LA CRÓNICA Cuñas y barro MERCEDES ABAD
Personaje 1: "Tú, tonto, memo, peste, analfabeto, tú, el ignorante de Cataluña, tu mano nada vale: ni siquiera sabes coger bien un mouse... ¡Y sin embargo te las das! ¡Dices que eres un escritor como yo!". Personaje 2: "¿Qué quieres decir con que no soy un escritor como tú? Cuando escribes algo, ni se entiende. Una carta escrita por ti, no hay quien la lea". No, no se trata de la trifulca de dos escritores obligados a compartir caseta para una sesión de firmas el pasado Sant Jordi. Sustituyan Cataluña por Sumer, mouse por estilete y escritor por escriba, y tendrán un breve fragmento de una deliciosa disputa entre dos escribas sumerios, una joya literaria de cuyo anónimo autor sólo sabemos que perteneció a la civilización que inventó la escritura allá por el año 3300 antes de Cristo. Por cierto: el primer autor literario cuya firma nos ha llegado no fue un autor, sino una autriz, de lo que sería temerario deducir que el individualismo fue un invento femenino. La autriz en cuestión se llamaba Enheduanna, era hija del rey Sargón de Akkad, vivió en tono al 2330 antes de Cristo, fue nombrada por su padre gran sacerdotisa de la diosa Nanna (¿el origen del nepotismo?) y cultivaba la poesía. Habida cuenta de que fue la primera firma registrada de la historia, ¿no sería pertinente rendirle homenaje en la próxima edición de Sant Jordi? En fin, se lo advierto: las tablillas cuneiformes, estén o no firmadas por su autor, pueden ser peligrosas. Si uno sucumbe a la fascinación de esos signos que en los albores de la arqueología algún despistado tomó por huellas de pájaros, es posible que se descubra tiempo después reptando penosamente de signo en signo con una sonrisa de oreja a oreja. De hecho, todos los asiriólogos que conozco son hombres felices. Joaquín Sanmartín, por ejemplo, megacrack mundial de la lengua acadia, es un hombre que irradia humor, entusiasmo y optimismo. Su romance con la asiriología fue el resultado de una concatenación de factores, como ocurre siempre. Por eso resulta tan endiabladamente difícil establecer con precisión cuándo empezó algo. Por eso, porque las cosas siempre empiezan mucho antes, a menudo retrocedemos hasta nuestro pic-nic en el útero materno para explicarnos las cosas. Y del útero materno saltamos al de la abuela y la tatarabuela, y de ahí a lo mejor, quién sabe, llegamos a Enheduanna, la primera firma de la historia. El caso es que a finales de los sesenta, Sanmartín se matriculó en la Facultad de Derecho de Zaragoza. El ambiente era tan enrarecidamente tétrico que no aguantó más de un par de meses, se lió el petate y aterrizó en Italia, estudió historia, descubrió que le tiraba la historia antigua y cayó en la cuenta de que, para hacer historia antigua hay que conocer lenguas. "La lengua", afirma, "me interesa como acceso al texto, al texto como acceso a la historia y la historia como acceso al hombre; no hay que olvidar jamás que la lengua es un vehículo; el estado constructo del sustantivo en acadio me trae sin cuidado: me concibo más como antropólogo que como filólogo: lo que me interesa es el hombre". De Italia, nuestro hombre saltó a Münster, Alemania, donde tuvo el honor de ser alumno de Von Soden, uno de los mayores especialistas en acadio de todos los tiempos. Allí profundizó en su pasión por el acadio periférico, su especialidad: "Siempre me han gustado las fronteras, las zonas marginales en las que las culturas entran en contacto unas con otras". Pues bien: gracias a una espléndida iniciativa de Eridú, la Sociedad Catalana de Amigos del Próximo Oriente Antiguo, presidida por Juan Luis Montero, uno de los pocos arqueólogos serios especializados en el Próximo Oriente con que contamos en este país, Joaquín Sanmartín imparte ahora, además de sus clases de acadio en la UB, un curso de escritura cuneiforme en la sede de la asociación (calle de Providència, 42; teléfono 93 284 30 02, los lunes de 20.00 a 22.00). El desciframiento, la evolución de los signos, la tecnología cuneiforme y, sobre todo, por qué diablos se puso un buen día la humanidad a escribir son las cosas que Sanmartín les ayuda a comprender a los 35 happy few -¡todo un éxito para una disciplina tan minoritaria en nuestro país!- que siguen sus clases con una sonrisa de oreja a oreja.
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