser un triste mediocre, sino un glamouroso perdedor. ¡Qué capacidad tiene la mercadotecnia para convertir lo indeseable en anhelo! Claro, que de eso, de amansar a la gente para tranquilidad de los poderosos, quien sabe es la Iglesia; pero ella ofrecía el reino de los cielos.
Babelia
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