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La derrota de Lafontaine y el futuro de Europa

La dimisión de Oskar Lafontaine como ministro de Economía alemán y como presidente del Partido Socialdemócrata es una gran derrota para la idea de una Unión Europea democrática en la práctica, eficaz en la economía y socialmente justa. Sus consecuencias para Alemania están claras. El Partido Socialdemócrata ha perdido gran parte de su esencia moral. Al abandonar sus propias tradiciones por un realismo moderado, tiene tanto de social como de "cristianos" los partidos de la oposición, es decir... muy poco. El fin de la coalición con Los Verdes (escasamente coherentes desde el punto de vista intelectual) no tardará mucho en producirse. El que los socialdemócratas decidan después formar Gobierno con los liberales o con los democratacristianos carece de importancia. Lo que importa es que, al haber expulsado a Lafontaine, el canciller Schröder y sus colegas demuestran que el socio al que no se atreven a ofender es el capital alemán.Las empresas alemanas más grandes se han comportado en los últimos meses con una arrogancia supina. De hecho, amenazaron con marcharse de Alemania al extranjero, y acusaron al nuevo Gobierno de no tener ningún deseo de instaurar la "reforma". En el nuevo vocabulario alemán, "reforma" es sinónimo de darwinismo social sistemático: reducción de las ayudas sociales, jornadas y vidas laborales más largas, disminución de la inversión en infraestructuras públicas, menor protección laboral y destrucción del consenso social de la República Federal. El capital alemán (con sus portavoces instalados en cátedras o en despachos de editorialistas) consideró que había llegado la hora de los ultimatos. Asustados por el empuje inicial de la nueva coalición para anular los recortes de la ayuda social decretados por su exhausto predecesor, y enfurecidos por la intención de Lafontaine de gravar los grandes beneficios en vez de los ingresos modestos, sus líderes emprendieron el equivalente económico de una guerra civil.

Y nadie estaba más asustado por el ímpetu del Gobierno que un grupo considerable de socialdemócratas. Faltos de sentido crítico ante la fuerte propaganda de Blair de una Tercera Vía (vacía de contenido), e ignorando los costes sociales de la máquina de empleo de Clinton, se paralizaron de pánico al ver a su líder adherirse a la tradición de su partido. Lafontaine supone que la legitimación proviene del electorado; sus colegas creen que sólo puede venir de los que controlan la economía alemana e internacional. La élite de la economía internacional no sólo manda sobre los medios de producción, sino también sobre los de persuasión.

Rara vez un político importante de una democracia ha sido blanco de un ataque tan concertado como Lafontaine. Sus colegas, especialmente la oficina del canciller, respondieron con una deslealtad suprema. Podían haberse preguntado por qué los banqueros e industriales alemanes, que han estado 16 años bajo un Gobierno favorable, no habían sido capaces de proporcionar el pleno empleo y un nivel de vida elevado a sus conciudadanos. En vez de eso, los socialdemócratas piden que se les permita funcionar como depositarios tecnocráticos del capitalismo alemán. Lafontaine tenía razón, hace diez años, respecto a los costes económicos de la unificación alemana: se demostrará que tenía razón cuando hablaba de la avaricia e ineptitud de los maestros de la economía alemana.

Pero puede que cuando esto ocurra sea demasiado tarde para Europa. Lafontaine era el más decidido y lúcido de los políticos alemanes defensores de la Unión Europea, y tenía una visión económica y social acorde con el proyecto político de Kohl. Recurrió a Francia para dar a la Unión Europea una esencia económica y social. Pidió la armonización de las leyes fiscales para evitar que el capital europeo amenazara con fugarse. Exigió que el Banco Central Europeo respondiera a las necesidades europeas de inversión en vez de a las obsesiones monetaristas de los banqueros. Propuso el control internacional de los tipos de cambio para evitar que toda la economía global se viera reducida a la condición de Brasil. Los franceses se mostraron claramente dubitativos; los británicos, educadamente hostiles, y Estados Unidos, abiertamente despectivo. Ahora Francia va a pagar el precio. Tendrá que tratar con una Gran Bretaña que rechaza el gouvernement economique de Jospin y con un canciller alemán que se siente en deuda con el capital nacional. En cuanto a la aspiración de una Unión Europea capaz de enfrentarse a Estados Unidos como un igual económico..., dada la ausencia de instituciones sociales y económicas europeas, seguirá siendo un sueño.

Sin embargo, el precio más caro lo van a pagar los ciudadanos de la Unión Europea. Dirigidos por unos banqueros centrales que desdeñan a la opinión pública y por una Comisión a la que, hasta ahora, el Parlamento Europeo prácticamente no controla, se encontrarán con que sus gobiernos nacionales son cada vez menos capaces de garantizar el empleo, la protección social y los servicios públicos. La dimisión de la Comisión Europea sólo ilustra su incapacidad para resolver las crisis económicas europeas. Puede ocurrir que toda Europa se convierta en una gran Bélgica, en un grupo de regiones incompatibles entre sí, unidas por una subordinación común al capital multinacional. Y la única convicción europea compartida será el profundo resentimiento público hacia las élites políticas nacionales, que caerá por igual sobre conservadores y liberales, democristianos y socialistas. El déficit democrático de la Unión Europea, que tanto ha preocupado a editorialistas y catedráticos, está a punto de asumir unas formas menos abstractas y académicas. Las recientes elecciones en el Estado austriaco de Carintia, con un 41% de los votos para el posnazi Franz Haider, es consecuencia del éxito de la campaña xenófoba de la derecha alemana en las elecciones del Estado de Hesse cinco semanas antes. Los jefes de Gobierno y ministros de la Unión Europea hablan de corrupción y mala gestión en la Comisión, e intercambian recriminaciones sobre el presupuesto de la Unión. Cuando hayan terminado unos con otros, ¿qué piensan decir a sus ciudadanos sobre las perspectivas de Europa cuando hagan campaña para las elecciones europeas?

Los socialistas europeos, reunidos en Milán, adoptaron un programa de empleo e inversiones que había sido redactado por el primer ministro de un pequeño país, Portugal. El principal defensor del programa en el país más grande de Europa ha sido repudiado por sus colegas socialdemócratas, que dan pocas muestras de inclinarse por él. Dada la situación, ¿qué credibilidad puede tener ningún candidato socialista de la Unión Europea? Los contrarios a la Unión Europea aprovecharán las próximas elecciones como una oportunidad para declarar que el proyecto europeo es un peligro para sus ciudadanos.

Mientras tanto, un grupo de congresistas de Estados Unidos, el Comité Progresista del Congreso (respaldados por los sindicatos y las organizaciones de interés público de la sociedad civil), pretenden contactar a los socialistas europeos para discutir políticas comunes. Los estadounidenses representan las tradiciones del New Deal y la Gran Sociedad del Partido Demócrata.

No necesitan que Europa les enseñe las virtudes de la liberalización y la privatización del Estado de bienestar, aunque sí esperan aprender algo sobre el modelo social europeo. La marcha de Lafontaine también es una pérdida para los que luchan fuera de Europa por evitar que el nuevo Leviatán, el capital, se coma el mundo.

Norman Birnbaum es catedrático en el Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown.

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