El ataque a la Embajada perfila un frente ruso-chino
El "efecto colateral" de la ofensiva de la OTAN, que se concretó en un puñado de bombas cayendo sobre la Embajada de China en Belgrado, ha colocado a Moscú y Pekín más cerca de presentar un frente común de lo que habían estado desde que comenzaron las incursiones aéreas de EEUU y sus aliados.El viaje al gigante asiático de Víktor Chernomirdin, el representante para los Balcanes del presidente ruso, Borís Yeltsin, ha contribuido también, muy probablemente, a reforzar entre el país más poblado y el más grande del planeta una cierta comunidad de intereses, que pasa por la oposición común al dictado y la existencia misma de una superpotencia única.
En los últimos años, Yeltsin y Jiang Zemin, el presidente chino, han logrado, mediante cumbres formales e informales, que el recelo de viejos enemigos con el que se han contemplado históricamente sus países diera paso, al menos sobre el papel, a una política de buena vecindad basada en el desarrollo de las relaciones comerciales y en la superación de potenciales focos de conflicto. La delimitación de la frontera común es, quizá, el acuerdo más significativo, especialmente para Moscú, donde no se puede evitar un escalofrío cuando se piensa en que sólo 20 millones de rusos viven más allá de los Urales (que separan Europa de Asia), frente a 300 millones de chinos asentados en las zonas contiguas.
La palabra mágica para expresar la idea que en Pekín y Moscú se tiene de lo que debería ser este mundo es "multipolaridad", en oposición a la hegemonía estadounidense. Desde esa perspectiva se ve la crisis de Kosovo, con el agravante de que se estima que un posible polo, la Unión Europea, ha sido engullido, al menos en el caso yugoslavo, por EEUU. La diferencia entre China y Rusia es, sin embargo, muy notable, ya que, desde que estalló la crisis, el primero de estos países se limitó a una condena casi pasiva de los bombardeos, mientras que el segundo, tras evocar fantasmas apocalípticos, ha optado finalmente por jugar un papel que se pretende decisivo en la búsqueda de una solución política. Al igual que se considera que sólo Rusia puede hacer tragar a Yugoslavia un compromiso que se ajuste a las exigencias de la OTAN, sólo Rusia puede contribuir a aplacar la cólera china y devolver a sus dirigentes a donde estaban: al borde de considerar aceptable el acuerdo alcanzado por el G-8 y de hacer que sea la ONU quien le dé cobertura legal y ampare la fuerza internacional que, inexorablemente, habrá de desplegarse en Kosovo. Sin Rusia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, es imposible jugar la carta de la ONU.
El mejor de los escenarios posibles sería que el viaje de Chernomirdin y posteriores contactos hagan que Pekín, una vez se aplaque su furia, deje de exigir como condición previa para discutir el asunto que cesen los bombardeos.
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