El olvido de la Bestia
Es fácil verla, se asoma por alguna grieta de vez en cuando, y muerde. Muerde en las calles turcas de Berlín, en los arrabales del aburrimiento de Viena, en los ojos vacíos de salvapatrias a punta de pistola desde Timor a Belgrado, en sórdidas tertulias de granjeros y tenderos sureños de Francia, en cuadrillas de linchadores de los niños asesinos de Liverpool, en los polvorines caseros de los dinamiteros de clínicas abortistas de Estados Unidos, en los nidos de víboras que remueven las tripas de España desde La Coruña y Bilbao a Marbella y Gibraltar. Sigue viva la larva del fascismo, o como quiera que se llame ahora aquel estallido de la Bestia, allí donde puso sus zarpas. Pero nadie, o pocos, la ven, y sólo de tarde en tarde algún filme se atreve a mostrar su rostro.Las huellas del paso del fascismo se han hecho, con el reposo del tiempo, tan tenues que parecen inexistentes. Pero siguen ahí, escondidas bajo el polvo de la desmemoria, y recordar, como el cine hace de vez en cuando, su paso; traer el ruido de sus resacas a las aguas suicidas de las sociedades dormidas; hacer oír una y otra vez a quienes no lo oyeron cuando ocurrió el crujido de su fractura es la única forma de frenar su resurrección. Si la memoria del fascismo es terca y vigorosa, lo detiene. Paul Eluard, refiriéndose a las víctimas de la Bestia, dijo: "Si su voz se debilita, pereceremos". Pero, a pesar del augurio del poeta, su voz se ha debilitado, es pasto de olvido, y sólo de tarde en tarde alguna película nos la devuelve.
Quizás lo fuese antes de nacer como sistema de poder, pero ahora el fascismo no es una idea, sino una manera de tener una idea, cualquier idea, incluída la idea de antifascismo. Hay liberales fascistas (¿es casual la fuga de ambos hacia la identidad recíproca entre Augusto Pinochet y Margaret Thatcher?) como hay comunistas fascistas (¿ha dejado de ser Borís Yeltsin el estalinista de pura cepa que era?). Hace poco vi una película alemana que, disfrazada en palabrería antinazi, propone una astuta forma de mirarnos en un espejo criptonazi. No recuerdo su título, ni quiero, pero en ella se nos ofrece como arquetipo de nazi a un (irreconocible como hombre común) mascarón del cine de terror, un collage de guardarropía y cosmética hecho con retales de Caligari, Nosferatu, Mabuse y el coronel Kurtz de Apocalypse now. No es posible ver en ese monigote irreal el hombre real, jovial y simpático que en vida fue el personaje a quien ese espantapájaros suplanta, el jefe médico de Auschwitz, aquel zumo de Hitler llamado Josef Mengele, la Bestia en estado puro. Incluso la palabrería antinazi puede ser hoy un brote nazi, si su blablablá no es escoltado por un comportamiento que la desmienta.
Despues de esa hipocresía alemana, vi un filme español titulado La lengua de las mariposas, que es exactamente lo opuesto: la representación de un brusco giro de comportamiento, del aterrador salto moral y mortal que condujo en el verano de 1936 a un apacible niño gallego fascinado por su maestro republicano a convertirse en una pequeña e iracunda bestia fascista que pedía a gritos el fusilamiento de este hombre. Hay quienes tildan a este filme de maniqueo, porque divide en dos, de un tajo, a un grupo de gentes comunes, convirtiendo a unos en malos y a otros en buenos. Sería éste un grave reproche si quienes lo formulan no fueran víctimas de olvido del fascismo, pues la esencia del brote de éste, se tiña de la idea que quiera teñir, consiste precisamente en que hace real, ejercida en la vida, la abstracción maniquea. El brote fascista divide, súbitamente y sin matices, en buenos y malos, es decir, en asesinos y asesinados, a sus víctimas, que son tanto unos como otros.
En la linde de una era de una aldea de Toledo, a orillas del Tajo, hay un abultamiento del suelo, al que nadie cultiva, ni pisa, ni mira desde septiembre de 1936. Un par de metros bajo la tierra intacta del pequeño otero artificial duermen cinco hombres. Sus calaveras tienen aún el agujero del tiro en la nuca con que les arrancaron la vida, tras ponerlos de rodillas en el borde de ese lugar, los convecinos que horas antes charlaron con ellos alrededor de una frasca de vino. El regimiento del coronel Yagüe, que venía de limpiar Extremadura de rojos, tomó Talavera aquella noche, y en las aldeas cercanas la noticia hizo saltar el brote de la voz ronca de Hitler, de Lynch, de Stalin. Sus poblaciones quedaron súbitamente partidas en asesinos y asesinados. En unas cayeron republicanos, y en otras, falangistas, pero en todas se cumplió la salvaje reducción a realidad de la ecuación maniquea que cuenta la hermosa y pacífica La lengua de las mariposas.
Babelia
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