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GUERRA DE YUGOSLAVIA Los refugiados

Miles de refugiados desaparecen sin dejar rastro

En una operación brutal, el campamento de Blace, en Macedonia, es desalojado de kosovares en una sola noche

Enric González

ENVIADO ESPECIALEl vertedero humano de Blace ya no existe. Se formó rápida y brutalmente, y así desapareció: policías y soldados macedonios vaciaron el barranco en una noche frenética de gritos y evacuación caótica, tras la cual se perdió la pista de 35.000 de los 60.000 refugiados que durante casi una semana se habían hacinado en el paso fronterizo entre Kosovo y Macedonia. Anoche, el número de extraviados se reducía a 10.000. Miles de personas fueron trasladadas a la fuerza hacia Albania, un número indeterminado logró escapar hacia barrios albaneses en el interior de Macedonia y otros empiezan a aparecer, tras un largo viaje en autobús, en países como Grecia o Turquía. La catástrofe continúa.

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El paisaje después de la tragedia era desolador. Todo, salvo los seres humanos, había quedado allí. El hedor, la basura, los excrementos. Pero también una inmensa colección de objetos como testimonio silencioso de la brutalidad de la evacuación: la fotografía del muchacho sonriente, la de la familia endomingada quizá para una boda, la novelita sentimental que alguien leyó para abstraerse del horror, una carta a medio escribir, las maletas con el somero equipaje que los refugiados arrastraron durante kilómetros de fuga, la bolsita con los pañales y el biberón de un bebé... Obreros con mascarillas hacían hogueras con los restos del éxodo y un camión cisterna baldeaba la carretera. Las cuatro tiendas en las que se dispensó una exigua ayuda médica estaban listas también para ser pasto del fuego.Más allá de la frontera, donde durante días se acumularon decenas de miles de albanokosovares que esperaban pasar a Macedonia, no había otra cosa que vacío, silencio y cientos de automóviles abandonados. Quizá se fueron al saber que los serbios habían cerrado la frontera. Quizá, atosigados por el hambre y la fatiga, decidieron volver. Quizá confiaron en el alto el fuego decretado por Belgrado. Quizá fueron obligados a volver por la misma policía que les había deportado hasta allí. Por ahora es imposible saber qué es lo que ocurrió en Kosovo durante esa noche extraordinaria.

Paula Ghedini, la portavoz en Macedonia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), protestó públicamente por la actuación de las autoridades macedonias en Blace. Primero, porque ACNUR no fue consultada y no se permitió a sus representantes entrar en el campo en ningún momento. Segundo, porque la evacuación se hizo de forma descontrolada, sin comunicar a los refugiados cuál era su destino y separando sin miramientos grupos familiares. Tercero, porque al amparo de la noche se empleó la violencia para acelerar el proceso.

Los responsables de ACNUR reconocieron en privado, sin embargo, que la evacuación era urgentísima porque las enfermedades comenzaban a propagarse, y admitieron que, pese a la brutalidad, se alegraban de que Blace estuviera al fin vacío. El Gobierno macedonio empleó los 350 autobuses del sistema de transporte público en una lanzadera constante hacia los campos de la OTAN en Brazda y Stenkovec, que acogen ya a 60.000 personas, y hacia los campos dirigidos por ACNUR en Bojane, Neprostino, Radusa y Cegrane, en los que fueron depositadas 15.000.

Pero al menos 14.000 personas fueron llevadas también, con lo puesto y sin ninguna información, a la frontera con Albania. Una cantidad indeterminada siguió camino hacia Grecia. Otros, quizá porque el conductor atendió los lamentos de su apretado pasaje, fueron llevados a las ciudades de Skopje y Tetovo y entregados a la comunidad albanesa residente en ellas.

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Un voluntario de la organización humanitaria albanesa El-Hilal, que quiso permanecer en el anonimato, asistió a la evacuación nocturna: "No había ningún orden, nadie mandaba. Todo eran gritos, golpes y lloros. Los policías sólo se preocupaban de terminar cuanto antes. Cada conductor hacía lo que quería y descargaba a la gente de cualquier manera en cualquier sitio. Muchos fueron abandonados de madrugada a kilómetros de los campos de la OTAN y tuvieron que caminar hacia ellos, a oscuras, porque el conductor estaba ya demasiado fatigado y quería terminar el trabajo". El Gobierno macedonio afirmó ayer que condenaba los "casos aislados" de violencia por parte de sus policías y soldados. Pidió asimismo que se comprendiera que la brutalidad y el descontrol de sus actuaciones se debía al caos en que estaba sumido el país. "Todo esto nos ha desbordado", dijo el ministro del Interior.

Claudia Ghedini, la delegada de ACNUR, admitió que, violencias al margen, el Gobierno del pequeño país balcánico había hecho "muchísimo con pocos medios". "En ACNUR tampoco esperábamos este inmenso flujo de refugiados, la situación ha sido inmanejable. Sólo podemos estar inmensamente agradecidos a la OTAN", añadió, por el trabajo de los soldados de la Alianza al levantar nuevos campamentos con tiendas y servicios sanitarios.

La OTAN cooperaba también en el registro de quienes ingresaban en sus campamentos y trataba de organizar decentemente el puente aéreo para trasladar a los refugiados a terceros países: se instalaron listas para que cada persona expresara el destino de su preferencia, y los autobuses al aeropuerto llevaban ayer un cartel con el país al que se dirigían. "Espero que en los vuelos hacia otros países no se registre nunca más la violencia del primer día, que nadie sea forzado ni golpeado. El Gobierno macedonio se ha comprometido a ello. Y yo me comprometo a reunir, con tiempo, los grupos familiares que han quedado rotos", declaró Ghedini.

El esfuerzo de los soldados

La OTAN maneja estos días una situación relativamente esquizofrénica. Mientras bombardea con una mano Yugoslavia, con la otra desempeña una extraordinaria labor humanitaria en Macedonia. Buena parte de los 12.000 soldados estacionados en la pequeña república balcánica se dedican durante 18 horas al día, en turnos agotadores, a cavar letrinas, a instalar tiendas y a atender la desesperación de decenas de miles de refugiados. Por más que trabajen, su tarea nunca termina. Siempre hay nuevas personas que instalar, toneladas de comida que repartir, enfermedades que curar y quejas que atender.En algunos casos, su dedicación va más allá del deber. La teniente británica Vicky Wentworth salía de servicio, ayer de madrugada, pero quiso echar un último vistazo al impresionante hospital de campaña -con quirófano y laboratorio- instalado por Israel en el campo de Brazda. El quirófano acababa de estrenarse con una cesárea, uno de los dos alumbramientos que se produjeron durante la noche en el campo de refugiados de la OTAN. La cesárea fue bien y el padre, un hombre sin nada, trató de preparar un ajuar para la niña con alguna ropa para adultos procedente de donaciones. La teniente prescindió de dormir y se desplazó a Skopie, donde compró ropa de bebé y un sonajero.

"Ayer no podía más y hoy es un milagro que me tenga en pie", dijo el soldado Emerson, un hombre corpulento que entregaba cajas de agua mineral, de doce botellas cada una, ante una cola de refugiados. "¿Dónde están los marines?", preguntaba un miembro de ACNUR. "Ni idea, andarán por ahí con pico y pala, pero no sé dónde", respondió un sargento estadounidense. "Yo ya no quiero entender nada: vamos de un lado a otro y no damos abasto", suspiró un oficial francés. En el hospital militar de los italianos había médicos que llevaban más de 30 horas de trabajo ininterrumpido.

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