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EL DEBATE SOBRE LOS ALIMENTOS MODIFICADOS

Un informe oficial británico alerta sobre los riesgos medioambientales de los transgénicos

La multinacional Monsanto, multada en el Reino Unido por la inseguridad de sus plantaciones

Isabel Ferrer

Un informe oficial del Gobierno británico que alerta sobre los riesgos medioambientales de las semillas transgénicas puso ayer a los laboristas contra las cuerdas. El documento, filtrado por los ecologistas de Amigos de la Tierra, sugiere la existencia de peligros para las aves y otros animales, que resultarían diezmados tras la desaparición de los insectos por las fuertes dosis de plaguicidas empleadas en los cultivos de plantas modificadas genéticamente para resistirlos. La polémica arrecia tras las acusaciones de apoyo interesado a los transgénicos contra el ministro de Ciencia, David Sainsbury. La multinacional agroquímica Monsanto fue multada ayer por los jueces británicos por la inseguridad de sus plantaciones.

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El estudio del Ministerio de Medio Ambiente y Transporte, elaborado en 1998 y conocido ayer gracias a la filtración ecologista, presenta un sombrío panorama agrícola: la fauna autóctona puede sufrir un descalabro biológico por la falta de insectos y hierbas que conforman su dieta primordial. Como los productos transgénicos han sido preparados para soportar, entre otras cosas, potentes pesticidas, una polinización cruzada entre una plantación transgénica y otra que no lo es obligaría al resto de los agricultores a fumigar cada vez más sus propios campos.Precisamente, el tránsito natural del polen, del estambre de una planta hasta el pistilo en donde debe germinar, es uno de los fenómenos que más preocupan ahora a los ecologistas. Si el viento, una de las vías esenciales de transporte, lleva los diminutos granos de polen de una cosecha transgénica a otra tradicional, la mezcla puede modificar la configuración genética de esta última. En algunos casos, ya demostrados en ensayos de invernadero, el resultado es una nueva planta estéril o sumamente debilitada. En conclusión, un híbrido con graves problemas de supervivencia.

Según el informe ahora en litigio, la consecuencia directa sería doble. El agricultor que prefiera ceñirse a los cultivos tradicionales o bien a los orgánicos -sin pesticida alguno- acabará utilizando estas sustancias químicas para salvar la cosecha. Los animales, a su vez, tendrán que buscar nuevos alimentos o incluso perecerán. Michael Meacher, secretario de Estado de Medio Ambiente, tuvo que salir ayer a la palestra para negar la ocultación de las conclusiones. "Es una tontería hablar de secretismo", dijo frente a unos medios de comunicación nacionales que, olvidando sus diferencias de estilo o de ideología, critican al unísono al Gobierno por marginar a la ciudadanía en algo tan primario como la alimentación.

Anne McElvoy, articulista del rotativo The Independent, escribía ayer: "Las simpatías políticas se desvanecen cuando un ama de casa compra comida para su familia. El laborismo no sólo debe reforzar los controles de seguridad y el etiquetado de estos nuevos productos. Es hora de que trate con respeto a la población brindándole la información que pide". Atento a esas necesidades ciudadanas, Greenpeace ha abierto una línea informativa gratuita de teléfono. Una página especial ofrece, a través de Internet, el mismo servicio.

Para la multinacional estadounidense Monsanto, pionera de la investigación en biotecnología, ayer no fue un gran día. Los jueces del condado de Lincoln, al este de Inglaterra, le impusieron una multa de 17.000 libras (cuatro millones de pesetas) por propiciar la temida polinización cruzada a través de una plantación de colza transgénica. Sembrada para establecer sus posibilidades comerciales, la misma no contaba con la barrera obligatoria de seis metros que debe separarla del resto del terreno colindante. La separación sirve para evitar la migración del polen, pero el contratista encargado por Monsanto de cultivar el campo de pruebas olvidó tomar precauciones.

"La sanción demuestra lo estrictas que son las normas de seguridad", aseguró, poco después de conocerse la sentencia, Colin Merril, científico de Monsanto. La falta de línea divisoria fue observada en el curso de una inspección llevada a cabo por el servicio oficial de granjas. Una vez comprobada la quiebra de la Ley de Protección Medioambiental, la compañía fue demandada ante los tribunales.

La suerte de Monsanto aligeró algo la presión a que sigue sometido David Sainsbuy, ministro de Ciencia. Para sus críticos, su defensa clara de los alimentos transgénicos, que, según él, "mejorarán la calidad alimentaria permitiendo incluso utilizar menos pesticidas a medida que avance la biotecnología", le convierte en un "minusválido político".

De momento, el ganador de este debate, cada vez más agrio, es Arpad Pusztai, el científico que constató anomalías inmunológicas en los ratones que comieron patatas transgénicas. Su trabajo, descartado por el Gobierno, y que le costó su empleo y un ataque al corazón achacado al estrés, va a ser revisado por un comité de la Cámara de los Comunes.

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