Puerta grande para Juan José Padilla
Juan José Padilla obtuvo un triunfo de clamor y, cojo y todo, lo sacaron a hombros por la puerta grande. El triunfo fue, efectivamente, apoteósico aunque no sé si memorable también. A los públicos de ahora los entusiasmos se les pasan tan pronto como les vienen. El universo se acelera y la fiesta de los toros no iba a ser menos. Hoy empezarán a caer por aquí las figuras que salen cada tarde a hombros por la puerta grande, a veces no se sabe muy bien la razón. Preguntas al día siguiente a los testigos presenciales qué hicieron las figuras para armar tanto alboroto y no acaban de acordarse. Algunos, ni del propio alboroto guardan memoria.
Las figuras que empezarán a caer por aquí a partir de hoy son los protagonistas de las noticias que titulan las agencias: "Los tres matadores y el mayoral a hombros por la puerta grande". Es, realmente, la información taurina más repetida: los tres matadores y el mayoral a hombros por la puerta grande. A veces el acontecimiento se produce en plazas donde quizá no haya ni puerta, pero es lo mismo: vale el símbolo.
Miura/Sánchez, Padilla, Ferrera
Toros de Hijos de Eduardo Miura bien presentados, grandes, de variadas capas, poco miureños de tipo; poca casta, en general manejables; 2º excepcional en el caballo. Sergio Sánchez: estocada corta caída (silencio); pinchazo, otro perdiendo la muleta, estocada corta, rueda de peones -aviso- y cuatro descabellos (silencio). Juan José Padilla: estocada corta trasera baja, rueda de peones -aviso- y cae el toro (oreja); estocada saliendo derribado (dos orejas); atendido en la enfermería de contusión leve que no le impidió salir a hombros por la puerta grande. Antonio Ferrera: pinchazo, estocada corta caída y rueda de peones (palmas); tres pinchazos, otro hondo, rueda insistente de peones, pinchazo y dos descabellos (silencio).Plaza de Pamplona, 11 de julio. 7ª corrida de feria. Lleno.
Los tres diestros de ésta corrida sanferminera no suelen ser protagonistas de triunfalismos ni protagonistas de casi nada. Sencillamente, porque apenas torean. Y, encima, van y los meten con los miuras. El universo estará acelerado y el mundo loco y el planeta de los toros será una jaula de grillos, pero nunca había conocido tanta injusticia. Ni tanta desvergüenza tampoco. Para poner un día a tres modestos con los miuras y al día siguiente a las figuras con los borregos no necesitan los taurinos ni marcarse un disimulo, ni dar explicaciones. Estas son lentejas, en el planeta de los toros.
El modesto, por una vez, resultó respondón. El modesto Juan José Padilla, que no quiere ser modesto, salió a por todas y si no alcanzaba a embarcar las problemáticas embestidas miureñas con la ortodoxia que pretendía, se lanzaba al tremendismo -que es como echare al monte- y bullía por doquier, y daba vueltas y revueltas, y se tiraba de rodillas por menos de un pimiento (eso sí, del piquillo).
Sus colegas de terna no tuvieron tanto arrojo como tuvo él o acaso fuera su desparpajo lo que les faltó a sus colegas. Sus compañeros de terna, salvo en el azacaneo banderillero que perpetraron los tres, parecían mustios. Muy porfiones ambos, mas poco resolutivos, y con semejante ánimos no había manera de triunfar. Sergio Sánchez, que había anunciado su despedida, porfió con mediocridad los naturales y los derechazos a sendos miuras de bastante poca casta y de igualmente dudosa fijeza. Antonio Ferrera dio la sensación de carecer de recursos frente a otro lote de similar corte.
Los miuras, grandotes y aparatosos, pues rebasaron ampliamente los 600 kilos, sacaron poca casta. Sin embargo, el segundo toro hizo en varas una pelea sensacional, que habrá de pasar a la historia. Más de 10 minutos estuvo el toro acometiendo al caballo, y sin tirar una sola cornada ni despegarse un milímetro, con absoluta fijeza, entregado a puro riñón, y no había manera de sacarlo.
Ni los esforzados coleos, a dos manos o a cuatro; ni los capotazos; ni los gritos; ni las acciones del picador que levantaba la vara o la hincaba, movía el caballo o lo dejaba quieto, conseguían sacar al Miura de su empreño y su celo.
Todo esto desvelaba una bravura excepcional del Miura llamada a levantar en su memoria un airoso monolito. La única reserva que podía hacerse -no baladí- era que todo se estaba produciendo en la querencia de chiqueros. El toro se arrancó allá, desde muy lejos, en cuanto vio aparecer al picador con su castoreño y su instrumental acorazado, y ya no dejó de recargar, metida la cabeza bajo el peto. Diez minutos así, aunque otros cronometradores aseguran que fueron cerca de 15. Un caso histórico, en efecto. Y, mientras, el capoteo, el coleo, el zarandeo e incluso la intervención de su matador Juan José Padilla, que debió ponerse nervioso y tras tirarle al toro de un cuerno sin ningún resultado, le dio de puñadas en la cara.
Uno duda de que un torero auténtico hubiese tenido jamás semejante ocurrencia, ni siquiera por lo nervios. Y esta flagrante falta de torería fue como una premonición. Cuando finalmente el toro acudió al espeso revoloteo de capotes que le sacudían las orejas, lo propio habría sido llevarle lejos de toriles y ponerle de nuevo en suerte para comprobar cuál era la verdad de su bravura. Y, sin embargo, Padilla pidió el cambio, el público también, la presidenta accedió y santas pascuas: nos quedamos sin ver al toro y sin la posibilidad de erigirle el airoso monolito.
Padilla le cortó la oreja por lo referido, le cortó las dos al otro Miura por parecidos alborotos y un estoconazo del que resultó con una pierna magullada, salió a hombros por la puerta grande, los mozos de las peñas cantaron "Paquito el chocolatero", y eso es lo que vale. Orejas, triunfalismo, puertas grandes... El planeta de los toros no quiere saber más.
Babelia
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