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Teoría de la hamburguesa

Andrés Ortega

Kant habló de la paz entre las repúblicas, lo que se acerca a nuestro sentido de lo que llamamos las democracias: no se hacen la guerra entre sí; pero ha quedado demostrado que pueden librarla contra otros países no democráticos. Comte escribió sobre la influencia de la industrialización en la paz entre las naciones. Desde hace algún tiempo circula una nueva teoría -Benjamin Barber o Thomas Friedman la han expuesto-, que podríamos llamar de la hamburguesa, según la cual ningún país que tenga un McDonald"s entra en guerra contra otro país que posea establecimientos de esa cadena, al menos desde que los tienen. En el fondo, lo que dice esta teoría es que, para poseer este tipo de cadenas que producen localmente productos prácticamente similares -culinariamente derivados de la cultura norteamericana de comer rápido y seguir cabalgando hacia el sol poniente-, los países necesitan disponer de una clase media suficiente, un Derecho que contemple este tipo de propiedad y una complejidad empresarial. Es decir, un cierto grado de desarrollo, al menos en algunas capas de su población. Una vez conseguido, se lo piensan mucho antes de entrar en guerra. La teoría acaba de fallar en el caso de India y Pakistán (en ambos existen estos establecimientos), y probablemente se encuentren otros contraejemplos con el crecimiento de esta cadena; pero más o menos se mantiene en Europa. Pues si hay franquicias de esta cadena en Belgrado desde 1988 (antes del derrumbe de Yugoslavia), no las ha habido en Croacia hasta 1996, o en Macedonia hasta 1997. Directivos de la cadena han visitado recientemente Sarajevo, según una periodista que habita en la capital de Bosnia-Herzegovina, para sondear posibilidades. Evidentemente, la teoría falla por otro costado: la mayor parte de las guerras que se han dado desde 1989 no son guerras entre Estados, sino dentro de los Estados, es decir, guerras civiles. Pero si la teoría de la hamburguesa pone también algo de relieve, recuperando a Kant, es que las guerras pueden producirse en el camino de la democratización -cuando los dirigentes quieren legitimarse por el nacionalismo antes o al tiempo que por las urnas, como ha ocurrido en buena parte de la antigua Yugoslavia o de la antigua Unión Soviética-, o porque las democracias se quedan a medias, en lo que unos llaman "pluralismos totalitarios", o también democracias defectuosas, expresión que utiliza el politólogo alemán Wolfgang Merkel en un estudio publicado por el Centro de Estudios Avanzados en Ciencia Sociales de la Fundación Juan March. Es lo que puede haber ocurrido en la ola democrática de los últimos años, en la que Merkel diferencia tres tipos de democracias defectuosas: las excluyentes, que no dan el voto a algunos sectores de la población por razón de raza, etnia o sexo; las de dominio, en las que el poder político no reside sólo en los representantes elegidos, sino que otros estamentos, como los militares, las guerrillas o el clero, disponen de vetos efectivos; y las no liberales, retomando la afortunada expresión de Fareed Zakaria, en las que los Gobiernos elegidos violan las libertades, los derechos humanos y el concepto mismo de Estado de derecho. Ésta es una de las grandes cuestiones actuales. Ejemplos de democracias defectuosas abundan, y no sólo en los Balcanes. Algunos líderes en países de la ex URSS como Kazajistán, Azerbaiyán, Uzbekistán o Bielorrusia, que han hecho una utilización paradójica de los procedimientos democráticos, están además cayendo en tentaciones antidemocráticas ante la posibilidad de perder el poder en las urnas. El caudillismo democrático, otra expresión de estos defectos, está cuajando en esas Américas de Fujimori, Menem o, ahora, con el preocupante fenómeno Chávez. Incluso también entre nosotros, en Europa, Ralf Dahrendorf aprecia una "desconstrucción de la democracia" en un cierto autoritarismo político que unido al crecimiento económico se satisface en la apatía de los ciudadanos, en lo que llama el síndrome de Singapur.

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