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NEGOCIACIONES DE PAZ EN COLOMBIA

La "corazonada campesina" de Manuel Marulanda

El jefe guerrillero desairó a Pastrana en la ceremonia inicial del diálogo para demostrar que él maneja la agenda de la paz

ENVIADO ESPECIALEl jueves pasado, 7 de enero, Colombia quiso empezar a cambiar el curso de su violenta historia con resultados alentadores, pero seguramente indecisos. Una ceremonia de paz largamente preparada por el Gobierno del presidente Pastrana, el inicio oficial de los diálogos con la guerrilla más poderosa del mundo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en San Vicente del Caguán, capital de la jungla guerrillera, se estrenó con el jefe del Estado buscando entre los discursos a su interlocutor. Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, con tanta guerra como años a sus espaldas, no sólo no se dignó aparecer en el anfiteatro de la plaza, sino que comunicó su negativa minutos antes de la hora a la que debía comenzar el acto, las 10 de la mañana.

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La guerrilla, en su capital

A la victoria electoral, el 21 de junio pasado, Andrés Pastrana Arango, líder del partido conservador, 44 años, feliz esposo y padre, prometió que en zancadas de tres meses pondría al país, que lleva de 30 a 50 años según las versiones en guerra civil con una variedad de movimientos guerrilleros, a recorrer el sendero de la paz. En los 90 días que se iniciaron el 7 de noviembre y concluyen el próximo 7 de febrero debería verificarse el propósito de las FARC, marxistas a lo chino, es decir, sólo de libro, de negociar la paz y hacer callar las armas, arrasar los campos de coca de la que en gran parte viven, y cobrar a cambio de todo ello "un espacio político" como dice Pastrana, o que le reconozcan el dominio sobre casi medio país, como afirman los menos optimistas.

Actos de distensión

La ceremonia del 7, en San Vicente, capital del Caquetá, uno de los cinco municipios despejados de policía y de soldados para que el comienzo del diálogo se hiciera a gusto de las FARC, cumplió formalmente todos sus objetivos. Los discursos fueron medio banales, se leyó un comunicado expresando la voluntad de las partes de llegar a la paz, y en sesiones sucesivas deberá redactarse una agenda de conversaciones que nadie duda que darán para años, pero si van produciendo actos de distensión como canje de prisioneros, liberación de secuestrados -entre ellos, la médica española Camino Villanueva- y ¡quién sabe! hasta algún día una tregua, Colombia podrá ver que su sino ha dejado de serlo.

Con todo el escenario a punto, un presidente entero y animoso, y casi todo el país reteniendo el aliento, el comandante de todos los comandantes, con permiso de Fidel Castro, no quiso hacer el viaje de una docena de kilómetros desde alguno de los campamentos de la zona al podio en el que le esperaba Pastrana.

¿Por qué? La explicación más parecida a la oficial de la propia guerrilla es que el amojamado Marulanda tuvo "una corazonada campesina" de que podía sufrir una emboscada. Sólo a las ocho de la mañana tomó la decisión de quedarse en casa, pero nadie tuvo prisa en hacérselo saber a Presidencia. Los comandantes subalternos, que con una tropa de cerca de 2.000 hombres habían tomado por la noche el pueblo y sus salidas hasta convertirlo en un fortín inexpugnable, dijeron con fe de carbonero que Marulanda no vino "por razones de seguridad". Raúl Reyes, jefe de los negociadores de Tirofijo, hasta se irritó cuando a la pregunta de EL PAÍS de por qué se desairó al Estado colombiano no acertando a dar un preaviso de al menos 24 horas, respondió: "Nunca hemos garantizado su presencia y no tenemos por qué dar explicaciones". También es cierto que los paramilitares, estipendiados al por mayor de la droga, el latifundio y en otras épocas hasta del poder, ansían por vengarse de una reciente razzia de las FARC contra su campamento en Nudo del Paramillo, en el que su líder Carlos Castaño salvó la vida, aunque no por milagro, puesto que es de suponer que la divina intercesión no obra en estos casos.

