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ABECEDARIO ANDALUZ Descorchar

Verano. Por muchas carreteras andaluzas se ve, y se sufre, un tráfico lento de camiones que transportan corcho. Portentoso equilibrio de volúmenes en apretados fardos, procedentes de la saca* o pela** que, cada nueve años, se realiza en los más recónditos alcornocales de nuestras serranías. Un duro oficio de hachas afiladas y precisiones milimétricas. Una rentable producción -sobre 25.000 toneladas, 12.500 millones de pesetas, en buen año-, con la que Andalucía dobla a la siguiente, Extremadura. La base transaccional en el monte es el quintal castellano (46 kilos), que se paga entre 8.000 y 10.000 pesetas. Este año, con la sequía, la producción ha bajado y hay mucha queja en el campo. Con todo, cualquier cantidad rendiría mucho más si una buena parte de esas pilas de planchas no emigraran a Castellón, a Portugal o a otros lugares donde son transformadas en tapones, aislantes y demás derivados, a los que esta prodigiosa materia presta sus inimitables cualidades. Si no fuera por nuestro corcho, no habría champán francés. Pero si hoy esta labor nos interesa es lingüística y etnográficamente. Tal vez no quede en Andalucía una actividad selvícola mejor conservada en sus usos y vocablos tradicionales, por dos razones: una, porque no se ha encontrado mejor manera de rajar el corcho, o pelar un palo** -Hornachuelos, Córdoba- que la que llevan a cabo esos escor-chaores* (Sevilla, Huelva) o corcheros (Málaga, Córdoba, Jaén), con justeza y precisión de cirujanos, para no herir el curtío* o piel interna. (En Gaucín, Málaga, llaman a esto chaparreta**, y aseguran que en cocimiento es buena para el dolor de muelas). Dos, porque tampoco se ha encontrado mejor transporte desde muchos arriscados parajes que el de las bestias, con toda su cultura de manijeros, aparejos y demás costumbres. Aún habría que añadir la homogeneidad lingüística que presenta esta actividad en el territorio andaluz. Por ejemplo, bornizo, según el ALEA (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, de Alvar-Llorente-Salvador) es en unos sitios el primer corcho que se obtiene (así lo da la Academia, que no da más); pero en otros es todo aquel corcho que no sirve para tapón. Corchizo* suele ser el de baja calidad, también denominado refugo en Santa Olalla, Huelva; o rebujo** en Jaén; frente a corcha*, que es todo buen corcho por antonomasia. Las categorías o calibres son el tupío*, o espesor. Otras palabras se van perdiendo irremisiblemente: dornajo**, pesebre de corcho, o cucharro**, cualquier recipiente obtenido de esta admirable, ecológica y bien andaluza materia, que mil años dure.

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