Pinochet santo, Pinochet Satán
El reportaje arranca con la imagen estremecedora del monumento a los desaparecidos en Santiago de Chile. Un muro blanco con miles de nombres de ausentes en negro. Es el mausoleo a las vidas segadas por el golpe de Estado de 1973. Por el golpe y sus consecuencias. Cambio de plano. Hablan los torturados. En su rostro hay soledad triste. Lelia recuerda su calvario... "Fui violada por uno, por dos, por tres soldados". Sus labios se vuelven tensos. No es miedo lo que siente, es que sólo trata de sujetar las lágrimas. Cambio de plano. Un taxista recorre las calles de la capital. "Mataban por feo, chico... tenían a más de 50.000 informadores buscando comunistas".Cambio de plano. Un varón trajeado dirige con voz aflautada un rosario por la liberación de Pinochet. En un altarcillo callejero, una imagen un tanto rejuvenecida del general preside la ofrenda. Cambio de plano. Una mujer de la Fundación Pinochet explica que sus plegarias son "para que algún día se sepa la verdad". Parece afectada. Cambio de plano. La misma mujer exige con vehemencia la libertad del senador vitalicio preso en una mansión de lujo en el Reino Unido.
Son "Las dos caras de Chile", el título del reportaje de producción propia (realizado por Carlos García Granda y Josu Larumbe) que hoy emite Canal + en Abierto en Canal (20.30). La cara de los vencedores y de los vencidos... Chilenito que vienes al mundo, te guarde Dios, que uno de los dos Chiles ha de helarte el corazón... La misma división que en el 11 de septiembre de 1973. La misma que en la España del último repecho del franquismo. De nada ha servido la salida teledirigida de la dictadura; la democracia vigilada; la transición con leyes-cadenas... La detención del ex dictador ha reabierto todas las heridas. Es el argumento que manejan muchos en Chile para defender el olvido. Una de las grandes virtudes del reportaje es exponer hechos desnudos. La mejor secuencia es la charla sosegada de una familia de clase media. Un gran salón, mesa-comedor al fondo que parece invitar a un festín. Madre, padre y dos hijos dieciochoañeros conversan sobre el asunto. Dos Chiles, dos generaciones que se psicoanalizan ante una cámara que no habla, que sólo escucha. Una cámara que se desliza de un rostro a otro, buscando la verdad.
El discurso de la hija Viviana, apasionado ante el gesto adusto y molesto de la madre, es, tal vez, la gran esperanza de la reconciliación en aquel país: aceptar que la verdad, como Chile, tal vez pueda tener dos caras.
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