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Tribuna
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Verdades y datos

"Qué desagradable hablar de este asunto", me decía una distinguida dama en el almuerzo en el que se presentaba un libro sobre la guerra, o que se ocupaba de ella, con lo cual uno no acababa de entender qué hacía allí la señora, si había ido porque no tenía más remedio que ir o, sencillamente, se había equivocado de lugar. El caso es que mientras los presentadores se devanaban con más o menos acierto glosando las excelencias del libro, ella ponía cara ya contrita, ya de aburrimiento, o de las dos cosas a la vez.Pues bien, he aquí que en esta primavera acaba de publicarse un libro, Víctimas de la guerra civil, que mi distinguida dama reputaría de profundamente desagradable. Lo que sucede es que los juicios estéticos no cumplen ningún papel cuando de otros ámbitos se trata. Porque esta obra, coordinada por Santos Juliá y elaborada por un grupo de historiadores, es, ante todo, profundamente verdadera. Posee la verdad de los archivos, la verdad de los datos minuciosamente cotejados y cernidos. Huye de la manipulación; habla, rigurosamente, con testimonios y documentos. Es la obra que esperábamos 60 años después del mayor desastre de nuestra historia.

Sus excelencias han sido ya desgranadas en las páginas de este periódico, por lo que uno no va a insistir en ellas. Lo que sí quiere llamar la atención es sobre la oportunidad de su edición, que viene a poner muchas cosas definitivamente en su sitio, y a exigir de cuantos hablen del asunto que no lo hagan sin haber leído atentamente este libro. Comentaristas y sedicentes historiadores deambulan todavía por los círculos madrileños manejando tópicos y prejuicios de deshonestidad manifiesta, que aplican con desenvoltura al presente, si las circunstancias son propicias, y todo es cuestión de proponérselo.

A partir de ahora uno espera que a nadie se le ocurra seguir invocando el espantajo de la revolución comunista en ciernes en el verano del 36 para justificar el golpe de Estado contra la II República. A partir de ahora uno espera que no se sigan repartiendo las culpas y los desafueros de la guerra a partes iguales, porque sucede que no es cierto, lo que no significa que aquélla fuera, pues no lo fue, una historia de buenos y de malos. A partir de ahora uno espera que la más elemental pedagogía de la historia establezca con claridad que, después de la guerra civil, España fue el escenario de una de las más gigantescas represiones de que se guarda noticia en la Europa contemporánea, y que quien la encabezó no puede seguir siendo calificado de militar autoritario.

Sin duda que es mucho esperar lo que uno espera, a qué vamos a engañarnos, pero es lo que exige este libro, concebido y elaborado con apabullante honradez. La guerra fue bastante más que un episodio desagradable, y uno es de los que cree que debe quedar recluida para siempre en las páginas de los libros de historia, hecha ya historia, sí, pero historia verdadera. Que nadie puede ni debe manejar como arma arrojadiza.

Por ventura el presente de 1999 y la realidad de aquellos años terribles nada o muy poco tienen que ver. Pero no falseemos nuestros orígenes, no enterremos nuestras raíces, por más que sean remotas. No nos engañemos contándonos cuentos falaces. Se han contado demasiados sobre aquella edad oscura.

Posdata. Señora, a lo mejor, no lo creo, pero es una esperanza, a lo mejor, digo, recuerda usted su desafortunado comentario. Si lo recuerda, aunque no lea este libro, ahórreselo la próxima vez que tenga ocasión de hacerlo.

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