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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Homenajes

En 1928, Federico García Lorca hizo su homenaje a Buster Keaton, al que aquí se había puesto el nombre comercial de Pamplinas y reservado a los niños: aunque con él se nos han quedado a todos (los de entonces) las imágenes de pasmo, de miedo, de amor, de pérdida, que daba siempre el gran actor. Cuando ya en sus últimos años hizo una película corta sobre un texto de Beckett, sin más ayuda que su rostro frente a la cámara, se comprendió la hondura de su personaje-persona, como eran todos los cómicos de su tiempo: una figura permanente, inventada, una máscara de sí mismos, unos creadores de un tipo metido en la civilización recién estrenada. El cine había tenido el rechazo de los intelectuales españoles clásicos, los que lo despreciaron primero como una mera reproducción mecánica y luego lo odiaron porque iba a desplazar al querido teatro. Algo como lo que pasa ahora con la televisión o con el ordenador o Internet: ya se dijo por entonces cómo el español desprecia lo que ignora. La generación del 27, o de la República, no tuvo ninguna duda: lo hizo suyo. Se apoderaron de él Buñuel y Dalí: los demás lo glosaron. La piececita -por su tamaño, que no por su texto- contenía el homenaje a Keaton, y también a lo que rodeaba sus películas: al cine.

El paseo de Buster Keaton

El paseo de Buster Keaton (un paseo musical), basada en Federico García Lorca. Composición e interpretación musical: Jordi Sabatés. Intérpretes: Toni Jodar, Paca Rodrigo, Titiriteros, María Castillo, Ximo Sierra, José Antonio Benítez. Iluminación: María de la Cámara. Composición visual y dirección de Joan Baixas.Festival de Otoño. Teatro de la Abadía. Sala José Luis Alonso.

Homenaje a Lorca

Esta representación de algo menos de una hora sobre un texto de cinco minutos desarrolla, despliega las imágenes; es también un homenaje a Lorca. Las imágenes literarias de un surrealista pierden siempre con su conversión en corporeidad: a pesar de la delicadeza y la elegancia con que maneja la creación Joan Baixas, y a la aplicación de los mimos y los titiriteros; la verdad es que cada vez que se hace inteligible el texto, la temperatura dramática sube; pierde si se canta, aunque la percusionista que lleva la voz principal puede arrancar un momento de belleza en una saeta. Pasa lo mismo con las imágenes de Buster Keaton, proyectadas como una mera referencia en una sabanilla temblorosa: la siluetita de Keaton huyendo y saltando gana a todos y a todo. Están bien estos homenajes, son justos; pero la realidad de los así evocados es siempre superior.La música de Jordi Sabatés es bella y mimética: evoca el piano con el que se acompaña la acción en el cine mudo, y los aires americanos de la época de un jazz que encontraba su voz definitiva; el compositor lo hace con su propio estilo, con su actualidad de creador. El gran piano suena con ritmo y emoción, subraya las escenas, apenas subrayado por una percusión íntima y reducida. No es sólo el jazz lo que está detrás: es Ravel o Stravinski o hasta Shostakóvich, y es también Jordi Sabatés, naturalmente. Es grata.

El espectáculo gustó: el publico aplaudió con calor e insistencia.

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