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47º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Un prodigio de fotogenia

Tiene fama de excéntrica, pero esto quizá le viene de su pinta de señora con sobredosis de alcurnia y tan libre que hace lo que le viene en gana con la naturalidad de quien cumple un deber. Es endiabladamente alta y la huesuda y elegante delgadez aumenta su elevación, de forma que su cabeza flota por encima de las de los machos comunes que la rodean, dando la impresión de que los achanta y encandila al mismo tiempo.Hay en su presencia una desarmonía que por no sé qué paradoja multiplica el poder de atracción que ejerce sobre la mirada de los otros. Quizá contribuya a ello que haya que torcer hacia arriba la nuca para poder verle la cara de frente, a condición de que ella incline hacia abajo la suya.

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Pero lo decisivo es que uno topa, choca, al final de este involuntario gesto reverencial, con unos ojos que no se parecen a los de nadie, de hermosura desconcertante. Sus casi dos metros se achican entonces y su estatura se instala en amables cercanías horizontales, porque con su rostro de frente se hace inexplicablemente fácil, cómodo y casi inevitable sostener su mirada y descubrir que su excentricidad o su desarmonía son en realidad peculiaridades amistosas y acogedoras.

Su fama de fiera bolchevique y la leyenda de su altivez se desvanecen entonces y es posible intuir de qué rincón de su identidad procede el prodigio de su fotogenia, la que le permitió devorar la cámara de Antonioni en su primera aparición en Blow-up y la de Zinnemann en Julia, donde de paso se tragó cruda en unos minutos a Jane Fonda, la protagonista. Y es que esta gran mujer, desde lejos con aspecto de inabordable, tiene, vista de cerca, el don de transmitir instantáneamente un chorro de luz y de verdad, y en eso consiste precisamente el genio interpretativo.

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