Soledad y fascismo ordinario en Zabaltegi
Fue la de ayer una jornada de contrastes en la programación de la Zona Abierta donostiarra. En el haber de los programadores hay que incluir un título que ya había concursado en Berlín, y con éxito, el delicioso Mifune, de Soren Kragh-Jacobsen, tercera entrega, y primera comedia, del llamado Dogma 95, ese astuto invento de Lars von Trier para tomar el pelo al cine establecido, pero que, por lo menos hasta la fecha, ha respondido con inteligencia a las expectativas despertadas. Y también notable resultó la producción The five senses, del canadiense Jeremy Podeswa, en la que la representación de los cinco sentidos, a cargo de una pluralidad de personajes, nos acerca en realidad a un universo carcomido por la soledad, la angustia y la ternura.Es un filme situado inequívocamente bajo el paraguas protector de la influencia de ese cineasta mayor que es Atom Egoyan: como en los filmes del consagrado maestro, por aquí también asoma un mundo hecho de grandes contradicciones y de personajes desconcertantes, todo ello narrado con un tratamiento particularmente atento a los detalles y ejemplarmente volcado hacia la sensibilidad, la elipsis, la discreción. La desaparición de una niña de tres años es la excusa que gravita sobre toda la película para, en realidad, mostrar la conexión que existe entre personajes muy diferentes a los que hermana un común sentimiento de incomprensión ante eso que llamamos la realidad.
Es un filme con distribución comercial y, por tanto, también se podrá volver sobre él en breve. No así, ni falta que hace, y es éste el debe en la programación de ayer, en el caso de 1732 hotten, filme noruego de Karin Julsrud, que viene precedido de la polémica que desató en su país por la clausura de su historia, la brutal venganza de un policía contra un violador y la no menos violenta reacción de un pueblo entero contra su compinche. Es tosca, aburrida y desagradable; muestra algo que bien podríamos denominar el fascismo ordinario pero, en lugar de denunciarlo, termina por justificarlo. Sólo se merece el más radical olvido.
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