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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Se aleja la paz

POR TODA la fe que se quiera depositar en el nadie sabe ya por qué llamado proceso de paz colombiano es razonable temer, tras los violentos ataques de la guerrilla al montañoso perímetro sur de Bogotá, continuados a lo largo del fin de semana en otros 10 departamentos de Colombia, que las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC, el mayor grupo guerrillero del país) tienen una peculiar manera de querer la paz. Y también que el Gobierno del presidente Pastrana pueda estar persiguiendo una quimera al dar una y otra vez la oportunidad a los insurgentes de iniciar unas conversaciones que ahora se programan para el próximo día 20. Es bien conocida la teoría de que cuando una fuerza insurrecta está a punto de sentarse a negociar le conviene asestar unos cuantos golpes al poder establecido -que en Colombia apenas es poder ni establecido- para sentarse a hablar en la posición más macabramente sólida posible. Pero es que esta historia ya se ha repetido tantas veces como para pensar que las FARC se complacen en flexionar su poderosa musculatura militar, especialmente cuando parece que se aproxima el momento de hablar, para decidir en último término que aún no ha llegado de verdad el momento de hacerlo. La ofensiva guerrillera de los últimos cuatro días en Colombia, que ha obligado a decretar el toque de queda en varias regiones alrededor de la capital, ha dejado por el momento casi 150 muertos entre soldados y partisanos.

El sentido civilista de las instituciones colombianas ha hecho que la dimisión de varias decenas de altos mandos del Ejército hace unas semanas, en protesta por las presuntas concesiones sin contrapartida del Gobierno a la guerrilla, haya podido ser reembalsada sin aparentes descalabros. Pero no es menos comprensible por ello que en la milicia cunda la preocupación de que la fuerza que dirige Manuel Marulanda no albergue verdaderas intenciones de negociar, o, por lo menos, ninguna prisa en hacerlo. De otro lado, ante la imposibilidad de derrotar militarmente a los insurgentes, y con toda la inversión política que el presidente ha hecho en la búsqueda de un compromiso, no queda más remedio que seguir apoyando el comienzo de las negociaciones, para que se sepa en el menor plazo posible si las FARC tienen o no voluntad de paz.

La presidencia de Pastrana se ha jugado todo su ser a esa sola y decisiva carta. Pero si ha de haber fracaso, cuanto antes quede eso claro, mejor. Ni siquiera por todos los errores, corrupciones o envilecimientos que haya practicado o consentido, por la atroz vía del narco, la sociedad colombiana merece lo que está pasando. La guerrilla ha de cumplir, y si no lo hace, el Gobierno debe actuar en consecuencia.

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