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Faraones rigurosamente vigilados

Jacinto Antón

"Enjoy Luxor", proclama un cartel a la entrada del Valle de los Reyes. El turista suspira y sigue arrastrando los pies en dirección a una tumba. El termómetro marca 45 grados y el sol de mediodía que cae a plomo reverbera en la piedra caliza del suelo del valle con intensidad de microondas. Una blancura irreal cubre como un sudario ardiente el paisaje. Aquí y allá grupos de visitantes avanzan a pasitos cortos y se desploman en la acogedora sombra de los sepulcros. El calor parece la principal amenaza en esta jornada de disfrute egiptológico, pero la presencia de numerosos soldados armados con fusiles de asalto sugiere otros riesgos. En Luxor puede verse por todas partes un despliegue acongojante de tropas. Unidades especiales de aspecto fiero y competente, apostadas en modernos vehículos todoterreno, custodian la entrada al Valle de las Reinas y al templo de Hatshepsut -señalado ya por los guías en voz bajita como "el templo de la muerte"-, donde en noviembre de 1997 un atentado de los fundamentalistas islámicos causó 68 muertos, 58 de ellos turistas. La vigilancia no es patrimonio de la antigua Tebas. En todo el país del Nilo, desde el delta hasta Nubia, de Alejandría a Asuán, los sitios arqueológicos, según comprobó este diario la semana pasada, están férreamente custodiados y para entrar a las ruinas hay que pasar medidas de seguridad similares a las de los aeropuertos, detector de metales y cacheo incluidos. Resulta curioso que a uno lo registren para ir al encuentro de Horus o de los Ptolomeos. Hasta la armada se ha movilizado y en la excursión en barca a la isla de Philae los turistas son acompañados por una nutrida escolta de infantería de marina a bordo de zodiacs, componiendo, al desembarcar, imágenes dignas de un Guadalcanal nilótico. En una visita nocturna al bellísimo templo de Kom Ombo, mientras las salamanquesas trepaban por las columnas cubiertas de jeroglíficos y los turistas se arremolinaban ante la momia ennegrecida de un gran cocodrilo, un egipcio trajeado extrajo de debajo de la chaqueta una monumental pistola automática y la dejó sobre una piedra historiada: le incomodaría. Los policías de paisano son tan omnipresentes en cualquier trayecto y destino como las antigüedades, ajenos al sobresalto que causan al esgrimir su artillería.Un año y medio después del sangriento ataque de la Gamaa Islamiya, a cuyos miembros presos (hay centenares de sospechosos encarcelados) se sigue juzgando por decenas con la máxima discreción, el Gobierno egipcio vive obsesionado con la seguridad de los turistas. En general, el visitante no percibe en Egipto sino amabilidad. Pero en algún lugar se nota tensión e incluso abierta hostilidad: es el caso de Essna, localidad del Egipto Medio donde la visita turística queda acotada a una calle con mercado de recuerdos y un templo grecorromano, y a cuyo zoco viejo se recomienda no entrar. En cuanto cuatro españoles ponen los pies ahí, un soldado con metralleta corre tras ellos y los hace salir. La atmósfera en el templo de Hatshepsut tampoco es plácida, aunque aquí se debe al eco de la tragedia. Un vigilante con túnica y turbante muestra orificios de balas y pálidas manchas de sangre en la segunda terraza y explica con estremecedor realismo un relato de los hechos. Cuando mima cómo una mujer trataba de proteger con su cuerpo a su hijo pequeño, estalla en lágrimas. Resulta un pelín teatral. En todo caso, a una joven madrileña se le hace un nudo en la garganta. En el lugar no se ha ubicado ningún elemento que recuerde a las víctimas de la matanza, ni siquiera unas flores.

