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GUERRA EN YUGOSLAVIA Política y diplomacia

Los tiempos en que Belgrado evocaba libertad

Paradojas de la historia. Son muchos los húngaros que se acuerdan de cuando el nombre de su vecino del sur, Yugoslavia, era sinónimo de libertad y tolerancia. En los duros años del estalinismo, en Budapest se ahorcaba a la disidencia, comunista o demócrata, bajo la terrible acusación de titoísmo y de mantener relaciones con Belgrado. Budapest, Praga y Varsovia eran calabozos comparados con Belgrado. Por Yugoslavia había una puerta entreabierta a la libertad, al debate y a la inteligencia. Hoy, diez años después de la caída del muro de Berlín, Hungría, la República Checa y Polonia son tres Estados homologados con las democracias occidentales mientras la capital serbia se halla sumida en el oscurantismo, el miedo, el odio y el racismo. Mientras Budapest es una ciudad abierta al mundo, pujante y libre de los fantasmas del pasado, Belgrado es rehén de Slobodan Milosevic, la mayor tragedia sufrida por el pueblo serbio en siglos.

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En Hungría crece la economía (un 5% este año), se celebran congresos, llegan inversores y no queda compañía multinacional que se precie por instalarse. Los comunistas son una olvidada secta extraparlamentaria. Los ultranacionalistas de Istvan Csurka, muy civilizados si se comparan con las huestes de Milosevic o Seselj, son 14 en el Parlamento y nadie les hace mayor caso. El irredentismo húngaro ha quedado sumido en el pasado en una sociedad que se ha abierto a la tolerancia y al futuro.

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