Pero no es fácilmente comprensible que Manuel Marulanda temiera por su vida en el mismo corazón de su territorio, con un pueblo tomado hasta las cejas. Es como si Clinton temiera un atentado -aparte del impeachment- en la Casa Blanca.

Otras razones parecen, por ello, al menos de igual peso. Marulanda no es iletrado, cursó estudios de primaria y su biógrafo Alfredo Alape le acredita de "bueno en matemáticas", tanto que echaba una mano en todo lo que se enseñaba en una escuela rural de Colombia en los años 30 -nació, probablemente, en 1928- a los alumnos menos aventajados. Pero eso de leer un discurso ante las cámaras de todo el mundo y tan augusta representación nacional y mundana no debía ser plato de su gusto. La corazonada vale tanto por el sofoco como por el peligro.

Más allá, sin embargo, de discutibles psicologismos hay que ver también razones tácticas. El guerrillero está diciendo al mundo con su ausencia que la agenda de la paz la maneja él, que Pastrana no está en posición de fuerza para imponer nada, que la espita de las conversaciones la tiene por la mano y que cuando lo considere oportuno hará su aparición.

A mayor abundamiento, una exigencia de la guerrilla de que no se negocie sino que se persiga a los para, parece lejos de admitida por Pastrana. El presidente le dijo a EL PAÍS tan solo el pasado día 5 que "Castaño quería la paz", que "el ataque a su campamento había sido una provocación de las FARC", que "los únicos que habían respondido positivamente a su petición de tregua por Navidad habían sido los para" Y, en general, que mantiene su posición conocida de que una vez encarriladas las negociaciones con las FARC "hay que tratar también con los hombres de Castaño".

Pagar en efectivo

Marulanda puede, en su cejijunta astucia campesina, hacer de esta negociación un constante tira y afloja, en el que cada concesión a Pastrana se pague en efectivo.

Todo esto no demuestra que el camino de la paz esté bloqueado, sino más bien quién se cree dueño de esa paz; y, por añadidura, que Pastrana, animoso en la adversidad, ha podido hacer un buen negocio ante la opinión por la gallardía con la que salió del paso, y Marulanda, uno pésimo, por su prepotencia.

Otro aspecto, no obstante, de la función del jueves resulta menos alentador. De los casi 1.000 invitados no apareció más de la mitad, y lo mejor que había en el parque-auditorio a guisa de luminarias exteriores eran el ex presidente sandinista de Nicaragua, Daniel Ortega, y su colega, también ex, de Costa Rica, Óscar Arias, muy familiarizados ambos con los fastos regionales; pero lo verdaderamente significativo en ese momento histórico para Colombia fue que de los 10.000 habitantes de San Vicente no llegaran a 1.000 los que se apiñaron junto a las vallas de separación del acto. Invitados, protagonistas, informadores, pueblo y guerrilla, todos presentes en la contabilidad de público, no pasaban de 2.000, pese a la profusa publicidad que se le había dado al portento.

Los expertos aseguran que, nuevamente, hay que contar el miedo como razón: la bomba casual que explota cuando debe; el temor y la fatiga de los que no quieren exponer a sus seres queridos por algo sobre lo que no saben todavía si creer. Gabriel García Márquez, que figuraba en el cortejo de invitado-periodista o periodista-invitado, lo expresó inmejorablemente al responder a las preguntas de qué pensaba del proceso de paz, casi con un acróstico: "Como soy un eterno optimista, por eso me equivoco tanto". El campesino colombiano, en cambio, comprueba que no suele equivocarse en su sentimiento nada optimista de la vida.

Como dice el veterano periodista colombiano Juan Gossaín: "Este pueblo quiere, pero no cree"; o el ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda, "Colombia tiene una cultura de paz". Por eso, quizá, es tan fácil hacerle la guerra.

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