El número de visitantes en Egipto no cesa de aumentar, aunque aún no se ha vuelto a los niveles de antes del atentado de Luxor. Los primeros meses de 1999, según estadísticas egipcias, muestran un crecimiento espectacular del turismo español: 6.135 personas en marzo con respecto a las 1.077 de 1998. Para inspirar más confianza, el presidente Hosni Moubarak no dudó el pasado 26 de abril en proclamar a los cuatro vientos que Egipto "es un país seguro donde se trata bien a los turistas". Moubarak abundó en la tesis oficial de que un atentado lo tiene cualquiera. El presidente hizo estas declaraciones durante la inauguración de la restauración de dos tumbas en el Valle de los Reyes, en el marco de una política de apertura de nuevas atracciones monumentales para los turistas. Se trata de dos tumbas muy interesantes que este diario pudo visitar la misma semana de su apertura. La de Seti II (KV 15, según la numeración del valle), faraón del 1199 al 1193 antes de Cristo, quedó inacabada, seguramente por la muerte súbita del rey, y la cámara sepulcral se construyó a base de adaptar el pasillo. Las pinturas murales están en muchos sectores a medio realizar o son simples y maravillosos bosquejos que permiten contemplar paso a paso el método de dibujo de los artistas egipcios. Como concesión al morbo, se ha instalado en una vitrina una momia anónima. Al fondo de la tumba puede verse un fragmento de la tapa del sarcófago de Seti II en cuyo interior aparece una hermosísima imagen en relieve de la diosa Nut. El vigilante de la tumba, un viejo fellahin que podría haber sido capataz de Carter, con turbante y gallabiyah, invita a acariciar las redondeces de Nut, un sensual entretenimiento que él parece practicar con asiduidad en solitario. La segunda tumba (KV 14) tiene doble propietario: fue construida para la reina Tausert, pero posteriormente se apropió del sepulcro para su enterramiento el rey Setnajt. Con más de 112 metros, es una de las tumbas más grandes del valle, y la restauración la ha dejado con un aspecto tan estupendo como la de Seti II.

La apertura de monumentos se complementa con una mejora paulatina de los sitios arqueológicos, pero habrá que educar a los turistas para que no hagan como un italiano que atendía una llamada de móvil en el mammisi de Edfú ante la estupefacta mirada de un relieve de la vaca Hathor. En el Valle de los Reyes la nueva disposición de los aparcamientos de autocares, los comercios y la cafetería, todos ellos fuera del área arqueológica, ha devuelto a la gran necrópolis todo su recogimiento, emoción y espectacularidad, aunque es difícil no poner reparos a los trenecitos estilo Disneyworld que trasladan al visitante desde el centro de recepción hasta la entrada del yacimiento. En el templo de Karnak se siguen restituyendo elementos a los recintos sagrados con grandes grúas. Al norte, en el delta, la nueva Biblioteca de Alejandría se va a convertir en un fuerte polo de atracción de visitantes. En pleno furor alejandrino, el modista Pierre Cardin ha anunciado que regala un faro. En el extremo opuesto de Egipto, en Asuán, el nuevo Museo de Nubia, inaugurado en 1997, no acaba de consolidarse como un foco de atracción turística. Queda fuera de los circuitos y apenas se ven visitantes extranjeros en sus salas. Esta falta de interés resulta inexplicable pues, instalado en un hermosísimo edificio de nueva planta y centrado en la exhibición del patrimonio cultural nubio desde tiempos prehistóricos hasta la actualidad -incluyendo, por supuesto, una notable colección de piezas de época faraónica (en la que destacan las naturalistas esculturas cushitas)-, el museo es sin duda uno de los mejores centros de su clase del mundo.

A Moubarak le hubiera encantado ver el grupo de japoneses -un turismo especialmente retraído a raíz del atentado de Luxor- que navegaba a bordo de una faluca en Asuán el pasado jueves, espantando a su paso a los bellísimos martines pescadores manchados (Ceryle rudis): bajo sus sombrillas de colores se les veía tan felices como si estuvieran en un lago de Kioto. "Son los primeros que vemos en mucho tiempo", señaló con ternura un guía de El Cairo. "Hay que cuidarlos".

El área de Guiza, con las más famosas pirámides y la Esfinge, es, por supuesto, uno de los puntos clave del turismo. Los autocares vuelven a aglomerarse en la zona y los turistas se desparraman al grito de si hoy es martes éste es Micerinos. "¿Si me siento seguro? Bueno tengo una sensación ambivalente: si hay tanta seguridad será por algo, ¿no?", sintetiza un catalán vestido de Livingstone mientras trata de fotografiar a una cabra que pace a la sombra de la Gran Pirámide. En la lejanía puede verse un cordón de guardias a lomos de camellos. Miran hacia el desierto, como esperando a los bárbaros.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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