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GUERRA EN YUGOSLAVIA El debate en EEUU

Clinton quiere seguir bombardeando Yugoslavia hasta julio

El presidente teme el efecto de la guerra en tierra para el final de su carrera política

La noche en que comenzó el bombardeo de Yugoslavia, Bill Clinton tardó mucho en conciliar el sueño. Entrada la madrugada necesitó asegurarse de que no se había equivocado al desencadenar la campaña bélica. Llamó a Madeleine Albright y la despertó. "Madeleine, estamos haciendo lo correcto, ¿no te parece?", le dijo. "Sí, estamos haciendo lo correcto", le respondió la persona que más había empujado en la cúpula política y militar de EEUU a favor de la aventura militar.

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Cinco semanas después, Slobodan Milosevic sigue sin ceder y Clinton se enfrenta a la prueba suprema de su doble mandato presidencial. De momento no querría cambiar de táctica. Clinton ha advertido de que piensa continuar los bombardeos hasta julio, como mínimo. Aunque la OTAN comience a preparar planes para esa eventualidad, la perspectiva de tener que combatir en tierra a las fuerzas de Milosevic es políticamente peliaguda y, según señala Joe Lockhart, el portavoz de la Casa Blanca, "no cuenta en estos momentos con un amplio consenso ni en EEUU ni en la Alianza". Por eso Clinton piensa prolongar los bombardeos, en la esperanza de que, como dice Lockhart, Milosevic se dé cuenta de que la OTAN le está haciendo "mucho daño" y termine aceptando, a través de los rusos u otros mediadores, las exigencias aliadas.En los últimos días, Clinton ha visto muchas de las orejas del lobo de la guerra que lidera como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la única potencia imperial del fin de milenio. Las fuerzas de la OTAN han cometido nuevos errores: bombardear una aldea serbia, enviar un proyectil a Bulgaria y, posiblemente, destruir un autobús en Luzane.

Jesse Jackson, militante demócrata como el presidente y su consejero espiritual durante el caso Lewinsky, ha meidado con éxito en Yugoslavia, en contra de los deseos de la Casa Blanca. Y la misma Cámara de Representantes que le procesó por el escándalo de la becaria ha negado su apoyo a la Operación Fuerza Aliada y ha exigido que el presidente solicite permiso al legislativo si planea enviar fuerzas terrestres a los Balcanes.

Los problemas de esta semana han añadido estrés a un presidente que acaba de superar la agotadora prueba de la cumbre de la OTAN en Washington. En la cumbre, Clinton se esforzó por construir un consenso entre los 19 aliados. Lo consiguió, pero con mucha dedicación personal, refrenando, por un lado, los impulsos belicistas de un Tony Blair que quería hablar ya de ofensiva terrestre, y tranquilizando, por el otro, a un Jacques Chirac que veía mucho peligro en la idea de que la Alianza imponga un bloqueo naval a Yugoslavia sin permiso de la ONU. Si la cumbre terminó con un inequívoco mensaje de unidad de los aliados sobre la necesidad de intensificar la campaña aérea fue porque Clinton puso en juego los instrumentos que le han dado tanto éxito en política interior: improvisación, aplazamiento de las decisiones difíciles y equilibrio entre las posiciones extremas. Pero al día siguiente los republicanos subrayaron las diferencias entre el "vigoroso" liderazgo de George Bush en el Golfo y los "malabarismos" de Clinton en Kosovo.

Las comparaciones

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Tras la invasión iraquí de Kuwait, Bush envió de inmediato tropas terrestres al Golfo y luego trabajó duro para conseguir una amplia aprobación internacional. Por el contrario, Clinton, señala el senador y aspirante republicano a la presidencia John McCain, se ató las manos desde el primer momento al anunciar que jamás enviaría tropas a combatir en tierra a los yugoslavos. McCain, que fue prisionero en Vietnam, piensa que EEUU no puede permitirse el lujo de perder otra guerra.El problema para Clinton es que si una parte de la derecha republicana le empuja, como McCain, a más ardor guerrero, otra, la que en unión de unas decenas de demócratas le acaba de zancadillear en la Cámara de Representantes, le dice que esta guerra es innecesaria, que, a diferencia del golfo Pérsico, los "intereses vitales" de EEUU no están en juego en Kosovo, que lo suyo sería dejarle el asunto a los europeos. Y esa derecha reticente a Kosovo cita el fantasma de Vietnam.

Estados Unidos vive esta guerra bajo el influjo de dos síndromes. El de la capitulación del Reino Unido y Francia ante Hitler en Múnich mueve a los que, como Albright, nacida en Checoslovaquia, dicen que Milosevic es una versión actual del tirano nazi, por lo que EEUU debe pararle los pies. Pero en muchos norteamericanos pesa más el síndrome Vietnam, la posibilidad de que EEUU se empantane en los Balcanes.

Clinton entró en la guerra cuando acaba de ser absuelto por el caso Lewinsky. Fuentes de su Gobierno reconocen que no había tenido tiempo ni energías en los meses anteriores para prestarle atención a Kosovo. Se vio arrastrado por los acontecimientos, y en especial por la necesidad de mantener la credibilidad de EE UU y la OTAN. Cinco semanas después, una encuesta de Gallup afirma que el 54% de los norteamericanos aprueba su modo de conducir la guerra, frente al 41% que lo rechaza. Es una mayoría lejana a los porcentajes superiores al 80% que cosechó Bush en el Golfo.

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