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49º FESTIVAL DE BERLÍN

Robert Altman cierra el certamen con una graciosa comedia de intriga macabra

Las películas de Tavernier, Malick y Kragh-Jacobsen, muy por encima del resto

ENVIADO ESPECIALCerró el concurso La fortuna de Cookie, graciosa comedia de intriga macabra dirigida por Robert Altman. Está por debajo de las grandes obras de este gran cineasta, pero se disfruta contemplando su maestría y la del reparto encabezado por Glenn Close. La Berlinale está vista para sentencia, pero nadie aventura qué filme puede ganar el Oso de Oro, pues si el del francés Bertrand Tavernier es considerado sin discusión como el mejor por periodistas y profesionales, circulan por aquí filtraciones de que en el jurado no hay tal unanimidad, por lo que mañana puede sonar aquí música de bronca, el reconfortante recurso al abucheo.

Ça commence aujourd'hui, el bellísimo filme de Bertrand Tavernier es -al mismo tiempo que una obra maestra- una rareza, porque nadie discute su elevación y su perfección en un foco de disidencias como es habitualmente éste. Pero los rumores suenan e indican que en el jurado, donde en cambio suelen reinar las unanimidades, sí hay opiniones encontradas frente a esta majestuosa obra de arte. Y como única alternativa no demasiado injusta, en caso de que a este filme le sea arrebatado hoy el Oso de Oro, sólo quedan otros dos: la formidable La delgada línea roja, de Torrence Malick, y la sorpresa que nos ha dado el danés Kragh-Jacobsen con su notabilísimo Mifune.Popularidad

Si ninguno de estos tres filmes mayores, situados en un estadio superior, se llevase el gran premio, éste, por fuerza, iría a parar, bien a una obra bonita, pero muy inferior, como Shakespeare enamorado, en cuya espalda empuja la presión de la popularidad y la comercialidad, además de su condición de película mimada en los oscars que vienen; o bien a buenas películas, pero de mucho menos fuste que aquellas tres, como la alemana Encuentros nocturnos, viva y desgarrada; la turca Viaje al sol, que se atreve a desvelar algunas claves del exterminio del pueblo kurdo; el conmovedor poema vietnamita Tres estaciones, protagonizado por Harvey Keitel; la japonesa Keiho, muy intensa, pero tan intrincada que no se entiende bien su trama; el magnífico thriller provinciano de Claude Chabrol El corazón de la mentira; el generoso pero algo embarullado alegato trotskista chino Héroes comunes, y además algo que ha dejado a su paso La niña de tus ojos: el rastro de la actriz española Penélope Cruz, cuyo recuerdo sigue aquí, y las alemanas Maria Schrader y Merian Abbas, y las estadounidenses Meryl Streep y Gwyneth Paltraow.

Nada añaden a lo dicho la pequeña película canadiense, dirigida por Léa Pool, Emporte-moi, que está viva, pero adolece de corto vuelo, ni La fortuna de Cookie, una simpática digresión policiaca en clave de comedia macabra, con la que Robert Altman hace las delicias de sus incondicionales sin complicarles la vida, con endiablada soltura de viejo zorro de su oficio, dando suelta a su pasmosa facilidad para contar sin sensación de artificio historias que se entrecruzan y componen un rompecabezas que no rompe la cabeza a nadie, sino que más bien se la acaricia.

La gracia de Altman cerró ayer, con un juego gozoso y optimista, una edición muy solvente de la Berlinale.

Dos mediocridades

Precedieron al filme de Altman dos mediocridades de Hollywood, que nadie explica por qué están aquí, salvo para ocupar un escaparate publicitario.

Una se titula Ocho milímetros y está dirigida por Joel Schumacher, un amanerado exquisito y de postín, aficionado a los tebeos sofisticadillos -de ahí proceden sus dos inaguantables Batman forever y Batman y Robin- y a los thrillers turbios y adocenados, como Tiempo de matar y El cliente, títulos de relumbrón dentro de la plaga de cine negro torpe y fascistoide que hoy está en la cresta de la ola californiana.

Y, para colmo, protagoniza la película Nicolas Cage, actor tosco donde los haya, que quiere esta vez sustituir la brocha gorda del escobón por el pincel del matiz, se nos pone lírico y entra a degüello directo a la yugular de los malos de la película, en una deleznable combinación de cinismo, torpeza y vileza.

Y, como guinda de la gloriosa tarta de baba sangrienta, nos trajeron la última fechoría disfrazada de cine del mariachi Rober Rodríguez, titulada The faculty, en la que repite su cantilena, multiplica los efectos asustantes, para removernos las tripas con otra estomagante mansalva de marcianos digitales. No, gracias.

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