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Alemania y la conquista de la normalidad

Pilar Bonet

Cuando se instale en Berlín, el próximo lunes, 23 de agosto, el canciller Gerhard Schröder comenzará un nuevo capítulo de la "normalización" de Alemania. La clase política en el poder entiende este término como la progresiva conquista de los lugares que objetivamente le corresponden a Alemania en el mundo, en función de su potencia real del presente (la primera economía de Europa y una de las tres primeras del planeta) y no de las hipotecas del pasado.Entre la época de Kohl y la de Schröder no hay ruptura de fondo, ya que Alemania se "normaliza" hoy dentro del marco que se inició cuando las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial aceptaron que el país se reunificara y adquiriera un protagonismo que la RFA (el "gigante económico-enano político") no tenía durante la guerra fría.

Lo que distancia a Kohl de Schröder es una ruptura en los métodos. En la época de Kohl, los socios europeos de Alemania utilizaban el agradecimiento y el peso de la responsabilidad por el pasado del líder alemán para negociar con él. Hoy, eso ya no es posible. Eufórico ante la "nueva conciencia de sí misma" de Alemania, Schröder no se preocupa de las sensibilidades de los socios -mucho menos de los pequeños-, y no cree tener nada que agradecer a nadie. Por el contrario, recientemente dijo a Der Spiegel que los créditos concedidos por Alemania a Rusia son su "contribución a la política de Seguridad" y advirtió veladamente a los aliados de que el papel económico de Alemania en el Este debe contemplarse como una contribución a la seguridad militar.

En el orden del día de la normalización está hoy la política de seguridad y militar. ¿Debería entonces el ministro de Defensa alemán, Rudolf Scharping, haber aceptado el puesto de secretario general de la OTAN, que le ponían en bandeja? Al margen de que el ministro quiera o no asaltar de nuevo la cancillería federal tras el fracaso de 1994, Scharping tiene planteado un reto con mayor trascendencia, para Alemania como Estado y para él como político, que el secretariado general de la OTAN. Se trata de la modernización y la elaboración del nuevo concepto de las Fuerzas Armadas, que hoy tienen cerca de 330.000 efectivos.

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La intervención de la Bundeswehr en Kosovo ha destruido los tabúes y ha "normalizado" la imagen de los soldados pacificadores alemanes con el arma en ristre. Tres cuartas partes de los participantes en una reciente encuesta consideraban que el Ejército había cumplido positivamente sus expectativas al intervenir en Kosovo, según un portavoz del Ministerio de Defensa. Desde enero de 1998 a febrero de 1999, la confianza de la población en el Ejército ha aumentado desde un 84% a un 88%, según una encuesta del centro EMNID. El Ejército (46%) es la cuarta institución que más confianza suscita en la población, por debajo del Tribunal Constitucional (64%), la Policía (52%) y los tribunales (47%).

La experiencia yugoslava complementa prácticamente el trabajo que realiza desde el pasado mayo la comisión que prepara la reforma del Ejército bajo la dirección del ex presidente federal, Richard von Weizsäcker. Según el programa de la coalición rojiverde, la comisión de reforma del Ejército tiene que estudiar cuáles deben ser las misiones, la envergadura, la estructura y el equipo de las Fuerzas Armadas en función de un análisis actualizado de las posibles amenazas y un concepto más amplio de la Seguridad. A mediados de la legislatura, la comisión debe presentar propuestas sobre la futura estructura del Ejército. Antes de que acabe su trabajo, el Gobierno debe abstenerse de tomar decisiones presupuestarias que alteren la situación.

La mera existencia del debate sobre el Ejército alemán del futuro desata la imaginación y abre nuevas posibilidades. En este contexto se ha discutido sobre la "normalización" de las mujeres soldado o sobre posibles funciones policiales del Ejército. A estas funciones aludió el general Hans-Peter von Kirchbach, el inspector general de las Fuerzas Armadas. La visión, que el general ha difuminado posteriormente, acercaría la Bundeswehr del futuro al modelo norteamericano de Fuerzas Armadas.

El debate sobre el Ejército alemán es parte del nuevo concepto de Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). En lo militar, la PESC, si cuaja, podría ser para Europa lo que el euro fue en la economía. La moneda (el marco) y el Banco Central emisor (el Bundesbank) de Alemania han sido modelos para la política monetaria común de Eurolandia, pero es difícil de imaginar que la Bundeswehr, tal como ha existido, pueda tener una función análoga. La transformación de la Bundeswehr en una institución apropiada para los nuevos desafíos -tal vez como germen o elemento de un euroejército- es una misión tentadora para un político germano.

Por otro rumbo parecen ir los planes de ahorro del ministro de Hacienda, Hans Eichel, que quiere reducir el presupuesto de defensa de 48.300 millones de marcos a 45.300 millones para el 2000 y dejarlo en 43.700 millones para el 2003. Scharping ha puesto el grito en el cielo porque estos recortes no permiten a Alemania afrontar las responsabilidades internacionales crecientes.

Alemania busca hoy una mayor presencia en las misiones internacionales a zonas de crisis, bajo el mando de la OSCE o de la ONU. En las próximas semanas comienza a funcionar un centro de formación de civiles participantes en misiones pacificadoras que será dirigido por un ex alto cargo de una organización humanitaria y que dependerá del Ministerio de Exteriores. Alemania no quiere ni puede desmarcarse de Europa, pero sí liberarse de las tutelas del pasado. Los dirigentes alemanes han querido aprovechar el traslado de las embajadas y el cuerpo diplomático desde Bonn a Berlín para reducir la presencia de los nutridos servicios de espionaje tanto de Rusia como de Estados Unidos que operan en su territorio, según informaban medios diplomáticos europeos. Del deseo de zafarse de la tutela del socio transatlántico dan cuenta las negociaciones por recuperar los archivos de los servicios de espionaje de la RDA que aparecieron en Washington al caer el muro y que han permitido al Gobierno de EEUU disponer -y tal vez usar en provecho propio- de una información privilegiada sobre las biografías de la clase política alemana.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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